Chapter II.

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Capítulo 2.

"Comenzó por un pegaso rojo"

Percy Jackson estaba en su cuarto descansando de su primera semana de clases cuando sintió golpes en su ventana. Al levantarse y correr las cortinas, se topó con un pegaso de pelaje y alas rojas. Generalmente, los pegasos lo buscaban para pedir ayuda, pero nunca había venido uno con una chica herida e inconsciente sujeta de la camiseta en su hocico y alrededor de su cuello un bolso que antes había sido blanco.

Cuando salió de la impresión, abrió la ventana rápidamente y tomó a la desconocida.

«Mi señor, por favor, ayude a esta semidiosa», dijo el pegaso con voz femenina y elegante.

Percy no era un chico normal. Él era hijo de Poseidón, entre otros títulos, dios del mar, los terremotos, portador de tormentas y padre de los caballos. Este último le permitía hablar con cualquier equino.

—¿Semidiosa? ¿Dónde la encontraste? preguntó Percy al pegaso.

La chica tenía el cabello completamente sucio con tierra al igual que su rostro. Su labio superior estaba muy hinchado destacando la herida. Tenía moretones en la mejilla y en la frente que comenzaban a oscurecerse. Su brazo izquierdo tenía largos arañazos que aún sangraban, además de raspones que también estaban presentes en su brazo derecho y, por lo que veía, en sus manos. Pero la herida más terrible se encontraba a la altura de su estómago: la camiseta escolar presentaba un gran agujero circular donde se dejaba ver su vientre completamente rojo y formando ampollas. Y esas eran las que veía a simple vista.

«Solo usted puede ayudarla. Ayude a mi humana, por favor», rogó el pegaso.

Percy no era un hijo de Apolo, pero no podía dejar a una semidiosa inconsciente a su suerte. A él no le gustaría que si alguien lo viera en apuros, pasara de largo. Por suerte tenía ambrosía y néctar de emergencia. Y si ella no estaba al tanto de su ascendencia debía buscar un botiquín para tratar sus heridas al estilo de los mortales.

—Sí, descuida, tengo ambrosía y buscaré un botiquín...

Percy recostó a la chica en su cama y corrió al baño a buscar el botiquín. Abrió un cajón en el lavamanos y encontró lo que buscaba. Salió rápidamente, casi chocando con su mamá.

—¡Percy! —exclamó ella.

—Lo siento, mamá —dijo Percy por encima del hombro, entrando a su cuarto.

Dejó el botiquín en la cama y se dirigió a su mesa de noche, donde guardaba en una bolsa Ziploc unos cubitos de ambrosía y una botellita con néctar.

—Oye, chica... Oye... —intentó despertarla varias veces, pero la chica no mostró señales y necesitaba tratar al menos las heridas más urgentes.

Abrió la botella y dejó caer unas gotas en el brazo de la desconocida y en su estómago. Lentamente las lesiones y quemaduras comenzaron a desaparecer dejando solo la piel lisa con un fuerte color rosa.

—¿Percy? —entró su madre y exclamó sorprendida—. Esa chica...

Se acercó rápidamente a su lado, preocupada.

—La trajo, eh... ella —miró hacia la ventana donde todavía estaba el pegaso.

«Me llamo Gerbera, no ella», había cierto tono ofendido en su voz.

—Gerbera —le lanzó una mirada de disculpa.

Su madre observó al pegaso y se acercó para quitarle el bolso. Aprovechó para darle una suave caricia en la crin. Luego se acercó a su escritorio y dejó allí el bolso.

A Second Possibility.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora