Capítulo 2: Piraña

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LORENZO

—El contrato debía firmarlo después de hablar conmigo, y todavía si quería.

Tania se burla de lo que le digo mientras pincha su almuerzo. Estamos en la caferería de la empresa, Paloma nos queda a un par de metros, por lo que mi voz es lo suficientemente baja para que no nos oiga. Ella parece muy tranquila, comiéndose un sándwich.

Y a mí aquí, llevándome la fregada.

—¿Para sentirte poderoso? —Me pellizca una mejilla, como si fuera un bebé—. Oh, pobrecito jefe, no le gustó que su nueva asistente aceptara el reto como toda una dama. ¿Qué creías que haría, Lorenzo?

—¿Sentirse humillada y decir que no? ¿Hacer drama e insultarme? ¿Decirme lo mucho que me odia?

Tania pone los ojos en blanco.

—El dramático aquí es otro. —Mira discretamente a Paloma—. La gente busca trabajo porque necesita trabajo, Lorenzo, ella no iba a desaprovechar la oportunidad. Además, ¿notaste lo eficiente que es? Ha organizado en tres horas todo tu mes, ni siquiera me pidió ayuda como lo hacía tu anterior asistente, lo único que hizo fue pedirme una agenda, me parece que cumplirá su promesa y tú, señor ridículo, te tragarás tus palabras.

Se levanta de su silla, dando por terminado su almuerzo y se aleja, pasando por un lado de Paloma y dedicándole una sonrisa que esta le devuelve amablemente.

¿Dónde quedó aquella chica que siempre me daba guerra? Ahora se ve y actúa diferente. Su cabello está corto ahora, le llega a los hombros, incluso noto que parece habérselo cortado recientemente porque tiene esa extraña reacción de intentar acomodárselo como si lo llevara más largo. Cuando se levanta del comedor, noto que también es más alta, aunque eso se lo atribuyo a los tacones y al traje que trae que además le moldea el cuerpo.

Verla ahora hace que se me borre un poco el cómo era antes. Es extraño, pero no me voy a confiar fácilmente, puede que solo sea pura pantalla... ¿no?

***

—Señor Castro, ¿necesita algo más por hoy? —Paloma entra, con la sonrisa forzada que ha llevado todo el día.

Reviso la hora. Son casi las tres. Tomo una gran bocanada de aire y la veo, analizándola.

—¿Por qué? —Pregunto, pero ella cree que es por su pregunta anterior, así que me confirma que es su hora de salida—. No, Paloma, ¿por qué te rendiste?

—Jamás he estado compitiendo contigo. —Se encoje de hombros—. No sé qué era lo que esperabas de mí.

Parece tan, pero tan despreocupada por las cosas. O quizá sea impresión mía. Solo sé que ella de verdad no es aquella chica que se esforzaba para sacar buenas notas y presumía que iría a la universidad. Aquella que imaginaba con un título universitario que me restregaría en la cara mientras yo le.restregaba el mío. Y nos reiríamos de esto... ¿no?

—Bueno, hoy esperaba que pujaras tu odio hacia mí, pensando que soy un imbécil.

Su risa retumba en toda mi oficina, lo que me hace pegar un salto por lo burlona que suena, demostrando que de verdad piensa eso.

—Sí pienso que eres un imbécil, pero eres mi jefe, no quiero que me despidas por "pujar odio hacia a ti", además, ni siquiera te odio. —Se cruza de brazos—. No sé de dónde sacas eso.

—¿No me odias? Pero si en prepa tú...

Vuelve a reírse, haciendo que me calle.

—Ya no estamos en prepa, Lorenzo. —El modo en el que pronuncia mi nombre me causa escalofríos—. Eres un adulto, yo soy una adulta, yo maduré, deberías hacerlo tú también, es sano... ¿ya puedo irme?

Te debo mi odio©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora