Capítulo 5: El Templo de Rejil

0 0 0
                                    

ADVERTENCIA: ESTE CAPÍTULO NO ES +18 PER SE, PERO PUEDE CONTENER ANALOGÍAS QUE RESULTEN SENSIBLES PARA MENORES DE EDAD. SE RECOMIENDA PREVIA LECTURA POR UN ADULTO RESPONSABLE.

La ciudad de Jivārat se erige alrededor de un templo de roca volcánica de un estilo arquitectónico peculiar: sobre un zócalo cuadrado de alrededor de 250 metros de lado se erige una estructura cónica de 75 metros de radio y 200 de alto, rodeada por estatuas de las distintas divinidades. En cada esquina se levanta una torre, cada una con función distinta: En la primera vive el sacerdote y sus acólitos, encargados del culto a Rejil; en la segunda vive y trabaja el Alcalde, que gobierna la parte civil de la ciudad; en la tercera habita el Ministro de Defensa y el de Justicia, encargados de la seguridad de la ciudad; y por último está el Banco, donde vive el Ministro de Economía. Aún así, un solo hombre suele tener estas cuatro casas.
Además la cima de cada torre se utiliza para la vigilancia. Aunque la fiesta estaba dedicada a Rejil, luego del anochecer nadie le prestaba atención realmente al templo. Con excepción de los guardias y las estatuas, el lugar era un desierto.

Esto complicaba bastante el acceso al templo de manera furtiva, pero no era imposible. Cada hora se realizaba un cambio de guardia en cada torre, y nuestros héroes aprovecharon uno para acceder al zócalo. Luego, mezclándose con las estatuas, lograron acercarse paulatinamente al templo, hasta que al fin lograron entrar.

El Templo por dentro era todavía más impresionante: Había cuatro portales, uno para cada torre, y cada uno con esculturas y relieves dedicados a partes de la leyenda de Rejil: su vida mortal, su juicio y divinización, el asedio del pueblo anterior y la fundación de la ciudad. Murales y mosaicos con acontecimientos históricos y legendarios adornaban el techo y las paredes, que se fundían en una sola. Del techo colgaba un gran candelabro que, de ordinario, alumbraría el templo entero, pero ahora estaba apagado: no debería haber nadie ahí.

Silenciosamente, ambos amigos se acercaron al centro del templo, donde yacía una roca bastante grande, pero que solo servía de pedestal para la verdadera atracción del lugar: una pequeña roca negruzca y liza que nuestros héroes reconocieron al instante.

—Ahí está. El Monolito de las Cenizas.

Maliray no contestó. Demasiadas cosas pasaban por su cabeza en ese momento. "¡Es tan hermoso!, ¡Esto no está bien!, ¿Y si nos descubren?, En serio quiero tocarlo..." Esos son sólo algunos de los pensamientos que tenía, y cómo no iba a tenerlos. Lo que estaba a punto de hacer iba podría cambiar su vida, sólo que aún no lo sabía.

—¿Qué estás esperando, Maliray? ¿Acaso tienes miedo?

Lo tenía, pero respiró profundo y dijo:

—¿Miedo yo? Claro que no. Dame un guante, por favor.

Ya con los guantes puestos, se dispusieron a tocar el sagrado objeto.

—Vamos despacio, es tu primera vez. 

—Espera, ¿ya lo has hecho antes?

—Nunca acompañado. Dicen que se siente infinitamente mejor. A ver, a la cuenta de tres. Uno, dos, tres.

Al mismo tiempo tocaron la roca. Ella dejó escapar un pequeño quejido de placer.

—¡Baja la voz, nos descubrirán

—¡Lo siento! —susurró ella —Es sólo que se siente increíble. —Volteó a mirar su mano, y la vio enrojecida y, cuando estaba a punto de gritar, una mano le cubrió la boca.

—¡Tranquila! Es normal en las mujeres cuando tienen su primera vez, no estás herida. Vamos a seguir.

—¿Cómo que a seguir?

—¡No pasará nada si sólo lo haces una vez! Debes de hacerlo repetidas veces, como acariciarlo.

—¿Así? —ella empezó a acariciar un poco el monolito, y él le guiaba la mano. Pronto empezaron a subir la velocidad, y la sensación de placer era cada vez más grande. A Maliray ya no le importaba si estaba bien o mal, o si los descubrían: después de todo, habría valido la pena. —Espera. Quiero intentar algo —pausó un momento y se quitó el guante. —Quiero hacerlo al natural.

—Quién lo hubiera creído de tí. Vamos, ya estamos cerca.

—¿Cerca de qué?

—De la mejor parte.

Sus manos se empezaron a humedecer por el sudor y el monolito se empezó a aclarar. Primero levemente, casi imperceptible, pero luego fue evidente. Conforme subía la velocidad, subía su ritmo cardiaco, su temperatura corporal y el brillo de la piedra, así como el placer que sentían.

—¿Estás lista? —la piedra se iluminó y estalló en brillo, parecía que tuvieran el sol en sus manos. Ninguno de los dos jamás había sentido tanto placer en sus vidas. Habían tomado una decisión que cambiaría sus vidas, para siempre.

Después de un momento para recuperar el aliento, Dzaroth rompió el silencio.

—Eso... fue... ¡increíble! ¿O no? —Pero Maliray estaba acurrucada en posición fetal, parecía que estaba llorando.

—¿Qué he hecho? ¿¡Qué acabo de hacer!?

—Nada grave, no te preocupes. Las primeras veces generas un cargo de conciencia. Ven, te llevaré a tu casa.

Con todos los sentimientos que tenían ahora, la huida se complicó más que la entrada, pero dijeron que sólo habían venido a adorar a Rejil por la festividad, así que sólo los reprendieron y los sacaron de ahí. 

Tras una larga y silenciosa caminata, al fin llegaron a la casa de Maliray.

—Bien, esta es tu casa. Nos vemos.

—Sí. —La joven atravesó la puerta, pero antes de cerrar, volteó y dijo: —Dzaroth. Gracias. —Le sonrió dulcemente y se metió a su casa. 

Quizás haya sido un error, pero estaba feliz de haberlo cometido. 

Roca de mis entrañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora