CAPÍTULO 5: Las carreras

117 23 3
                                    

La mañana pasó como siempre; me acicalé un poco más que de costumbre y me puse ropa cómoda. Hoy era uno de esos días que no llegaría temprano a casa y aunque ya lo había hecho muchas veces, estaba con los nervios de punta; no era de extrañar, ya que antes no tenía un guardaespaldas y ahora no solo debía lidiar con mi padre, sino también con Eidan.

—Hoy iré a casa de Wendy después de la uni—le avisé a papá mientras desayunábamos.

—¿Qué es lo que tanto haces con esa niña? —dejó la cuchara en el plato y entrecerró los ojos, prestándome más atención que de costumbre.

Nunca había preguntado eso antes, pues se suponía que confiaba en mí y no le interesaban los asuntos de chicas, supongo que todo lo que estaba pasando por los noticieros lo estaba poniendo paranoico.

—Muchas cosas —contesté encogiéndome de hombros y me llevé una nueva cucharada a la boca, procurando tener más tiempo para pensar—. Películas, ejercicio, baile, chismes...

—Me parece un poco extraño que ahora sea una chica, tu mejor amiga.

—¿Qué tiene de malo? —pregunté juntando las cejas.

—En Nueva York nunca te vi con una, siempre estabas con Conall.

—Pero ahora él no está aquí.

Conall era mi mejor amigo; lo conocí en la universidad de Nueva York y pasamos un largo año y medio juntos. Él fue quien me enseñó a manejar y también se encargó de mi virginidad, aunque Gerard no sabía ni lo primero, ni lo segundo... La ventaja que tenía en ese entonces era que, el chico, con sus lentes y su cara de niño bueno, fácilmente pasaba desapercibido junto a todas las maldades que hacía, aunque, en realidad, si era muy bueno conmigo y seguramente lo seguiría siendo si estuviera aquí...

—Está bien, confío en ti.

—Por eso no tienes nada que temer —le guiñé un ojo y seguí comiendo.

Estaba sentada en uno de los muebles de la sala, con el hocico de Winter en mi regazo, mientras acariciaba sus orejas, cuando sonó el timbre y supuse que era Eidan, así que me levanté para abrirle y mi perro me siguió.

—Hola —me saludó y sonrió en cuanto abrí la puerta, pero su sonrisa se hizo más grande cuando vio a Winter y este se apresuró hacia él batiendo su cola—. ¿Qué hay de ti, amigo?

El peludo subió sus patas delanteras al abdomen de Eidan, mientras meneaba la cola y él lo acariciaba, dejándose lamer los antebrazos.

—Creo que te extrañó —afirmé sonriendo al ver tal escena tan tierna entre ellos.

La sonrisa de Eidan era encantadora y la manera en la que Winter se ponía cuando lo veía, también.

—Yo también te extrañé, chico —afirmó y desvió la mirada de mi perro un momento para sonreírme.

Una y otra vez juraría que su sonrisa era la más hermosa que había visto, (después de la de Winter); antes ya lo había notado, pero no me había detenido a contemplarla como ahora.

«Está muy guapo el muchacho» —pensé sin poder apartarle la mirada.

Mi perro siguió entretenido con él por varios minutos hasta que mi padre apareció y entonces dejó a Eidan para ir hacia él, meneando la cola. Papá se agachó y le propinó un beso en la cabeza, como solía hacer siempre, luego miró a Eidan y sonrió.

—Buenos días, Gerard —lo saludó él extendiendo su mano.

—Hola Eidan, qué puntual eres. —Mi padre le dio un apretón y palmeó su hombro antes de dirigirse a mí—: ¿Ya estás lista, cariño?

Encuentra mis lunaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora