4- Heridas.

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Alec

Aparecimos en la puerta del departamento, estaba entre abierta, mi corazón latía desenfrenadamente, no quería imaginarme la situación que estaba detrás de esa puerta marrón. Jace abrió lentamente la puerta, revelando una sala sumida en el caos. Los cojines estaban esparcidos por el suelo, los cuadros colgaban torcidos en las paredes, y un vaso roto yacía en el suelo, sus fragmentos brillando como estrellas caídas.

El silencio era tan profundo que parecía tener peso, presionando contra nuestros oídos. Le hice una seña a Jace para que se mantuviera cerca y juntos avanzamos por el estrecho pasillo. Nuestros pasos se detuvieron de golpe al descubrir el cuerpo de un joven tendido en un charco de sangre que se extendía como una sombra bajo su figura. La puerta de la habitación estaba semiabierta, y a través de ella, la luz parpadeante creaba un espectáculo macabro de sombras danzantes.

Recordaba la voz nerviosa de Paola en la llamada, su tono agitado resonando en mi mente. Con manos que apenas temblaban, abrí la puerta por completo. La habitación estaba devastada, como si un huracán hubiera pasado por ella, y en el rincón más alejado, allí estaba Paola. Sentada en el suelo, abrazaba sus rodillas con fuerza, su cuerpo sacudido por sollozos que cortaban el aire.  Me acerqué con delicadeza, y a medida que lo hacía, los moretones en su piel se hacían más evidentes, manchas oscuras en un lienzo de dolor. Mis ojos se empañaron al verla tan vulnerable, y con un susurro apenas audible, pronuncié su nombre: “Paola”. Ella levantó la mirada, sus ojos hinchados y rojos, el reflejo del tormento en su expresión. Las lágrimas brotaron de mis ojos al verla así, y me arrodillé a su lado, intentando ofrecerle mi mano. Pero ella negó con la cabeza, rechazando el contacto mientras las lágrimas seguían fluyendo. — Yo no quería… —balbuceó entre sollozos. Su voz era un hilo frágil, casi perdido.

— Lo sé, tranquila. ¿Puedes contarme qué pasó? —Le hablé con dulzura, esforzándome por mantener la calma, aunque la imagen de Paola desgarraba mi corazón. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora estaban apagados, desprovistos de aquel brillo que tanto la caracterizaba.

— Me siento… sucia… — Su labio inferior temblaba al igual que su cuerpo, sacudido por el llanto.

Comprendí al instante la magnitud de lo ocurrido; ese desgraciado había abusado de ella. La rabia y la impotencia me inundaron, pero me contuve y me senté a su lado, abrazándola con fuerza, atrayendo su cuerpo tembloroso hacia mi pecho. Ella no cesaba de llorar, y cada sollozo que escapaba de sus labios me partía el alma. Me culpaba por haberla dejado sola; todo parecía ser mi error.

— No digas eso. Juntos vamos a superar esto. No debí dejarte sola; fue mi error, y te prometo que no permitiré que nadie más te haga daño. Te protegeré con mi vida si es necesario. Te llevaré conmigo al instituto, estarás segura —le dije con firmeza.

Ella comenzó a negar con la cabeza, aún entre mis brazos, pero su resistencia se fue suavizando al sentir la seguridad de mi abrazo.

— No. No puedo ir allí— su voz era un susurro tembloroso. Intentó levantarse del suelo, pero no se lo permití; tomé su rostro entre mis manos con delicadeza.

— Mírame — le pedí con firmeza. Y eso hizo, sus ojos encontraron los míos.

— Vas a estar segura. Aquí no puedo protegerte — le aseguré, aunque su mirada parecía perdida en un mar de incertidumbre.

— Yo lo maté— susurró, mientras sus manos temblorosas encontraban las mías.

— Se lo merecía. Si tú no lo hacías, yo iba a matarlo — le susurré de vuelta, intentando transmitirle algo de la determinación que sentía.

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⏰ Última actualización: Apr 20 ⏰

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My light in the darkness | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora