5. CLIMA INESPERADO

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Aquella última semana había sido estresante y relajante a la vez. Yo era una persona que siempre estaba en movimiento, incapaz de quedarme quieta por mucho tiempo. Pero esos días, paradójicamente, se habían vuelto lentos, tranquilos y aburridos, sumiendo mi agitada existencia en una extraña quietud.

Había pasado una semana desde el pequeño roce que tuve con Isak, y, por supuesto, no lo había vuelto a ver.  Había desaparecido por completo, aunque yo tampoco hice ningún esfuerzo por buscarlo. Durante esos días, me había limitado a quedarme en casa, parada en la entrada, contemplando el tiempo pasar. La ausencia de su presencia había creado un vacío inesperado, y aunque mi naturaleza inquieta me incitaba a buscar respuestas, había decidido dejar que el tiempo decidiera lo que tenía que hacer.

Había tenido mucho tiempo para echar de menos a mi mejor amiga, Olivia, pero no había podido llamarla. La cobertura parecía haberse esfumado junto con mi capacidad de comunicarme con el mundo exterior. Estaba como en una burbuja. Era extraño cómo la falta de señal podía hacerte sentir tan desconectada. Me preguntaba cómo estaría ella, qué historias nuevas tendría para contarme y si aún recordaría nuestros momentos de risas compartidas.

Añoraba una costumbre que solía tener en Australia: salir a pasear por la ciudad, tomar un café sola y simplemente observar la vida que fluía a mi alrededor. Hoy, ese anhelo era tan fuerte que me impulsaba a salir de mi refugio y aventurarme.

Opté por avanzar a pie con precaución, dejando atrás la moto de nieve después de aquel incidente.

A cada paso que daba me adentraba más en el poblado. Las calles eran estrechas y solitarias. Aquí no tenías que romperte el cuello al mirar la altitud de cada edificio como allí. Las casas eran todas igual de coloridas que la mía y hacían que este lugar se viera con más vida.

En el centro, había un espacio que parecía la plaza del pueblo. Una muy pequeña. Las pocas personas del lugar, bien abrigadas, se saludaban amigablemente mientras iban hacia las escasas tiendas que los rodeaban.

Llegué a una pequeña cafetería y la dueña del local me recibió con una enorme sonrisa que inundó el lugar. Era una señora mayor de unos 70 años con el pelo rubio y la piel clara. Elegí un rincón junto a la ventana y ordené un chocolate caliente.

Además, consulté sobre la contraseña del wifi, pero la mujer me informó que en ese pueblo no había servicio de internet. Me sorprendió bastante, ya que en la casa de Isak sí había conseguido conectarme a la red.

Mientras observaba por la ventana en la espera, la señora mayor, dueña del lugar, se acercó con una bandeja que sostenía una taza humeante.

—Aquí tienes tu chocolate caliente, querida. Espero que te reconforte en este día frío —dijo con una suave voz que reflejaba años de experiencia y bondad—. ¿Eres nueva aquí verdad?

—Sí, bueno en realidad llegué hace más de una semana pero he salido muy poco de casa por la nieve. Supongo que no estoy muy acostumbrada.

—Es normal al principio, aunque aún no has visto nevar, aquí lo hace siempre fuertemente.

Después de una gran conversación y un sabroso chocolate caliente, me despedí y di unos pasos fuera de la cafetería. De repente, como si la mujer lo hubiese manifestado, comenzaron a caer suavemente los primeros copos de nieve, envolviendo el paisaje en una atmósfera mágica.

Era la primera vez en toda mi vida que veía nevar en directo. Caminé lentamente, admirando la nieve que se acumulaba en los techos y ramas.

Sin previo aviso, como ya había dicho la señora, la nevada se intensificó, transformando la escena en un remolino de copos danzantes. Sintiendo la emoción del momento, decidí correr para refugiarme de la intensidad de la nevada.

LA PRIMERA NOCHE POLARWhere stories live. Discover now