chapter XIII

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—Quién le gustaría continuar—pregunto una de las moiras

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—Quién le gustaría continuar—pregunto una de las moiras

—yo—dijo perezosamente un hijo de hipnos

mi cena se desvanece en humo—leyo

La historia del incidente en el lavabo se extendió de inmediato. Dondequiera que iba, los campistas me señalaban y murmuraban algo sobre el episodio. O puede que sólo miraran a Annabeth, que seguía
bastante empapada.

Me enseñó unos cuantos sitios más: el taller de metal (donde los chicos forjaban sus propias espadas),
el taller de artes y oficios (donde los sátiros pulían una estatua de mármol gigante de un hombre cabra),
el rocódromo, que en realidad consistía en dos muros enfrentados que se sacudían violentamente,
arrojaban piedras, despedían lava y chocaban uno contra otro si no llegabas arriba con la suficiente
celeridad.
Por último, regresamos al lago de las canoas, donde un sendero conducía de vuelta a las cabañas.

—Tengo que entrenar —dijo Annabeth sin más—. La cena es a las siete y media. Sólo tienes que seguir
desde tu cabaña hasta el comedor.

—Annabeth, siento lo ocurrido en el lavabo.

—No importa.

—No ha sido culpa mía

En el olimpo miraron a nerea como si hubiera dicho la tontería más grande del mundo pero luego recalcaron que ella ni siquiera sabía de sus poderes

Me miró con aire escéptico, y reparé en que sí había sido culpa mía. Había provocado que el agua
saliera disparada desde todos los grifos. No entendía cómo, pero los baños me habían respondido. Las
tuberías y yo nos habíamos convertido en una.

—Tienes que hablar con el Oráculo —dijo Annabeth

—¿Con quién?

—No con quién, sino con qué. El Oráculo. Se lo pediré a Quirón.

Miré el fondo del lago, deseando que alguien me diera una respuesta directa por una vez.
No esperaba que nadie me devolviera la mirada desde el fondo, así que me quedé de una pieza cuando noté que había dos adolescentes sentadas con las piernas cruzadas en la base del embarcadero, a unos seis metros de profundidad. Llevaban pantalones vaqueros y camisetas verde brillante, y la melena
castaña les flotaba suelta por los hombros mientras los pececillos las atravesaban en toda direcciones.

Sonrieron y me saludaron como si fuera una amiga que no veían desde hacía mucho tiempo.
Atónita, les devolví el saludo

—debieron sentir que eres hija del mar—dijo poseidon sonriente

No las animes —me avisó Annabeth—. Las náyades son terribles como novias.

—¿Náyades? —repetí, y sentí que aquello me superaba—. Hasta aquí hemos llegado. Quiero volver a
casa ahora.

NAZ-[PJO]-wtmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora