Capítulo 5 - Verdades

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El teléfono de Elías sonó. Él estaba en la facultad cursando su primer año de productor de sonido. Le estaba yendo muy bien. Salió del aula y atendió. Era su papá.

—¡Hola!

—Elías, en diez minutos vamos a pasar a buscarte, necesitamos ir al hospital. La abuela no está bien y los médicos prefieren que estemos todos juntos por cualquier cosa que pueda pasar.

La conversación tuvo un blanco. El silencio se apoderó de Elías y las lágrimas brotaron en sus ojos. 

—No quiero —dijo con la voz entrecortada —No entiendo. Ayer estaba bien. Los médicos dijeron que se había recuperado un poco.

—Hijo, no hagas esto. Sabíamos que en algún momento la situación iba a empeorar. El Alzeheimer no es una enfermedad que se pueda curar. Tenés que ser fuerte.

—¿Cómo me pedís que sea fuerte en un momento así? —gritó Elías. —No quiero que la abuela se muera. Quiero que se quede conmigo. Tengo cosas que contarle, que decirle, quiero abrazarla.

La voz de Adrián comenzó a entrecortarse al tiempo que le explicaba a Elías que era importante que él estuviera ahí, junto a mí. Finalmente aceptó.

—Antes de ir tengo que pasar por casa. Es rápido. Necesito buscar una cosa.

Su papá finalmente llegó a la puerta de la facultad y Elías estaba afuera. Mientras iban en el auto, la llamó a Violeta y acordaron encontrarse directamente en el hospital. Luego de pasar por la casa, llegaron y fueron directamente al lugar donde yo estaba. Elías y Violeta se abrazaron fuerte. Él lloraba. Las lágrimas caían por sus mejillas y ella trataba de consolarlo, aunque no tenía éxito.

El médico llegó y les explicó la situación. No se podía hacer nada al respecto. Sólo había que esperar. Siempre es difícil para la familia aceptar esa espera. Nunca estamos preparados. Nadie nos enseña cómo actuar, cómo pensar y, mucho menos, qué sentir. A los pocos minutos, dejaron que entraran de a uno a despedirme. Es duro escuchar eso, pero hay que hacerlo. Es la última chance de ver a tu ser querido, de hablarle y que, de alguna forma, te escuche.

Primero entró Adrián. Dijo palabras hermosas y se despojó de su angustia con un llanto que me partió el corazón. Luego, entró Valeria. Teníamos muy buena relación, era como mi hija. Adrián y ella fueron novios desde muy jóvenes y cuando llegó Elías al mundo, nos unió mucho más. Al igual que mi hijo, me regaló unas palabras muy sentidas. Fueron lindas.

Finalmente llegó el turno de Elías, quien pidió entrar junto a Violeta. El médico dudó por un momento y luego accedió al pedido. Ambos se colocaron de un lado de la cama y Elías me tomó de la mano. Sus dedos temblaban un poco y era entendible. Luego, con ayuda de Violeta, me acarició el rostro, me vio con sus manos.

—Me enseñaste que todo puede lograrse, acompañaste a mis papás en los momentos más difíciles, hiciste hasta lo imposible por cumplir cada uno de mis pedidos, pero por sobre todas las cosas, me amaste hasta el cansancio. Siento que va a ser muy difícil la vida sin vos. Es algo que no puedo imaginar, pero siempre voy a tener un lugar en donde refugiarme. Tu casa será ese refugio y el armario con mis recuerdos, el mejor regalo que pudiste dejarme.

En ese momento, metió su mano en el bolsillo y sacó una bolsita. La abrió y la colocó debajo de su nariz. Tal como aquella mañana en mi casa, inspiró profundo y el recuerdo quedó alojado en su memoria.

—Este probablemente sea el último recuerdo guardado en el armario. Te lo dedico a vos porque lo hiciste posible. Te agradezco infinitamente por acompañarme en todos mis momentos. En los buenos y en los malos. Hoy me toca despedirte, pero sé que sólo mueren quienes son olvidados y yo, no voy a olvidarte nunca.

Con esas palabras, Elías se despidió de mí. Violeta no dijo nada, pero creo que compartió cada una de las palabras de mi nieto. Ya me podía ir en paz. Ya todo estaba resuelto. La vida había sido buena conmigo: me había dado un hijo, una nuera, un nieto hermoso y una nieta que iba a cuidar muy bien de él.

Transcurrió una hora aproximadamente hasta que me fui. Me despedí del mundo para siempre con la esperanza de que todos los que seguían viviendo, hagan de su paso por la tierra un tesoro. Mi deseo más profundo siempre fue que sean felices, que puedan superar las tristezas, que vivan, que estén juntos y que se acompañen siempre. Sabía que eso iba a suceder. Por eso, me fui tranquila, sin preocupaciones.

Sé que es duro volver a una casa y no encontrar a aquellas personas que vivieron allí. Sin embargo, es necesario hacerlo, porque de esa manera podemos sanar. Volviendo a aquellos lugares en donde fuimos felices con las personas que ya no están, es una manera de tenerlos presentes, de recordar cada uno de los instantes. 

Así fue cómo Elías volvió a mi casa -a su casa- para dejar el recuerdo en uno de los frascos. Sé que no le dio el tratamiento que necesitaba, pero entiendo que eso ya no importaba. Era un simbolismo. Cerrar una etapa. 

Como no podía ser de otra manera, Violeta lo acompañó. Abrieron el armario y dejaron el recuerdo allí dentro.

—No sabía que tenías tantos —dijo Violeta.

Ella nunca había visto los recuerdos de Elías. Él le había explicado el significado que tenían, pero nunca lo había compartido con ella. Evidentemente no fue con ánimos de ocultarle nada, sino que no habían tenido la oportunidad.

—Hace muchos años que mi abuela tuvo esta idea. Acá están todos los momentos de mi vida.

—¿Me dejas abrir uno?

—Si, obvio. ¿Cuál querés? ¿Verano en la playa? ¿Primer beso? ¿Primer campeonato de goalball? ¿Atardecer en el campo?

Juntos rieron. 

—Creo que me gustaría primer beso —dijo Violeta.

Elías lo buscó. Abrió el frasco y se lo dio. Ella inspiró profundo, pero su expresión no se pudo ocultar.

—¿Y? ¿El aroma te llevó a ese día?

Ella se quedó en silencio. No sabía qué decir. Elías insitió y finalmente, Violeta pudo emitir palabra.

—Este no tiene olor.

—¿Cómo? ¿No puede ser? A ver.

En ese momento, Elías supo la verdad. En ese instante en el que inspiró con aquel frasco debajo de la nariz, supo que los aromas no pueden conservarse. Sólo duran unos pocos días, algunos sólo horas.  

—¿Hace cuanto que no abrís el armario? —preguntó Violeta.

—Desde que mi abuela empezó a olvidar. No me parecía justo que yo tenga mis recuerdos y ella no pueda tener los suyos.

Creo que con su sonrisa, me dijo que lo había descubierto. Cuando él no estaba en casa, yo cambiaba cada una de las hierbas, cada uno de los perfumes para que tuvieran el mismo aroma cuando los abriera. A veces era difícil, pero lo hacía por él.

—Es increíble lo que los abuelos pueden hacer por nosotros, ¿no?

Violeta sonrió, volvió a tapar el frasco y juntos cerraron el armario para siempre. Mientras salían de la casa, la mente de Elías daba vueltas sin parar:

Los recuerdos son la forma de aferrarse a las cosas que amás. A las cosas que no querés perder. Muchas veces, nos perdemos el momento sólo por tener algo que nos lo recuerde. Y al final, el tiempo pasa, los recuerdos se desvanecen, las personas cambian, la gente se va, pero el corazón nunca olvida los buenos momentos que vivimos.

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⏰ Last updated: Feb 20 ⏰

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