CAPÍTULO 17: Muéstramelo

103 21 6
                                    

Eidan arrugó el entrecejo, mirándome con desconcierto:

—¿Y Wendy? —me preguntó.

—Ella tiene una mejor compañía para disfrutar de su noche —contesté sonriendo al imaginármela follando con ese chico más tarde.

—Vaya... —Eidan ladeó una sonrisa y me quitó el cigarrillo para tirarlo—. Y entonces, nosotros..., ¿qué haremos?

—Por ahora vámonos de aquí y luego veremos —Lo agarré del brazo y lo arrastré conmigo.

Caminamos un buen rato sin rumbo, charlando sobre cómo conocí a Wendy y nuestros pies nos llevaron a la playa. Hacía calor y Eidan llevaba su chaqueta en la mano, mientras que yo cargaba mi bolso en la mía.

—¿Qué se siente cuidarme? —le pregunté, cambiando de tema.

—¿A qué te refieres?

—¿Te gusta?

—La mayor parte del tiempo —respondió.

—¿Y cuál es la parte que no?

—Cuando no puedo verte —contestó girando el rostro para mirarme—. Cuando no sé dónde estás.

—Te gusta hacer bien tu trabajo, supongo —repliqué esquivando su mirada, forzando una sonrisa.

—No, Hallie —afirmó sin apartarme la mirada—. No es por eso. —Sus ojos volvieron al frente y luego de pronto se puso frente a mí, frenándome el paso—. Me importas.

Sus ojos bailaron sobre los míos y noté la angustia en su mirada.

—¿De verdad? —le pregunté sin dejar de mirarlo. Estaba segura de que mis ojos brillaban de alegría.

—Sí —asintió—, me importas mucho.

Tragué duro y las palabras se me fueron...

—Ese día, cuando fui a casa de Wendy, a recogerte y llamé a la puerta —continuó—. Winter y Conny comenzaron a ladrar, pero nadie abría.

Había una preocupación genuina en su mirada y me empecé a sentir culpable.

—Ni siquiera puedes imaginarte cómo me sentí —prosiguió—. Al principio creí que habías salido un momento con Wendy, pero el tiempo pasaba y no volvías y empecé a preocuparme más porque creía que no dejarías a Winter solo en casa de tu amiga por tanto tiempo.

Volví a tragar duro, pero no lo interrumpí:

—Luego llegaron esos tipos y cuando conseguí deshacerme de ellos pensé en llamar a Gerard, pero luego, algo en mi interior me dijo que estabas bien y solo debía esperarte.

—Lo siento, Eidan —susurré sintiendo que me picaba la garganta.

—Tienes que parar, Hallie. —Dio un paso hacia mí y tomó mis manos. Una agradable corriente de calor viajó desde la punta de mis dedos hasta mi pecho—. Sé que te gustan las carreras, pero no le mientas más a tu padre.

Agaché la mirada y él soltó mi mano derecha para elevar mi mentón, haciendo que volviera a mirarlo:

—Quiero protegerte —afirmó clavando su mirada en la mía—. Déjame cuidarte.

Gerard me había dicho eso mismo, poco antes de que saliera de mi casa y una confortable sensación se coló en el fondo de mi alma...

—Cuídame, no te lo estoy impidiendo —le dije—. Me gusta que me cuides.

—No me lo estás permitiendo como deberías —afirmó soltando mi rostro y se dio la vuelta rascándose la cabeza—. He tratado de demostrarte que puedes confiar en mí, pero no lo haces.

Encuentra mis lunaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora