Capítulo 2: Casa Sola

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Dicen que la peor manera de empezar una historia es con el protagonista comenzando su día, así que eso es exactamente lo que vamos a hacer.

Con el primero de los rayos del sol se levantó Maliray, decidida a provechar cada minuto sin responsabilidades. Se puso un vestido corto y un sombrero para el calor estival, tomó su bolso y se encaminó a la puerta, sólo para ser interceptada por su padre.

—¡Maliray! Buenos días. ¿Qué haces despierta tan temprano?

—¡Hola papá! —dijo la niña, dubitativa — Quiero ir a la feria con unos amigos. ¿Y tú?

—Siempre me levanto a esta hora. Aunque no lo creas, el desayuno no se hace sólo.

Ella se limitó a esbozar una sonrisita, evidentemente incomodada por el chiste.

—No, la verdad es que quería hablar contigo sobre algo.

Apenas terminó la frase una mujer morena, esbelta y que aparentaba unos 25 atravesó la puerta. Alguien le habría dado la llave.

—¡Hola Yāsov! —dijo ella, con la alegría que la caracterizaba —¿Ya nos vamos? Si no nos damos prisa, se nos irá el tren.

—Ya voy, ya voy, todavía no le digo a mi hija. Maliray, ya conoces a Hēlin, mi compañera de trabajo.

Y bien que la conocía. Había venido ocho veces en la semana. A veces pensaba que le interesaba su papá.

—¡Hola Maliray! Resulta que en Kothārifols habrá una feria de inventos y..., ¡al GENIO de tu papá lo invitaron a presentar su cristalizador sonoro!

—¿Tu qué?

—La grabadora, pero Hēlin creyó que necesitaba un título más llamativo. La cuestión es que es un viaje de tres días, mas uno de la feria, así que te quedarás sola lo que queda de las vacaciones. ¿No tienes problema con eso, verdad?

—No, claro que no. Me gustaría ir contigo, pero si no se puede, encontraré algo que hacer. —dijo ella, tratando sin éxito de ocultar su emoción.

—Está bien, pues nos vamos. —dijo Yāsov, dándole un abrazo a su hija. —Cuídate mucho. ¡Y trata de no quemar la casa! —Y, al decir esto, cruzó la puerta y se perdió en el horizonte.

Maliray no tardó mucho en salir. Tal y como dijo, pensaba ir a la feria con unos amigos, y de camino pasó por la casa de su mejor amiga, que es tan irrelevante que ni siquiera merece ser llamada por su nombre.

—Ya debería estar lista —dijo Maliray para sí, antes de llamar al timbre. —¡Ho... Oh!

Cuál sería su sorpresa al ver que le abrió la puerta un muchacho, sobre todo sabiendo que ella es hija única. Una voz familiar gritó desde adentro de la casa.

—¡Ya voy, no te molestes en abrir! —su amiga apareció detrás del joven, y, apartándolo, continuó —Cariño, ¿puedes ordenar el desayuno? Me gustan los mariscos. —Resignado, el joven las dejó solas, depositando un beso en los labios de su anfitriona.

—¿Qué pasó? ¡Íbamos a ir a la feria juntas!

—Lo sé, pero de improviso me quedé con la casa sola y llegó mi novio y, pues tú sabes, había que aprovechar. Ya sabes que vamos a hacer, ¿verdad?

—No, no lo sé. Lo mejor que había para hacer hoy era la feria.

—Oh, es verdad. Olvidé lo inocente que eras. Probablemente jugaremos ajedrez, o algo así.
Además, así podrás ir sola con Dzaroth. —y, a la velocidad del Alimbar, fue a ver si la marrana había puesto ya.

—Pero eso era precisamente lo que quería evitar...

A pesar de su inocencia, ella sabía perfectamente que las intenciones de Dzaroth no eran del todo buenas. Algo se aprende de las escuelas públicas cuando, de la nada, una compañera engorda inexplicablemente nada más conseguir novio. Aunque no estaba muy segura de pasaba, tuvo algunas amigas a las que no volvió a ver en la escuela después de eso. No sabía el porqué, pero no quería que le pasara eso. Y algo le decía que Dzaroth tenía otros planes.

Sea como fuere, dada la situación de su amiga, se vio obligada a pasar el día entero a solas con Dzaroth. Al menos ella tenía la cara de no huir de sus compromisos.

Roca de mis entrañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora