Capítulo 1: Prejuicios (Parte I y II)

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Norman se encontraba en el bullicioso aeropuerto rodeado de otros suministradores de enzima que, como él, habían superado la oposición.

Las escenas de despedida eran desgarradoras: familias abrazándose con fuerza, lágrimas resbalando por los rostros y conversaciones cargadas de significado. Para la mayoría de ellos, este viaje no solo representaba dejar atrás a sus seres queridos durante quince años, sino también la posibilidad de obtener la inmortalidad a los cuarenta.

Mientras observaba la escena, Norman no podía evitar reflexionar sobre la ridícula idea que le parecía obtener una vida inmortal o de mil años. Incluso doscientos años podrían causar estragos en la cordura de cualquier persona. La percepción, la razón y las emociones se verían gravemente afectadas por el paso del tiempo. Era natural querer morir en algún momento; el simple concepto de una vida sin fin resultaba insoportable.

Además, la inmortalidad planteaba interrogantes filosóficos profundos, pero a pesar de esto, Norman reconocía que, incluso en una vida larga, sería imposible conocer todos los misterios del mundo. La comprensión de ciertos fenómenos estaba más allá de la capacidad humana, ya que estaban fuera de nuestra dimensión espacio-temporal. Había fluidos, composiciones y secretos que pertenecían a otras esferas y que nuestra mente no podía ni siquiera imaginar debido a nuestras limitaciones en la escala del universo.

Aún reflexionando sobre estas cuestiones, Norman se mantenía alejado del sentimentalismo que lo rodeaba. Se sumergía en su propio mundo de pensamientos, disfrutando de la vida en su burbuja intelectual. Algunos podrían considerarlo tímido, pero en realidad era introvertido y selectivo en sus interacciones. Había crecido entre políticos de bajo rango, lo que lo había llevado a socializar más con adultos que con chicos de su edad. En su mente, las conversaciones triviales carecían de sentido; solo participaba cuando consideraba que tenía algo importante que aportar. Era un observador silencioso, pero cuando hablaba, sus palabras llevaban peso y profundidad.

Había accedido a ese puesto por necesidades económicas de su familia. A pesar de su juventud, comprendía la importancia de contribuir al sustento del hogar. Sin embargo, por petición suya, su familia no estaba presente en el aeropuerto despidiéndose de él. Prefería mantener las despedidas en la privacidad de su hogar, lejos de las miradas curiosas y las muestras de afecto en público. Antes de partir, se había comprometido a visitarlos periódicamente, aunque sabía que su nueva vida en las ciudades subterráneas complicaría ese compromiso. Viviría prácticamente al otro lado del mundo y bajo tierra, lo que dificultaría las visitas regulares. Además, cada mes estaría a disposición del inmortal que le fuera asignado para suministrarle la enzima necesaria para mantener su juventud eterna.

Una vez dentro del avión procedió a colocarse unos tapones para poder evadirse del bullicio de los jóvenes suministradores relacionándose entre ellos. Era conveniente ya que no conocían a nadie de donde se dirigían. Había notado algunas miradas posarse sobre él, pero había preferido ignorarlas.

El muchacho procuró dejar su mente en blanco y se dispuso a echarse una buena cabezada hasta llegar a su destino.

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Serina despertó en la ciudad subterránea con la conciencia pesada de lo que se avecinaba. A punto de cumplir los veinticinco años, sabía que pronto sería su turno para someterse al proceso de descodificación del ADN. Había reflexionado meticulosamente sobre esta decisión a lo largo de su vida. Desde muy joven, había sentido el peso del miedo a la muerte, un temor implacable que la acosaba en sus peores pesadillas. A pesar de haber disfrutado del mundo exterior y de innumerables viajes explorando cada rincón del globo, sabía que no podía ignorar el deseo de ser eternamente joven, un anhelo que compartía con la mayoría de la población.

El precio de la eternidad #PGP2024Onde as histórias ganham vida. Descobre agora