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-Acompáñeme por aquí, por favor.

Sus pisadas siguen las de aquel que cada vez son más apresuradas. Apenas es capaz de fijarse en todo el esplendor y rincones maravillosos que oculta el gran palacio real. Tiene un nudo en la garganta, le suda la palma de las manos, y su corazón cabalga desbocado como su salvaje corcel que dejó atrás en su muy lejano pueblo.

-Antes de ser presentado frente al Rey.- el guía chasquea los dedos y rápidamente varios guardias rodean al invitado. Es registrado con premisa. Sus pocas pertenencias, la ropa que viste, su boca que abren con pocos modales en busca de alguna ganzúa o pequeño instrumento afilado que pueda poner en peligro a su Majestad... Una vez terminado el registro se coloca la ropa lo más rápidamente posible pues las puertas que conllevan a la Sala Real ya están abiertas y entorna los ojos ante la potente luz recibida del sol; sin embargo, no es la estrella solar lo que le deslumbra, sino la intensa aura que desprende la figura real. Anonadado, y haciendo todo lo imposible para mantener la boca cerrada, se inclina hacia adelante en una torpe reverencia.

-¿Es él?

Le escucha preguntar.

En ese preciso instante su voz se le queda marcada en la piel como el mordisco de su alma predestinada.

-Levantad la cabeza.

Le pide.

Al hacerlo, no solo su voz será capaz de distinguirla entre la multitud de las ferias más famosas de su pueblo, sino también sus jugosos labios curvados hacia arriba en una curiosa sonrisa, ni sus hostiles rubís que tiene por mirada, ni el olor a jazmín que desprende.

Su larga cabellera rubia cae en una preciosa cascada dorada sobre sus hombros hasta casi tocar el suelo. Su rostro impasible apoyado en la mano con aspecto cansado, las uñas negras que no le pasan indiferente, y sus piernas abiertas con la ropa ajustada en la parte central.

Se ha quedado hipnotizado.

Embelesado.

Justo igual que el Rey quien observa al invitado con un avispero por pecho significando la llegada de la primera primavera.

-¿Cuál es vuestro nombre, joven?

-Izuku Midoriya.

Responde con voz temblorosa.

-¿De dónde procedéis, Midoriya?

-De las tierras lejanas del Este, de un pueblo pequeño llamado Ezel.

-Ezel... - murmura – No tengo tal honor de conocerlo. ¿Cómo es? Descríbamelo.

Y una vez que Midoriya empieza a hablar sobre su amado hogar no es capaz de detenerse. Describe con detalles muy cuidadosos las montañas, los ríos, las praderas verdes cubiertas por las preciosas margaritas que nacen en la primavera, la pomposa lana de las ovejas que trasquilan y son vendidas a las ciudades más cercanas, el olor de los dulces que se escapan de las panaderías recién horneados a primera hora de la mañana, la risa de los niños en sus fiestas locales, el sabor de las manzanas caramelizadas...

-Parece un buen lugar para vivir en paz.

Le interrumpe, y algo detecta Midoriya. Un mensaje oculto tras dichas palabras. Un grito de socorro tras su portentosa voz.

-A partir de hoy seréis mi médico personal, Midoriya.

El peliverde abre los ojos de par en par. La sorpresa por nombrarle sin haber puesto en práctica todos sus conocimientos es apagado por el grito de injusticia por aquel que parecía llevar a cabo dicho trabajo hasta ese momento.

🧡Mi Vida Por La Vuestra💚 (Finalizada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora