21. Reencuentro

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Ladyola salió de la tienda a ver a qué se debía aquel alboroto. Todos estaban reunidos alrededor de los rondadores que llegaban al campamento en ese momento. Una figura saltó de uno de los caballos y empezó a correr hacia ella.

—¿Crystala? —pensó incrédula.

La dracónica se le abalanzó encima a su novia, que aún no salía del asombro. La abrazó con todas sus fuerzas y la besó intensamente en los labios.
Ladyola le devolvió el beso y la apretó contra sí. Realmente era ella. Realmente era Crystala. No quiso pensar en como aquello podía ser posible. No quiso pensar en nada, sólo vivir aquel momento. Aquellos labios eran todo lo que importaba. Aquel cuerpo cálido que la estrechaba. Ese aroma que le era tan familiar. Deseó que aquel deleite durase para siempre.

Crystala separó su cara para mirarla y Ladyola se perdió en aquellos ojos verdes. Los mismos en los que se había perdido tantas veces en arrebatos de fascinación. La muchacha llevó ambas manos a la cabeza de la dragona sin dejar de contemplar aquella mirada esmeralda y volvió a besarla.

Todos los presentes observaban la escena fascinados. Uno de los soldados empezó a aplaudir y pronto todos se sumaron a la algarabía. Todo el campamento celebró el reencuentro de las dos amantes.

Mas tarde, en la fogata, las dos fugitivas contaron todas sus peripecias para escapar del calabozo del Pedernal Negro.

—"Te quiero dentro mío" le dijo esta toda encuerada... Y al pobre tipo le temblaban las manos tratando de encontrar las llaves para abrir la celda —contaba Alura mientras Crystala se daba un trago de cerveza de arce.

—Ya veo... —dijo Ladyola con ironía. Mientras la robusta muchacha contaba sus aventuras, la humana no dejaba de mirar a su amada. Era increíble que fuera ella. Que la tuviera de vuelta sana y salva.

—Les juro que era la peor balsa que nadie ha visto nunca. Mejor nos hubiese salido bajar por el río en dos zurullos. —Todos rieron.

—Me caes bien, muchacha —dijo Lore mientras hacía seña de brindis con su jarra de cerveza.

Cuando Alura contó la parte de la banshee. Crystala cambió el semblante y se tocó la frente de manera instintiva.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Ladyola.

—Es que no recuerdo bien, pero sé que me hizo algo. La vieja me hizo algo.

—Quiero proponer un brindis por este inesperado y grato reencuentro —gritó Leonte desde el otro lado del fuego. Todos levantaron sus jarras y brindaron por las muchachas.

Después de disfrutar de una velada cargada de cerveza y carnes en salazón todo el campamento se retiró a descansar.

Dentro de la carpa, Crystala y Ladyola se pusieron al día en temas carnales. El regocijo dio paso a la lascivia y esta a la pasión desenfrenada, como era costumbre en ellas dos. Mientras se devoraban la una a la otra, ocurrió lo que hacía tiempo no pasaba; volvieron aquellas ráfagas en las que en medio del frenesí, Crystala cambiaba su forma por un instante.

Ladyola rozó la espalda de la dracónica con la yema de los dedos y a esta se le erizó la piel que por un momento se transformó en escamas verdes. Crystala apoyó ambas manos en los senos de su novia y arqueó el cuerpo hacia adelante, miró a Ladyola y sus ojos fueron reptilianos por un momento. La cola surgió en aquel instante para automáticamente asirse al muslo de la humana.

Ambas llegaron al clímax de su encuentro juntas y durmieron hasta el alba abrazadas. Las dos habían extrañado aquello más que nada en el mundo.

La mañana siguiente, como de costumbre, el campamento se activó temprano. Cuando las muchachas salieron de su carpa, fuera estaban reunidos Leonte y Lore, listos para partir hacia la ciudad amurallada de Puerto Payán. Alura, el general Sirago y los tres estrategos del Loto Negro también estaban con ellos.

Crónicas de IrindellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora