Capítulo 7: Amigos

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PALOMA

Hernan Lagos era conocido como el esposo perfecto y el amoroso padre. El respetable hombre que siempre provenía bien a su familia y además era buen vecino. Y, para ellos, Macrina, mi madre, era una mujer tan afortunada por tenerlo a su lado.

Pero nadie sabía que en realidad casi no estaba. Que en realidad le caían mal sus vecinos, que apenas si provenía y casi todo se lo gastaba en apuestas, que era un esposo distante y un padre ausente que solo fingía en público. Mi madre siempre decía que nos amaba, pero tenía formas diferentes a la nuestra de demostrarlo.

Lo admito, él no era malo, ni golpeador, ni grosero, pero nunca estaba, y, cuando lo estuvo...

—Él les debía dinero a un grupo de personas que, según palabras de ellos mismos, no eran malos, sólo querían su dinero. —No puedo separarme del pecho de Lorenzo, ni siquiera quiero verlo a la cara mientras hablo—. Creyeron que él se dignaría a pagarles si sabía que su hija estaba en peligro, pero mi papá solo dijo que, aunque me cortaran un dedo y se los mandaran por correo, no cedería y que se fueran al diablo.

Lorenzo me apretuja más a él, parece que comparte el sentimiento que yo sentí ese día.

Rabia.

—Estuve como media semana ahí hasta que se me salió decirles que yo pagaría la deuda. Aunque creo que me tuvieron lástima. Comencé a trabajar en muchas cosas para lograr pagar, por eso ya ni siquiera volví para la graduación. —Tomo una buena cantidad de aire y después lo suelto—. El día que me llevaron, llegué tarde a casa porque me detuve en una tienda de chácharas para llevarle un regalo de cumpleaños a mi mamá, le había robado dinero a papá para llevarla a comer también, le prometí hacerlo en cuanto terminaran las clases.

De haber llegado antes, la habría sacado de la casa y esos hombres no la hubieran acribillado, preguntándo por mi papá. De haber llegado antes, a lo mejor ella no se hubiera obligado a dejar se hablar por el trauma.

—Tus cicatrices... —Intenta preguntar pero le cuesta trabajo lograr palabras. Está conmocionado.

—Me cortaban por cada peso que me faltara mientras abonaba la deuda, me pedían novecientos pesos por semana y, con lo torpe que me volví, a veces se me caía el dinero. Cuando me tuvieron encerrada, me apagaron varias colillas de cigarrillos en los hombros, pensando en que me sacarían información del paradero de mi papá. Yo solo les dije que nos había abandonado unos días antes y no me creían, me golpearon porque según era una mentirosa.

Recuerdo que, el único que me creyó e hizo que pararan de lastimarme, fue Rafael... el padre de Mariano.

—Era mucho dinero el que les debía, así que terminé de pagar la deuda el día que me enteré que estaba embarazada.

Acelerado, me separa de tajo. Su cara de terror me hace saber lo que piensa antes de que me lo diga.

—Dime que no te...

—No, no —digo rápido—. Mariano fue concebido por amor.

Se me hace un hueco en el estómago, pero me río sin gracia para amortiguar el sentimiento.

—Bueno, consensuado, más bien, amor nunca hubo, al menos no de ambas partes, supongo. Pero no quiero hablar de ese hombre contigo, Lorenzo, me da vergüenza. —Me seco las lágrimas con mi mano. Lorenzo tiene las suyas ocupadas en mis hombros y una parte de mí quiere que vuelva a abrazarme, pero la otra, la racional, experimenta esa vergüenza de la que hablo, ya no quiero hablar más, he comedido un error—. Vale, ya no quiero hablar de esto, tengo que irme, qué pena contigo.

Intento separarme para ir por mi hijo y huir de todo esto. No debí hablarlo.

¡Qué tonta, qué tonta, qué tonta!

Te debo mi odio©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora