cinco

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   La lluvia no paraba el mundo en Capital. No se cerraban los locales para dormir la siesta, nadie se apuraba para entrar a sus hogares y el aroma a tierra mojada mezclado con tortas fritas no invadía ningún ambiente. Yo había trabajado las mismas ocho horas y el café había estado tan concurrido como los días anteriores.

―Es una locura que todo siga igual ―le dije a Fran, desde la ventana del departamento veía que la gente corría y los autos aumentaban la velocidad como si los conductores también se mojaran. No sólo no reinaba la tranquilidad, sino que era aún más caótico ―¿a vos ya no te parece raro?

   Él estaba con su notebook y leía una revista digital de humanidades recostado sobre el sillón. Tenía a Artemisa sobre sus piernas, que se quejaba cada vez que dejaba de acariciarla para cambiar de artículo periodístico.

―Con el tiempo te acostumbras, pero si me das a elegir prefiero dormir la siesta, y si tengo a alguien que me abrace mejor.

―¿En qué momento te volviste tan intenso con el contacto físico? ―Le pregunté, desde la adolescencia no era una persona que quisiera que le estuvieran cerca permanentemente.

―Desde que vine a vivir acá y no conocía a nadie, los primeros meses me sentí muy solo ―respondió ―había noches en las que abrazaba una almohada y lloraba hasta que me dormía. Cuando te pasa eso valoras mucho más el contacto con alguien.

―Ay, Fran, ¿por qué no me llamaste en las noches que te sentías así? ―Agarré la notebook y la dejé a un costado para sentarme a su lado.

―Porque si escuchaba tu voz hubiera vuelto al pueblo y necesitaba quedarme si quería estudiar.

―No tendrías que haber pasado por todo eso solo. No es justo después de que vos hayas estado en todas mis crisis.

―No pasa nada, ahora estoy bien.

―Decís que estás bien demasiado seguido como para que te pueda creer.

   Honestamente, esperaba que estuviera bien en serio, en primer lugar porque lo quería muchísimo y deseaba que fuera feliz, y también porque siempre era él quien estaba para mí cuando me pasaba algo, era muy raro verlo triste y no tenía idea de cómo actuar si teníamos que invertir los roles. No quería ser un mal amigo para la persona que estuvo conmigo desde que tuve uso de razón.

―Es la verdad, estoy bien ―confirmó ―además desde que vivís acá esto se siente más como un hogar.

   Tenía mi cabeza apoyada en su hombro y nuestras manos se rozaban mientras tocábamos a la perra. Si con ese mínimo contacto podía hacerlo sentir menos solo, valía la pena haberme mudado ahí.

―Hagamos tortas fritas ―propuse ―todavía podemos conseguir que estas paredes se sientan más como casa.

―Sí, porfa, amo. Hace años que no como una.

   Nos levantamos del sillón y fuimos a la cocina. Antes de empezar, corroboramos que tuviéramos todos los ingredientes y tratamos de recordar la receta de nuestras abuelas. No quisimos buscar nada en internet porque hubiera sido una especie de deshonra para nuestras familias, pero al mismo tiempo no sabíamos el orden; empezamos con la manteca y más tarde nos acordamos que antes iba la harina. Fran la agregó con la mano y los restos que le quedaron en las palmas me los pasó por la cara antes de irse a poner el aceite en el fuego. Yo agregué el agua y la sal y seguí amasando a pesar de que ya habíamos hecho un desastre.

―Fran, vení, poné más harina, es un engrudo esto ―le mostré la mezcla pegajosa que me había quedado en la mano y él me agarró de la muñeca y se llevó mis dedos a la boca ―es masa cruda, amigo, no comas eso.

―Está rica.

   Agregó harina hasta que logramos hacer una masa decente que separamos en pedazos iguales y los aplastamos para freírlos. Una vez que estuvieron listas les pusimos azúcar y las probamos, no eran las mejores pero se podían comer. Como Francisco no tomaba mate, preparamos café y pusimos "The Rocky Horror Picture Show" en la tele, al igual que siempre que nos teníamos que poner de acuerdo para elegir qué veíamos.

   La tormenta era cada vez más fuerte, tanto que oscureció la tarde dándonos la excusa perfecta para taparnos con una manta, y como no podía haber sido de otra manera, debemos haber visto media hora de la película antes de quedarnos dormidos. Me desperté más tarde con un trueno, el televisor ya estaba apagado y sólo nos iluminaba un velador. Al lado mío Fran leía un libro y anotaba cosas en el margen.

―¿Te desperté con la luz? ―Me preguntó ―perdón, tengo que terminar este texto para la facu, teoría y crítica literaria me está matando.

―No, tranqui ―respondí ―¿qué hora es?

―Las siete y media. Les dije a Mateo y a Nacho que vengan a cenar en una hora, espero que no te moleste.

―No, es tu departamento, podés hacer lo que quieras.

―En realidad, mientras estés acá y me ayudes con el alquiler, es nuestro.

―No me molesta que vengan ―reafirmé, prefería que estuviéramos solos pero ellos no me habían caído tan mal―. ¿Los conociste en la facultad?

―No, en un boliche ―me miró durante unos segundos e interpreté que estaba deliberando si me tenía que dar más información o no―. Ellos eran novios y Nacho chapó conmigo esa noche que nos conocimos, al rato Mateo se enteró y quiso pegarme pero le parecí lindo y terminamos en su cama. Ahora somos todos amigos.

―¿Con qué tipo de gente te juntas, Francisco? Mirá que yo soy raro, pero eso es un montón.

―Son buenas personas que es lo importante ―dijo. Se acercó a mí y con el puño del buzo me limpió la cara ―seguís teniendo harina.

―No se me ocurre por culpa de quién.

   Me sonrió con inocencia, era increíble lo convincente que era. Mi familia lo adoraba y lo usaban de ejemplo cada vez que podían, estaba seguro que si escuchaban una de las conversaciones que tenía conmigo últimamente y él después les sonreía así, iban a seguir jurando que era un ángel.

―¿Te puedo pedir algo? ―Me preguntó tras una pausa.

―Decime.

―No te afeites ―pasó el dorso de sus dedos por mi barba ―te hace la carita más linda el bigote.

―¿Vos decís?

―Re ―concluyó ―cuando quieras volver a salir con alguna chica le vas a gustar más.

―Bueno, gracias, supongo.

   Me guiñó un ojo y se fue al baño. Unos segundos más tarde escuché el ruido de la ducha. Esperaba que no se preparara para ver a Mateo porque yo no tenía otro lugar donde ir a pasar la noche y no quería escuchar nada de lo que pudiera pasar abajo de sus sábanas.

   Salió luego de un cuarto de hora con un toallón envuelto en la cadera y secándose el pelo con otra toalla. Cuando terminó, la apoyó sobre una silla y agarró su celular.

―Vestite, Fran, te vas a enfermar ―le dije, me ponía nervioso que estuviera semidesnudo.

―Ayudame a elegir la ropa.

―¿Querés estar lindo para Mateo?

―Quiero estar lindo para mí.

―Si todos los días estás lindo.

―Ay, gracias ―me sonrió ―nunca me decís esas cosas.

   Por supuesto que no le decía esas cosas porque no necesitaba escucharlas de mí, todo el mundo le remarcaba su belleza y su personalidad. Incluso la última vez que sacamos a pasear a Artemisa una señora lo frenó para decirle que tendría que ser modelo. Lo último que me imaginé que quería era que yo también lo halagara.

   Lo acompañé a su habitación y elegí la ropa con él, yo seguía con lo mismo que me había puesto al volver del trabajo, sólo que más arrugado por haberme dormido. No pensaba cambiarme, no me interesaba lo que pudieran pensar los amigos de Fran y no me iba a producir para ellos. Suficiente con que tenía que esperar a que se fueran para hacer cama el sillón y poder dormir. Ya empezaba a arrepentirme de no haber puesto una excusa para que no vinieran, y eso que todavía no había pasado nada.

220; esteban x francisco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora