Prólogo

219 74 99
                                    

En un futuro distante, la humanidad había resuelto un dilema existencial: la mortalidad. En este mundo del mañana, la ciencia había alcanzado un hito sin precedentes, desafiando las cadenas del envejecimiento y la eternidad.

A través de un avanzado procedimiento para descodificar el ADN se había revolucionado la forma en que la humanidad entendía su biología. A través de técnicas innovadoras y tecnología de vanguardia, los científicos habían desentrañado los misterios genéticos que regían el proceso de envejecimiento, abriendo prácticamente las puertas hacia la inmortalidad.

Sin embargo, la eterna juventud conllevaba un precio. Los inmortales dependían de una enzima especial para sobrevivir, y el sol, una vez amigo, se había convertido en un enemigo feroz. La descodifación había aumentado la sensibilidad a la radiación solar a niveles vertiginosos, convirtiendo la exposición a la luz solar en una sentencia de muerte para aquellos considerados inmortales. Aunque este nombramiento no era del todo acertado. Podían resistir el paso del tiempo sin envejecer pero seguían siendo vulnerables a los factores externos que podían poner fin a sus vidas. La radiación solar y los accidentes seguían siendo amenazas reales para ellos, recordándoles que, a pesar de su juventud eterna, su existencia estaba lejos de ser invulnerable.

En primer lugar, para protegerse de la amenaza mortal que suponía el Sol, la humanidad había construido vastas ciudades subterráneas interconectadas. Estas urbes subterráneas, que se extendían por varios países, proporcionaban un refugio seguro para los inmortales, protegiéndolos de la radiación solar letal. Sin embargo, la supervivencia de estas ciudades dependía en gran medida de los mortales que permanecían en la superficie. Los mortales proporcionaban los recursos necesarios para mantener las ciudades subterráneas en funcionamiento. Esto solo podía significar una cosa: unos debían morir para que otros fuesen eternos.

En segundo lugar, el proceso de descodificación del ADN involuntariamente desencadenaba la supresión de un gen específico responsable de la producción natural de una enzima importante para mantener la vitalidad, la cual llamaron Eternate. El gen, una vez inhibido, conducía a la pérdida permanente de la capacidad del cuerpo para generar la enzima Eternate de forma natural. En su lugar, los inmortales dependían completamente del suministro de esta enzima a través de procedimientos médicos regulares de mortales que aún mantuvieran la enzima para mantenerse siempre jóvenes.

Al principio, la eterna juventud había sido un secreto celosamente guardado por los altos cargos. Inicialmente, el proceso de descodificación para mantener la juventud eterna se reservó exclusivamente para aquellas  altas esferas del poder. No fue hasta que las ciudades subterráneas comenzaron a emerger como una opción viable para preservar la calidad de vida de los inmortales que la descodificación se ofreció más ampliamente a otros personajes influyentes. Sin embargo, a medida que el secreto se volvía insostenible debido a la construcción masiva de ciudades subterráneas interconectadas, surgieron tensiones.

La población común lamentaba no tener acceso a la eterna juventud. Nadie quería, algún día, desaparecer. Muchos se sentían excluidos de los beneficios de la descodificación, se temía una revolución, y sin la colaboración del mundo estarían acabados. Por lo que, para asegurar un suministro constante de Eternate, se establecieron programas de emparejamiento voluntario entre inmortales y mortales. Los mortales, al aceptar este servicio, no solo se aseguraban un empleo bien remunerado para ellos y sus familias, sino también la posibilidad de recibir la inmortalidad como recompensa al final de su servicio, comprendido entre los veinticinco y cuarenta años, la cual ésta última era la edad máxima recomendada para realizar la descodificación. De esta manera, acallaron muchas voces inquietas, pero no lograron que desaparecieran del todo.

Según los estudios, la edad adecuada para someterse a este cambio como bien se ha dicho, era entre los veinticinco y cuarenta años. Sin embargo, algunos de los primeros sujetos del experimento se encontraron fuera del rango de edad óptimo para someterse al procedimiento. Debido a las limitaciones en la comprensión de las células madre y el proceso de envejecimiento, aquellos que se sometían al procedimiento quedaban congelados en la apariencia que tenían en el momento de la descodificación de su ADN. Aunque no envejecían, sus cuerpos no podían retroceder más en el tiempo, lo que significaba que sus articulaciones y el estado general de su salud se quedaban estancados en esa etapa de sus vidas.

Los hijos de los inmortales, al menos por el momento, no heredaban la descodificación del ADN, pero a medida que alcanzaban la edad establecida, tenían la opción de someterse al procedimiento. Hasta esa edad, podían disfrutar de viajes al mundo exterior para conocerlo antes de tomar la decisión que marcaría el resto de sus vidas.

A pesar de la seguridad que ofrecían inicialmente las ciudades subterráneas, muchos inmortales ansiaban explorar el universo en busca de un lugar donde pudieran vivir sin temor a la radiación solar. Por lo que se comenzó la búsqueda de un nuevo planeta que pudieran llamar hogar. Un globo similar a la Tierra, pero sin la amenaza de la radiación solar, proporcionando un entorno seguro para aquellos que buscaban escapar de las limitaciones de la vida bajo tierra.

Con el tiempo, el número de inmortales creció exponencialmente a medida que más personas ricas y nuevos suministradores de enzima se unían a las filas junto con la reproducción de los inmortales ya existentes. Sin embargo, en el mundo exterior, aunentaba la insatisfacción entre la población pobre, media y aquellos que no tenían la oportunidad de acceder a la eternidad.

El precio de la eternidad #PGP2024Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα