2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.

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2 | Devuélveme mi guarda-pelotas.


—Uno, dos, tres, cuatro, cinco... —Me detengo de repente y me giro—. Seis.

Trago saliva porque sé que acabo de dar con ella. Estoy frente a la sexta vivienda, empezando a contar desde la derecha, de la calle que hay detrás de la nuestra. Si mis cálculos no fallan, esta es la casa cuyo patio limita con el de Rose. De modo que lo único que me separa ahora mismo de mi sujetador extraviado son un par de escalones, una pared de hormigón y mis adorables nuevos vecinos. Los Carter.

Ni siquiera los conozco y ya estoy prejuzgándolos, lo sé. El problema es que Jason ha dicho que es una familia bastante desagradable, cosa que me cuesta no creer. Seguro que Rose le ha dado otro billete de veinte por hablarme acerca de lo horribles que son. ¿Qué razones podría tener para mentir?

Suspiro. Sea como sea, tengo que enfrentarme a ellos si quiero recuperar mi apreciado sostén. Solo espero que haya alguien más en la casa aparte del chico bailarín, porque sería muy vergonzoso explicarle a él cómo ha acabado mi sujetador en su patio. Si es un poco egocéntrico, a lo mejor incluso piensa que se lo he tirado, en un apasionado intento de llamar su atención.

Dios mío, eso sería terrible.

Soy enamoradiza, lo admito. ¡Pero no tanto!

Me muerdo el interior de la mejilla mientras le echo un rápido vistazo a la casa. Estoy intentando autoconvencerme de que lo que estoy a punto de hacer no se sale de lo normal, pero me cuesta creérmelo. Quiero decir, a los vecinos se les caen cosas todo el tiempo. Pero no es lo mismo ir a pedir un sostén mojado, con un estampado de dibujitos, que una camiseta o un pantalón.

Desde luego que no. Sobre todo si él es quien me abre la puerta.

Pese a que todas las neuronas que me quedan en el cerebro me instan a volver atrás, dejo que mi cuerpo actúe por sí solo y subo de dos en dos las escaleras del porche. Cuando quiero darme cuenta, estoy frente a la puerta. Mi respiración empieza a descontrolarse. Tengo la sensación de que esto es muy mala idea.

No obstante, no puedo echarme atrás ahora. Necesito recuperar mi sujetador.

Por lo que, tras rogarle al cielo que me mande un poco de buena suerte, me inclino para tocar el timbre. De inmediato, una suave melodía navideña llega a mis oídos. Me parecería adorable de no ser porque estamos en Septiembre, faltan varios meses para Navidad y el corazón me late tan rápido que creo que podría salírseme del pecho y atravesar la puerta de la vivienda.

Cierro con fuerza los ojos cuando el pomo empieza a girarse. Siento la necesidad de salir corriendo. ¿Quién me ha mandado a mí a venir hasta aquí?

Podría haber encontrado otra solución.

¡Seguro que había otra solución!

La puerta se abre.

—¿Quién eres tú?

Pego un respingo. Esperando encontrarme con el chico bailarín, levanto uno de los párpados. Sin embargo, la persona que hay al otro lado del umbral no es él.

Sino un niño.

El alivio que siento es inmediato. A primera vista, no parece tener más de seis años. Lleva un colador amarillo en la cabeza y me observa con el ceño fruncido. Pese a que intento decir algo, las palabras se me quedan atascadas en la garganta. Lo único que quiero ahora mismo es ponerme a saltar de la alegría. Todavía estoy asimilando el hecho de que —por primera vez en años— alguien ahí arriba ha escuchado mis plegarias y me ha mandado algo de buena suerte.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora