VEINTIOCHO

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Seguía siendo raro para ella despertar sintiendo los brazos del chico sujetarla con fuerza

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Seguía siendo raro para ella despertar sintiendo los brazos del chico sujetarla con fuerza. Incluso a veces despertaba en la madrugada algo asustada cuando notaba un cuerpo junto a ella y cuando caía en cuenta de quien se trataba volvía a acurrucarse en busca de calor.

Llevaban más de una semana conviviendo en el departamento de la rubia, días donde Greta llegaba muy cansada del trabajo y su humor subía cuando veía al chico hacer desastre en la cocina y noches donde ambos se recostaban en el sillón a ver alguna película nueva, pasaban largas horas hablando sin cansarse y otras horas en silencio uno junto al otro sin sentir incomodidad.

Las primeras tormentas de la estación le habían hecho descubrir algo nuevo a Matias: Greta le tenía pánico a los truenos, pero no fue nada que él no pudiese manejar haciendo casitas bajo las sábanas. Volvían a confiar como si de hermanos se tratase, y la mitad del dije de Matias volvía a relucir en el cuello de la rubia.

"Un día a la vez" decía ella cada vez que surgía el tema entre sus conocidos respecto a su relación con el chico. No eran novios, tampoco eran salientes o un "casi algo", había algo en su relación que era indescriptible y solo ellos dos podían apreciarlo: en los malos chistes que Matias guardaba únicamente para Greta, en las luces de navidad que ella había colgado solo porque a él le gustaban los colores, en los bailes con la televisión de fondo, en las fotografías de la cámara de ella, los videos en el celular de él, solo ellos dos sabían el amor y respeto que habían podido construir en tan poco tiempo.

Después de todo el corazón de Matias le seguía perteneciendo, él aseguraba que todo iba a estar bien incluso cuando a ella se le cruzaran los cables, constantemente se recordaban que no había sido su culpa y que se querían con todo lo que tenían. No querían herirse, jamás lo quisieron pero aquellos impostores habían aparecido para jugar con sus cabezas, ahora eran sólo recuerdos que se iban con los amaneceres.

— ¿Vos sabes que de chiquita yo quería ser astronauta? — se encontraban recostados en el sillón, eran pasadas las once de la noche y la botella de vino blanco estaba a punto de vaciarse. —

— ¿En serio? ¿Por qué? — ambos hablan en voz baja a pesar de estar solos, y las voces de la serie de televisión se logran diferenciar aún entre su charla. —

— Si, cuando tenía como siete años. — repite ella llevando sus manos unidas a su pecho. — Pasa que mi mamá me decía que mi papá era astronauta, y que vivía en el espacio y por eso yo no podía verlo. — arruga su nariz ante el recuerdo. — Y nada, yo pensaba que si me hacía astronauta iba a poder estar con él pero bueno, nada, después como a los diez años mi mamá me dijo que no tenía papá y ahí dije "bue, entonces no vale la pena estudiar tantos años para ver a alguien que no me quiere ver" — ella suelta una risa y niega. —

Él sabe como ella esconde sus dolores a través de los chistes, también sabe que aquel dolor es algo que parece no querer irse y aunque intenta entenderlo no puede hacerlo porque él sí tiene un padre presente, jamás tuvo que mendigar por el cariño de una figura paterna y le duele ver una sombra de aquella niña pequeña que aún se pregunta por su padre. Abraza aún más a la rubia, besando su mejilla.

𝐋𝐚𝐛𝐲𝐫𝐢𝐧𝐭𝐡 - 𝐌𝐚𝐭𝐢𝐚𝐬 𝐑𝐞𝐜𝐚𝐥𝐭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora