capítulo iii

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capítulo tres,

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            EL FRÍO DE LA HABITACIÓN LOS RODEA, UN INVITADO NO bienvenido que ha llegado para quedarse e incomodarlos con su presencia. Pero también un fuego que crece dentro de cada uno de ellos, caluroso y sofocante, que provoca que se remuevan en sus asientos y eviten mirarse para no quemarse. El silencio cuelga sobre ellos y el chirriar de los cubiertos contra los platos resulta a su vez ensordecedor.

Samara no quiere estar allí. No quiere ver el rostro austero de su madre ni el compungido de su padre. No quiere comer lo que ellos hicieron. No quiere beber agua y verlos pasar el vino frente a su rostro como si se burlaran. No quiere estar en presencia de ellos en el aniversario de la muerte de su hermano. Simplemente no quiere. Es realmente jodido.

No desea estar allí y se pregunta una y otra vez porque aceptó la propuesta. Se pregunta porque no inventó una excusa y se quedó en su casa bebiendo hasta quedar inconsciente. Pero es tan simple como el hecho de que extraña a sus padres. Al menos extraña los padres que eran cuando su hermano todavía vivía, cuando su madre sonreía y su padre hablaba animadamente de las carreras de Fórmula 1 y Moto GP y hacía planes para ir a verlas, planes que nunca logró concretar y de los que ya no habla. Planes que su madre alentaba, antes de que la mueca de desdén se fijara en su rostro cada vez que lo mira.

Ahora ni siquiera duermen en la misma cama, aunque ella no lo sabe. La fisura se ha convertido en una grieta y, sin importar cuánto se hayan esmerado por cerrarla, parece que los intentos solo lo empeoran. El problema es que la fisura siempre estuvo, incluso antes de que sus hijos nacieran, y nunca fueron capaces de amarse como debían, o como el resto parecía hacerlo. Si Mariana no hubiera quedado embarazada en el momento en que lo hizo, eventualmente uno de los dos hubiera tomado la decisión de separarse. Pero se casaron y tuvieron otro hijo y quedaron estancados en una casa demasiado pequeña en la que no pueden evitarse.

A veces, cuando la luna aparece por la ventana de su habitación —que antes le pertenecía a Samara—, Mariana se imagina muy, muy lejos de allí. A veces se encuentra en España, otras en Italia o Francia, tomando vino hasta altas horas de la noche y comiendo uvas. De día cuida su hermoso parque y cuando llega su marido (que no es Roberto, este marido no tiene rostro), lo espera con la cena lista y él la toma entre sus brazos y bailan alrededor de la sala. La comida se enfría, pero sus cuerpos se calientan con la cercanía y el amor irradia de sus poros y nada es tan perfecto como estar allí.

la marca del cazador ━━ original ♱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora