CAPÍTULO 35: Summer

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Tomé su mano y me dejé llevar por el camino de piedra hacia la entrada de aquella bonita casa blanca.

Eidan sacó el manojo de llaves de su bolsillo y me di cuenta de que no tenía llavero; tres llaves colgaban del aro plateado, incluida la de su moto, y él apartó la más grande de las demás para abrir la puerta. Me miró y me tendió nuevamente la mano invitándome a pasar, pero negué con la cabeza; prefería que él lo hiciera primero.

El chico esbozó una sonrisa y tomó mi mano, cruzando la entrada. Me dejé llevar y miré a Winter que nos seguía; mi perro parecía bastante emocionado por conocer el hogar de su nuevo amigo.

Cuando cruzamos el umbral, levanté la vista y contemplé todo a mi alrededor; una bonita sensación de plenitud se instaló en mí, al notar lo hermoso que era el interior. La atmósfera era pacífica y cálida, como Eidan... Mi sentido del olfato percibió una rica fragancia a maracuyá y no pude evitar inhalar profundamente aquel aroma tan delicioso.

Todo estaba muy bien ordenado; había una modesta, pero acogedora sala de estar, seguida del comedor y luego la cocina, que exhibía un bonito marco redondeado adornado de mariposas de colores. Me quedé contemplando cada una de ellas, hasta que el rostro sonriente de una mujer castaña se asomó desde el interior:

—¡Hola! —exclamó clavando sus ojos marrones en mí, mientras se secaba las manos con una toalla. Bastó solo una mirada para notar la gran similitud entre sus rasgos y los de Eidan.

Inesperadamente, Winter fue el primero en acercarse a ella, meneando la cola desesperadamente mientras chillaba, como cuando pasaba días sin verme y por fin llegaba a casa...

Separé los labios, atónita, mientras lo miraba, pero mi asombro fue mayor cuando, quien supuse era la madre de Eidan, se llevó las palmas a la boca, soltando un gemido de sorpresa, y luego se agachó para abrazar a mi perro. Apretó los ojos con fuerza, mientras enterraba la cara en el lomo de Winter y él no dejaba de menear la cola, retorciéndose alegre.

Volví al día que vi a Eidan por primera vez... Estaba observando casi la misma reacción que Winter había tenido en aquel instante, solo que ahora parecía más emocionado y ella compartía esa emoción.

Cuando finalmente se separaron, después de unos segundos, noté la humedad en sus ojos y miré a Eidan, completamente pasmada. Él mantuvo su mirada seria, clavada en la escena de su madre con mi perro, y yo no entendía lo que estaba sucediendo...

—¡Eidan, cielo! —exclamó la mujer, levantándose, finalmente, mientras que Winter no dejaba de menear su cola—. Lo siento, es que... tuvimos uno igual —explicó acariciando la cabeza de Winter mientras me miraba, justificando su reacción, pero a pesar de entenderla, yo seguía sin comprender por qué mi perro había reaccionado así también...

Le sonreí mientras ella se limpiaba la humedad en las esquinas de sus ojos y miré a Winter; los suyos también brillaban más de lo normal, pero no podía leer sus pensamientos.

—Hola mamá —la saludó Eidan acercándose a ella y dejándole un beso en la frente, y solo entonces noté la diferencia de altura entre ellos, que tampoco era mucha—. Ella es Hallie. —Extendió su mano hacia mí y lo miré a los ojos, contagiada por la sonrisa de aquella mujer—. Hallie, ella es Gabriella Moretti, mi madre.

—Mucho gusto —le ofrecí mi mano para un apretón y ella, en lugar de ofrecerme la suya, me dio un abrazo.

—El gusto es mío, Hallie —respondió con una alegría genuina, como si hubiera estado esperando mucho para conocerme y por fin se le había cumplido el deseo—. Llegaron justo a tiempo, la cena ya está servida.

Miré a Eidan con desconcierto y él ladeó una sonrisa pícara, poniendo delicadamente su mano izquierda sobre mi espalda, invitándome a seguir al comedor.

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