4. Mitología: Hermes y el presente

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Era un hombre atractivo como lo recordaba, sus cabellos rubios pintados de verde por el uso constante de hierbas medicinales le daban una apariencia inolvidable para el dios. Pocas veces encontró humanos con pintas tan curiosas; héroes, algún rey, algunas hechiceras y pocas, casi extintas u olvidadas guerreras. Para Hermes, ese era un color singular.

No podía acercarse muy seguido a la guarida del joven Senku, sus deberes divinos eran muchos y de los más diversos. Atenea también tenía sus ojos puestos sobre el hombre, tenía un gran ingenio y grandes ideas. Su encuentro había sido fortuito pues el estaba haciendo un recado para un semidios, cuando choco con ese rubio atractivo.

Hoy era uno de esos días en los que tenía la suerte de acercarse al joven. Se encontraba cerca del río, en la zona de menor profundidad recolectando piedras o cosas del estilo, lo ignoraba por completo.

Se hizo presente, quería que Senku lo viera, aunque sabía que nunca lograría sorprenderlo, el no creía en los dioses. No importaba cuanto intentara demostrárselo.

—Hola de nuevo mentalista. —el rubio no salió del agua, apenas si giro su rostro para verlo de frente.

Hermes se sentó en el piso admirando el trabajo que realizaba Senku. El rubio lo trataba como a cualquier mortal, era agradable en ocasiones ser solo él, aunque eso permitiera que lo cuestionara. Pocos seres eran capaces de cuestionarlo y Senku era de aquellos que no paraban de mostrarle sus contradicciones.

—Estoy cansado de que me llames así...

Este sonrió al escuchar su queja. Colocaba lo encontrado en una especie de colador que movía con esmero.

—Claro señor mentalista.

Hermes se quejó con sus extraños sonidos. El rubio le salpicó agua para callarlo, aunque fallo en ambos objetivos así que continuo con su búsqueda.

Era extraño ver a ese joven alterado, triste o preocupado al menos eso le contaba Atenea, pero él pensaba que estaba equivocado, Senku solo no sabía expresar del todo cuando esas emociones le tocaban. De alguna forma se había acostumbrado a leer sus pequeñas expresiones con facilidad y el rubio también aprendió a leerlo a él, eso si lo sorprendió.

—Te ves cansado Senku-chan

El joven alejo su rostro del agua para dedicarle mirada tranquila al dios.

—Claro que lo estoy, llevo varios días buscando esto

El propio Hermes olvidaba que los humanos necesitaban descansar o comer, así que no se sorprendió que ellos lo olvidaran.

—¿Comiste algo verdad? ¿Al menos dormiste?

—En efecto, de lo contrario no podría mantenerme parado después de tanto tiempo. Y necesito seguir vivo para cumplir con esto.

A Hermes le gustaba verlo trabajar, le traía una extraña calma, Senku sonreía, sus ojos tenían un brillo peculiar mientras admiraba su extraño colador. Aunque esa búsqueda incesante lo inquietaba, era de pocos hombres el buscar con tanto interés las cosas. Muy pocos, de los que solo hay uno o dos por siglo, que terminan siempre desafiando o engrandeciendo a los dioses.

La garganta del dios se tensó.

—Entiendo... ¿Qué harás con lo que encuentres?

—Estoy pensando en un collar o en un anillo, aún no me decido.

Hubo un silencio en que Senku continuaba con su búsqueda y el mentalista tarareaba una canción, tratando de alejar la mala suerte que sentía que le pisaba los talones.

El rubio se secó la frente cubierta de transpiración y salió del río directo hacía el dios.

—¿Al fin cayeron las piedras que deseabas querido Senku?

—Encontré mil maravillas el día de hoy.

El rubio se acostó con cuidado a su lado, era un poco delicado a pesar de ser tan atrevido. Acercó la pequeña coladera para que el mentalista la observara. Quedó maravillado.

—Son piedras preciosas...

—Exacto. Agarra una, la que te guste más.

Hermes acaricio los pequeños, minúsculos fragmentos brillantes, algunos eran amarillentos y otros verdes. Eran unas piedras hermosas, le recordaba a las decoraciones del propio olimpo pero en una escala muy diferente. Quizá no encandilaría a los humanos, pero si a quien lo rodea siempre la extravagancia. Esas muestras simples de belleza eran algo que apreciaba.

—¿Vas a estudiarlas? — preguntó a la vez que sacaba una pequeña piedra verdosa, similar a los ojos del muchacho. —Esta es bonita.

—No es necesario, las estoy buscando por otra razón. ¿Puedo ver tu piedra? —le entregó la piedra para que la mirara con atención, afirmando con la cabeza. —Está bien, entonces será está.

—¿Qué?

—Quiero crear un collar con esta pierda. —dijo con una voz determinada.

Su mirada era de aquellas con las que destruía cualquier muralla, el mentalista lo sabía. Eran los ojos de los héroes y las santas destinadas antes de cambiar el curso de la historia. Su mano se aferró al pequeño colador.

—¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué quieres hacer?

—Es un presente, espero que haga feliz a una persona. Si lo acepta estoy dispuesto a cambiar el mundo entero.

—¿Para qué? El mundo no podría ser mejor bajo el mandato de los dioses— intentó reír temía lo peor, ese hombre podría encontrar la forma de atacar al mismísimo olimpo, tenía a semidioses a su alrededor, tenía lo necesario. — ¿A quién?

—A ti estúpido. Por eso quería que la eligieras. 

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⏰ Last updated: Apr 26 ⏰

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