Capítulo 6: Recuerdos

244 61 21
                                    

LORENZO

Despierto con el sonido de un diminuto llanto no es aparatoso pero me resulta extraño escucharlo tan cerca. Me siento tan cómodo, pero sé que, quien esté llorando así, necesita que alguien le dé atención.

Abro los ojos y me encuentro con una escena de la cual no tengo ni idea de cómo es que terminó así. Paloma está acostada en mi cama y también está su bebé quién es el que llora. Mi brazo está alrededor de su estómago y ni siquiera sé qué hacen aquí. Aún así, analizo que probablemente la llamé ayer que me sentía mal, o no lo sé, aún estoy mareado.

Me levanto sin hacer mucho escándalo y tomo al niño en brazos. Salgo de la habitación, sin exactamente tener idea de qué es lo que tengo que hacer en este momento. Tengo sueño y me siento enfermo aún.

—Tranquilo, Mariano, vamos a ver si tu mamá trajo algo. —Creo recordar que tenía en su espalda una mochila morada—. ¿Tienes hambre, Pirañita?

Me río. Paloma me matará si escucha que le acabo de decir así.

Qué bueno que no le voy a decir.

Encuentro la mochila al lado del sofá en el suelo, se la quité yo mismo cuando la llevé a la cama. Dentro hay varios pañales, tres biberones vacíos, una lata de leche y un termo de, lo que asumo, agua tibia.

Con cuidado, pongo al niño en el sofá y, siguiendo las instrucciones en la lata, le preparo un biberón. Después lo vuelvo a tomar y me regreso a la habitación para acostarme mientras voy batiendo el biberón. Paloma ahora está acomodada volteando para mi lado, por lo que Mariano nos termina quedando en medio.

Desde esa posición, mientras sostengo el biberón para dárselo al bebé, noto que Paloma trae la blusa un poco levantada, por lo que una de sus marcas queda a mi vista. Procurando que ella no se despierte, me tomo el atrevimiento de levantársela un poco más para ver bien sus cicatrices. No son exageradamente muy marcadas, pero sí notorias, sí llaman la atención.

Siento las mismas ganas de llorar que sentí el viernes por la tarde, cuando me imaginé lo que pudo haberle pasado. Por un momento pensé que ella pudo haberlas hecho, que se cortaba o algo así, pero las quemaduras de cigarrillo me dieron otra idea. Una totalmente terrible.

A ella le hicieron daño, la cortaron, la quemaron, la torturaron.

Pongo mi mano, enteramente, en su barriga y se me salen las lágrimas.

—¿Quién se atrevió a hacerte daño, Piraña? —Cierro los ojos, contendiéndome para no despertarla—. ¿A caso fue el progenitor de Mariano? ¿Ese desgraciado se atrevió a hacerte eso?

Quizá su relación fue un completo infierno, él seguro la dañó de muchos otros modos.

Dejo caer mi mano en su estómago y la mantengo ahí, pensando y sobrepensando. No puedo dar por terminada mi curiosidad hasta que ella me lo cuente. Lo necesito, y no hay forma en la que yo crea que en realidad no lo hago.

***

El caliente sol de inicios de verano me hacen despertarme con una mueca. Seguramente dejé la condenada ventana abierta, caray. Abro un ojo para verificarlo, sin embargo, no son los rayos del sol los que captan por entero mi atención, sino la cara de Paloma que está cerca de la mía y, en medio de los dos, está el pequeño rostro de su hijo. Se me acelera el pecho cuando también noto la posición en la que nos encontramos además de nuestros rostros tan cerca. Ella abraza los piececitos de Mariano, dejando un poco cerca su mano en mi pecho y una de sus piernas está sobre mi rodilla, mientras que yo me explayé, abrazando por completo su cintura.

Ella va a matarme si se da cuenta.

Dios, ¿por qué la llamé? Qué pena, qué igualado me estoy viendo con ella. ¿Qué demonios estoy haciendo?

Te debo mi odio©Where stories live. Discover now