30 | Rompiendo las reglas.

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30 | Rompiendo las reglas.

Ojalá no me hubieran obligado a venir.

Suelto un suspiro de fastidio mientras vuelvo a cambiar de posición. Los asientos de este autobús son tan incómodos que esta es la décima vez que me recoloco en lo que llevamos de trayecto (que, como mucho, calculo que habrán sido unos cincuenta minutos). A mi lado, el señor Miller continúa hablándome acerca de algo que no me interesa. Siendo sincera, hace mucho que desconecté de la conversación.

De hecho, lo único que me impide coger mis auriculares es que sospecho que él se lo tomaría como una falta de respeto. Y, visto lo visto, no me conviene tenerlo en contra. Mi permanencia en el periódico escolar depende de lo que ocurra en esta excursión. Además, la música siempre me hace pensar; y, después de todo lo que ha pasado, para mí eso es sinónimo de tortura.

Lo único bueno que tiene este autobús es que, gracias al cielo, Noah no viaja en él. Supongo que la academia habrá reservado uno para todos los bailarines que participan en el certamen, y que irá con ellos. Casi puedo imaginármelo sentado cómodamente junto a Karinna, su pareja. Me pregunto si le habrá contado a ella que nos hemos peleado; si se lo habrá contado a alguien, en general, o si, en realidad, no le importo lo suficiente como para perder el tiempo de esa manera.

Pensar en ello me duele. Encorajinada, cierro los ojos, cuento en voz baja y me prometo que, cuando llegue a tres, me lo habré sacado de la cabeza. Pero sigo enumerando hasta que llego al veinte y me doy cuenta de que, haga lo que haga, voy a seguir echándolo de menos.

Ojalá las cosas no fueran tan complicadas.

Ojalá no me hubiera mentido, y hubiera sido él desde el principio.

Quizás, si eso hubiera pasado, ahora no me sentiría como si me faltase algo.

—Dentro de poco llegaremos al primer museo —comenta el señor Miller, tras echarle un rápido vistazo a su reloj. Acto seguido, se saca un folleto del bolsillo y empieza a leerlo en voz alta. Decido concentrarme en lo que dice; con algo de suerte, sus palabras conseguirán distraerme—. Aquí lo describen como apabullante, fascinante, interesante... y con otras cientos de palabras acabadas en -ante. —Suspira, como si le pareciese ridículo—. Es publicidad barata. Lo único que he sacado en claro de este folleto, además de que son unos egocéntricos, es que el museo está dedicado a los animales. Tú limítate a hacer fotos de lo que te parezca más interesante y no dar mucho la tabarra. No quiero que me llamen la atención por tener una periodista demasiado parlanchina.

—Descuide —respondo, mirando por la ventana. Después de haberme pasado casi una hora observando un paisaje lleno de campos de cultivo, parece que por fin estamos adentrándonos en la ciudad—. No conozco a casi nadie por aquí.

La excursión de biología que se organiza todos los años en el instituto siempre va dirigida a los alumnos más pequeños. Debo de sacarles, como mínimo, dos cursos a todos los niños que vienen en el autobús. Esto, sumado al hecho de que la única persona que conozco no quiere hablar conmigo (y que incluso intentó convencer al señor Miller para que no me dejase asistir al certamen), me hace llegar a la conclusión de que voy a pasarme todo el viaje comportándome como una asocial.

Pero, como habría dicho mi madre: una siempre está mejor sola que mal acompañada.

Además, a las muy malas, siempre tendré a mi querido profe de literatura.

—¿Le gustan los animales? —inquiero, volviéndome hacia él. El señor Miller eleva una de sus peludas cejas, pues mi pregunta le ha tomado por sorpresa. Aun así, no la retiro. Necesito socializar porque solo así podré dejar de pensar en Noah y en que lo odio con todas mis fuerzas pero a la vez lo echo de menos.

Mi conquista tiene una lista | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora