Trapos sucios

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Con un zumbido mecánico y el siseo de aire comprimido, las puertas del metro se deslizan abiertas, revelando el bullicio que se agolpa en el andén. Conway, con una serenidad inusual, asciende al vagón de la línea catorce, buscando un refugio hasta la llegada a su trabajo. Sin embargo, su tranquilidad dura hasta el momento en que pone un pie en el interior del metro y nota que este está inusualmente atestado por un mar de cuerpos y alientos que llenan cada rincón.
Busca con la mirada su asiento acostumbrado, esperando ese pequeño oasis de calma en su viaje diario, pero una vez más, el destino no juega a su favor; no hay rastro de la familiar tapicería azul, ahora eclipsada por una ocupante ajena a su rutina.
¿Por qué siempre son las viejas? Pensó.
Tragando su decepción, se resigna a permanecer de pie.
Su expresión se torna rápidamente a una de fastidio. Se aferra a la barra de seguridad, sintiendo el metal frío contra su palma, un recordatorio tangible de su pequeña derrota. El tren arranca con un tirón, y él se mece al ritmo de los raíles.
El paisaje se desdibuja tras las ventanas empañadas mientras Conway intentaba sumergirse en sus pensamientos, reflexionando sobre lo mucho que extraña el concepto de espacio personal, quizá de forma exagerada, se arrepentía por no haber apreciado lo suficiente aquellos momentos en los que su asiento estaba libre y no tenía que tener contacto con ninguna otra persona.
Su mirada inquieta, buscaba un espacio vacío en aquel desierto de gente. Y allí, entre la marea humana, divisó un rostro conocido. El músico se veía igual de incómodo que él en una de las esquinas del vagón.
Con un suspiro que mezclaba alivio y resignación, se abrió paso entre la multitud, cada paso un cálculo, cada movimiento un baile forzado. Pero a medida que se acercaba, notó la tensión en el rostro de Toni, una incomodidad que parecía reflejar la suya propia. Se detuvo un momento tratando de leer la situación. El músico, rodeado de un grupo de chicas, era el centro de una atención no deseada. Con una sonrisa que a ratos parecía más una mueca, se aferraba al brazo de su hermano, como si este fuera a sacarlo de aquella situación en cualquier momento. Las preguntas vuelan hacia Toni, y aunque claramente se siente fuera de lugar, responde con una gracia forzada.
Carlo, por otro lado, no tenía la misma paciencia ni la cortesía fingida; su rostro era un libro abierto de fastidio absoluto. No parecía tener interés en disimular su disgusto. Su mirada es una clara señal de que preferiría estar en cualquier otro lugar en el cual él y su hermano fueran dejados en paz.
Conway siente una mezcla de empatía y diversión. La incomodidad de Toni es palpable, y Carlo es una oda a la paciencia agotada. Pero hay algo genuinamente humano en la interacción.
No había tenido antes el placer de ver al músico tan incómodo, al punto de buscar desesperadamente una salida con la mirada. La forma en que se aferraba disimuladamente al brazo de su hermano lo llenaba de diversión y compasión por su ridícula situación.
Con una sonrisa burlona dibujada en su rostro, decidió hacer una pausa en su búsqueda de un refugio y, en cambio, se dedicó a observar la escena ante él. Cruzó los brazos y se recostó contra uno de los asientos, convirtiéndose en un espectador más del incómodo teatro que se desarrollaba.
Toni, por su parte, parecía acorralado, su espacio personal invadido más allá de lo tolerable. Las chicas, inconscientes o indiferentes a su malestar, se acercaban con una familiaridad que rozaba lo inapropiado haciendo que un sentimiento de molestia comenzará a nacer en el interior de Conway; no había necesidad de tal proximidad en un lugar ya de por sí estrecho. La diversión inicial se desvanecía, dejando lugar a un sentimiento de fastidio que crecía con cada segundo que pasaba.
¿Entenderán el significado del espacio personal? Se preguntó.
Inevitablemente sus ojos se encontraron con los de Toni, Conway sintió la necesidad de apartar la mirada, como si el simple contacto visual pudiera revelar sus pensamientos. Por el rabillo del ojo vio al músico sonreír con alivio antes de despedirse de las chicas, cuya decepción era evidente. Habían perdido el centro de atención que tanto habían disfrutado, y mientras se alejaban, el vagón del metro se sentía un poco más espacioso, un poco menos asfixiante.
Conway fingía estar absorto en el paisaje más allá de la ventana, evitando el contacto visual con los hermanos. Pero Toni, arrastrando a Carlo, se aproximó a él. El hermano del músico, aunque claramente aliviado por la ausencia de las chicas, no pudo ocultar su irritación al ver a Conway, como si la sola presencia de este último fuera una intrusión en su recién recuperada paz.

El músico de la línea catorce - TonwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora