4. Nat

1 2 0
                                    

Supo que algo iba mal en cuanto pisó el palmeral. Elijah siempre había sido puntual en sus citas, pero en esa ocasión pasaban veinte minutos y todavía no se había presentado.

«¿Y si ha cambiado de idea?».

Los guardias de Dynaport lo cogieron por sorpresa. Se abalanzaron sobre él por detrás, lo ataron de pies y manos y lo amordazaron antes de que tuviera tiempo de preguntar nada. Cubrieron su ojo derecho con una lente oscura para que no pudiera usar su magia mientras le gritaban insultos al oído.

«No ha cambiado de idea», comprendió. Una ráfaga de rabia y frustración nació en lo más profundo de su pecho. «Simplemente me ha traicionado».

Lo llevaron a rastras hasta la prisión de la capital y lo encerraron en una celda donde languidecía un joven embutido dentro de un abrigo rojo sangre con flores de cachemira estampadas. Le permitieron tener libres los brazos, pero le colocaron un armatoste en la cabeza protegido por candados que le ocultaba el ojo derecho. Se sentó junto a la pared y pateó el suelo. La ira ardía dentro de él, bullía como el agua en una olla puesta al fuego. «Le entregué mi corazón. Le mostré mi magia. Y él me ha traicionado. ¿Por qué pensé que sería distinto? Es como los demás».

El tiempo empezó a deslizarse como mermelada sobre una rebanada de pan hasta que, entre la peste a orina y deshechos humanos, percibió su aroma a sándalo y miel.

—Nat...

Levantó la vista y lo vio allí, al otro lado de los barrotes, tan hermoso como siempre. La rabia explotó en su interior y deseó no quererlo tanto para poder odiarlo como se merecía.

—Vete de aquí —masculló. Quería despreciarlo más que nada en el mundo y, a la vez, abrazarlo, besarlo y llorar sobre su pecho—. Me has traicionado.

—¡No sabía que me estaban espiando! ¡Te lo juro!

—No te creo.

—Nat... —Había lágrimas en la voz de Elijah y Nat sintió que el corazón se le rompía un poco con cada una de sus palabras—. ¿En serio piensas que querría hacerte daño?

—Márchate. —Tuvo que apartar la vista de sus ojos castaños. Sabía que, si los miraba durante mucho rato, claudicaría y volvería a permitir que lo engañara—. Vete y no vuelvas. Ojalá no te hubiera salvado en aquel accidente.


Los hilos de la magiaWhere stories live. Discover now