¿que por qué no me callo? ah, sí, porque soy imbécil

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Mi cama era demasiado pequeña para dos personas, pero a nosotros no nos importaba.

Despierto demasiado temprano para mi gusto. Al principio me cuesta entenderlo, y es que son los rayos de sol que se abren paso por mi ventana -completamente subida- y bañan cada esquina de mi habitación los que hacen que arrugue los ojos con incomodidad y que me separe cada vez más del rico sueño en el que estaba.

Durante un momento sopeso la opción de levantarme y cerrarla, pero el pensar en abandonar la calentita cama y caminar descalzo por el frío suelo, aunque sean solo unos pocos metros, me clava más aún en el cómodo colchón. Me escondo bajo las sábanas dándole la espalda al maldito sol, e intento durante lo que me parece una eternidad volver a conciliar el sueño, hasta que el calor se vuelve asfixiante y me veo en la obligación de escapar de nuevo a la superficie, y de hacerme a la idea de que mi día acaba de comenzar.

Es injusto, porque justo a mis espaldas, y sumido en un profundo e insoportable coma, tengo a un samoyedo del tamaño de un ser humano durmiendo a pata suelta, indiferente a los cálidos rayos de sol que a mí tanto me molestan y a mi constante bamboleo del colchón por culpa de ellos. Me rindo y me giro hasta tenerle ante mí. Encarando el techo, su respiración es lenta y pesada, y de sus labios entreabiertos escapan pequeños soplos de aire, pero su ceño está fruncido como siempre. Es insoportablemente adorable.

Dejo que mis pensamientos intrusivos ganen cuando saco una mano para alisar las pequeñas arrugas entre las cejas con mi dedo gordo. El gigante perro ni se inmuta, y me da la confianza suficiente como para pasar la punta del dedo índice por el puente de su nariz, fascinado por su rectitud y perfección. Mis dedos continúan su camino por sus labios suaves, hidratados a diferencia de los míos ásperos como la lija, y terminan su trayectoria en el mentón. Nada.

Me quedo Dios sabe cuántos minutos así, acurrucado y observando en silencio a mi persona favorita en el mundo dormir como quien observa el amanecer por primera vez. Los pequeños rayos se posan en su rostro calmado, delineando su perfil a contraluz, y creo que por imágenes así recibiría con gusto el sol cada mañana de mi vida, aunque ello supusiera dormir un poco menos.

A lo mejor vivir juntos no es tan mala idea.

No es la primera vez que fantaseo con algo así. Con tener algo como lo que tenemos ahora, pero en la quietud de nuestro propio hogar, en una cama de matrimonio en condiciones en la que me pegaría a él cuando el frío se colara por las rendijas de las ventanas. Quién sabe, a lo mejor hasta tendríamos ventanas en condiciones y calefacción automática, y no habría necesidad de acurrucarnos como dos polluelos en un nido. Quizás me pegaría a él igualmente.

Llevo un rato jugueteando con la cadena plateada del collar en su pecho a juego con mi pulsera cuando le siento respirar con irregularidad, y como en una secuencia programada, sus pestañas tiemblan antes de aletear rápidamente. Está despierto.

—Por fin.

Pestañea una, dos, tres veces. Con la nariz y los párpados arrugados por la luz cegadora del sol, sus ojos se abren despacio, confusos, igual que un recién nacido que ve por primera vez el mundo a su alrededor. Mi voz ronca le alerta, y cuando entiendo que no ve tres en un burro sin sus gafas, y que lo mismo piensa que soy mi madre, extiendo un brazo hacia mi mesita de noche para entregárselas.

—¿Llevas mucho rato despierto? —Sus ojos se empequeñecen al ponérselas y verme a través de los gruesos cristales.

—Un poco. Anoche se me pasó bajar la persiana —explico señalando la ventana al lado de la cama.

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⏰ Last updated: Mar 27 ⏰

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