21. ¿Ya no son amigos?

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No sé que pensar.

Esto no llega en un buen momento y ahora ya no sé con exactitud que es lo que me pesa más en la vida.
Si el muy reciente fin de mi relación, o que mi mejor amigo esté enamorado de mí.

Y es muy cierto que alguna vez Juan Pablo Villamil fue una especie de amor platónico para mi, pero teníamos 15 o 16. Lo superé demasiado pronto; cuando entendí que yo no encajaba con sus gustos y evidentemente funcionabamos increíble como amigos.

Cuando menos lo espero, ya estoy en medio del silencio, llorando de nuevo.
Simplemente mi cabeza colapsó y no pude frenarlo... Otra vez.

No tengo ganas de nada.
No quiero comer, no quiero ver televisión, no quiero escuchar música... No quiero nada.

Sólo quiero estar dentro de mi cama, cubierta hasta arriba y que los días pasen y pasen hasta que pueda superarlo.

Entre el horrible silencio que hay, escucho la puerta de casa.
Enseguida las voces inconfundibles de mis hermanos se acercan a mi puerta y no hago más que fingir estar durmiendo.
A las 4:00 PM.

En dos días regresan a México, y pensar en eso me da un motivo extra para seguir llorando.

• • •

Llegó el día.
No he parado de llorar desde que desperté, y envuelta en una sábana sigo el paso de mis hermanos mayores, que lo único que tratan de hacer es llevarse de todo un poco en las maletas, así que prácticamente se encuentran vaciando la casa sin piedad alguna.

— No, esa foto no vas a llevarte — me cruzo frente al mueble gigante de la sala que guarda fotografías de cuando éramos niños.

— No tengo recuerdos míos en México — Santiago intenta convencerme con su par de ojos color miel.

— ¿Por qué necesitarías fotos de cuando eras niño?

— Porqué sí, hazte a un lado.

Sin ser agresivo, me obliga a moverme y abre las puertas de cristal para sacar la fotografía.
Eso sólo desencadena un tipo de efecto dominó y terminan cayéndose unas cuantas cosas más al suelo.

Me adelanto a levantarlas antes que él, y los recuerdos lindos llegan a mi memoria en cuanto descubro más fotografías.
Hay algunas dónde aparecemos nosotros tres, otras en las que también están papá y mamá, pero ninguna me llama tanto la atención como la última que levanté.

Soy yo, en el colegio. Tengo quizás unos doce años, y estoy rodeada de un grupo de chicos en una clase de música.
Es muy fácil reconocer algunas caras. Pero entre todas las personas que aparecen, sólo soy capaz de mirar a uno. Al que está justo a mi lado. Ese que sonríe enormemente y lleva consigo la inolvidable guitarra roja que recibió en un cumpleaños.

— Ese es Villamil — Santiago me hace volver de los recuerdos. Cambio rápido de fotografía - ¿Ya no son amigos?

— ¿Qué? — lo miro.

— Que ese es Villamil, te digo.

— Ah, sí.

— ¿Ya no son amigos?

— ¿Por qué la pregunta? — vuelvo la mirada hacia él.

—  Desde que regresamos de Cartagena no ha venido ni una sola vez a verte, eso no es normal — se burló, y Daniel decidió hacerle segundas.

— Tiene una banda, no sé si lo olvidaron. Seguro está ocupado — mentí, descaradamente.

— Bueno, sí, pero siempre ha tenido días ocupados. Jugaba fútbol todas las tardes, tomaba clases de música, y aún así siempre estuvo aquí.

— Yo siempre pensé que se gustaban, ¿Tú no? — Daniel miró a Santiago, asintieron, y después me miraron a mi.

— Que tonterías dicen.

Regresé a su lugar todas las cosas que se habían caído, excepto las fotografías.
Esas las llevé conmigo a mi habitación para poder verlas detenidamente.
Sobretodo esa última; esa dónde aparece Villamil.

No sé si es la situación actual que hay entre nosotros la que me hace sólo poder verlo a él en esa fotografía; o si es por los recuerdos que trae la muy memorable guitarra roja que antes llevaba a todos lados y que aún conserva en su habitación, o si es cualquier otra razón que no soy capaz de recordar ahora mismo.

Saqué mi teléfono del buró junto a mi cama, y sin prestarle atención a todas las notificaciones recientes que tenía, le tomé una foto a esa foto.

En otro momento, le habría enviado esa imagen a él con el comentario más tonto que se me pudiera ocurrir.
Pero, hoy no soy capaz de hacerlo porque ni siquiera sé cómo empezar una conversación.

• • •

5:00 pm
Papá salió temprano de su trabajo para poder estar presente en la despedida de mis hermanos.
Mamá está hecha un mar de lágrimas desde hace como dos horas, y yo sólo intento no prestarle mucha atención porque sé que lloraré también, como la primera vez que se fueron.

Hay más maletas que cuando llegaron. Son de Santiago.
No sé porque tengo la ligera sospecha de que en realidad, es una especie de aviso de que está mudandose de manera permanente pero no sabe cómo decirlo.

— Bueno, me avisaran cuando lleguen, ¿Verdad? — los miré. Ambos asintieron. Abracé primero al mediano, a Daniel, y por último a Santi — Está todo bien, ¿Cierto?

— Claro, ¿Por qué no lo estaría? — habló en voz baja.

— Porqué tengo sospechas de que te estás yendo de Bogotá sin intenciones de regresar más que de visita.

Ojalá no le hubiera dicho eso.
Ocultó una sonrisa para no hacerlo tan obvio, pero la forma en la que le brillaron los ojos, me lo confirmó todo.

Sentí mi corazón romperse en pedacitos.
Lo abracé muy fuerte, y ahora no hubo nada que impidiera mis lágrimas.

— No le digas nada a mi mamá, se terminará de deshidratar hoy mismo — dijo, y reímos.

— ¿De verdad vas a quedarte allá?

— No te lo puedo asegurar, pero es el plan... Además, conocí a alguien muy especial que quiero que conozcan, pero será después.

Ahí estaba la respuesta. Se enamoró.

Se despidió dándome un beso en la frente, y regresé junto a mis papás, para verlos alejarse.

Ese silencio que queda después de todo, es difícil de manejar. No sabes que hacer, que decir, o que proponer para quitarle la tristeza a ti y al resto.

Y por si las emociones no habían sido suficientes ya, la vida creyó que era muy necesario ponerme de frente al tipo que no quería ver en un tiempo.

No estaba sólo. Juan Pablo Isaza, Simón Vargas y Martín Vargas venían junto con él, y todo el alboroto y las risas con las que habían entrado los cuatro al aeropuerto, terminaron en cuanto me vieron ahí.

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