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   En mi infancia, cuando necesitaba esconderme del mundo y estar solo, formaba un cuadrado con cuatro sillas y colocaba encima de ellas una sábana vieja. Me ocultaba ahí durante horas porque me sentía protegido de todo lo externo. Aunque sabía que cualquiera podía verme y que una carpa improvisada en el medio del comedor de mi casa era llamativa, también me sentía invisible. A veces, si me quedaba por mucho tiempo, mi madre caminaba tres cuadras hasta la casa de una de sus mejores amigas y volvía con su hijo, que era el único que lograba hacerme salir.

   Me acordaba de eso encerrado en el baño de la planta alta de esa misma casa, con el ventiluz abierto para disimular el olor del cigarrillo y el eco de su voz filtrándose por debajo de la puerta. Sabía que iba a subir, iba a golpear y me iba a sacar de ahí. Al fin y al cabo, no éramos tan distintos a los que fuimos durante la niñez.

   Abrí después del primer golpe, lo dejé pasar y lo abracé, desde que Francisco se había ido a vivir a Capital, el pueblo era un lugar mucho más triste.

―Sabés que no te podés esconder acá todos los meses que no estoy y salir solo cuando vuelvo, ¿no? ―Dijo antes de sacarme el cigarrillo y llevárselo a la boca.

―Sos un estúpido ―me reí ―pero si pudiera lo haría.

―Me quedaría encerrado con vos toda esta semana, pero hoy es noche buena, la idea es estar con la familia.

   Me agarró el brazo y comenzó a tirar de mí para arrastrarme hacia el pasillo. Me resistí, porque tenía que lavarme los dientes y ponerme perfume antes de bajar, si mis abuelos se enteraban que fumaba íbamos a hacer el brindis en el hospital.

―Dejame terminar el cigarrillo ―le pedí, él me soltó, volvió a entrar y cerró la puerta―. Lo necesito, vienen los Vázquez, estoy harto de que me quieran emparejar con Rebeca.

―Hacen linda pareja ―expresó y lo miré con mi peor cara.

―¿Vos también vas a empezar, Fran?

―No, perdón ―me sonrió ―pero es buena y siempre le gustaste.

   Estaba equivocado, siempre le gustó él, al enterarse de que lo suyo estaba condenado a ser un amor imposible, se conformó conmigo porque en un pueblo de pocos habitantes no había mucha variedad para ponerse exigente. Los Vázquez eran otros amigos de mis padres de toda la vida con los que pasábamos las fiestas y hasta hace poco las tres familias nos íbamos de vacaciones juntas. Francisco, Rebeca y yo éramos los más chicos y compartíamos mucho tiempo. A mí no me caía bien ella, en realidad, no me caía bien nadie a excepción de Fran, pero Rebeca estaba en todos lados con nosotros y por alguna razón, los adultos creyeron que en un futuro se iba a casar conmigo e íbamos a tener hijos.

―Me encantaría que hicieran todo este circo con vos para que veas lo que se siente.

―Me da igual, gordis, no les va a servir de nada hacerlo conmigo.

―¡Conmigo tampoco! Nunca fue mi amiga, ni siquiera hablo con ella ―dije, abajo se escuchaban más voces, seguramente habían llegado ―si siguen así voy a pagarle a cualquier mujer para que finja que es mi novia en las reuniones familiares.

―Bueno, no es mala idea. Al menos te dejarían en paz.

   Saqué el desodorante de mi papá del mueble y me puse un poco sobre la ropa. Fue inútil, el perfume se mezclaba con el olor de las sustancias químicas del cigarrillo y emanaba un aroma horrible y poco disimulado, esperaba que entre tanta gente no se supiera de quién provenía. Fran apoyó la mano sobre el picaporte y antes de que abriera la puerta lo frené.

―¿Es raro que tenga más de treinta y nunca haya tenido novia? A veces creo que mi familia hace todo esto porque piensan que no es normal que siga soltero.

220; esteban x francisco Where stories live. Discover now