Carlos

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Me acomodé el pelo y agarré la mochila con tanta pila que casi me la engancho de lleno. Venía tan dormido que si me quedaba quieto un minuto, me pegaba el ronquido al toque. Entonces, el plan era simple: juntar mis cosas y pegar la vuelta a casa. Chau, si no me engancho con Carlos, me tomo el palo más rápido que un bondi en hora pico.

Levanté la mirada y ahí la vi de vuelta. Me estaba clavando el ojo, pero hizo el esquive tan rápido que casi ni la flashé. Esa mina era re rara, y la última que quería era chamuyar con ella. Fruncí la ceja y me mandé a mudar de la clase. Ni ganas de abrir la jeta, y hasta me daba fiaca caminar.

Un chirlo en la cabeza me sacó del coma en seco. Me quejé y me di vuelta para ver quién había sido, solo para encontrarme con la risa de zorro de Carlos. Mientras se cagaba de risa, me pregunté por qué seguía enganchando con él. A veces era más gil que zapato.

—¿Qué hacé’, boludo? —le dije con una cara de muerto. El pibe solo se rió como siempre y me abrazó del hombro, re tranqui—. ¿Por qué me pegá’? —me quejé, quitándome el brazo de encima—. No estoy para jode’ hoy.

—¡Ehhhh! —se burló, alargando la "e" como si estuviera cantando—. Yo vengo re tranqui y vo’ me tratá’ como si fuera yo el que mandó a Jesús a la cru’.

—Con eso no se jode, boludo —suspiré, ajustando la mochila en la espalda—. ¿Va’ para tu casa o a la canchita?

—¿Me estás preguntando posta? —dijo cruzando los brazos—. Voy a la canchita, y vo’ también, ¿no?

—No, amigo —le digo, sacudiendo la cabeza—. Estoy más reventado que colectivo en hora pico, quiero dormir nomás.

—Vo’ me está’ cargando —protestó—. Hoy jugamo’ contra lo’ del otro barrio, no podé’ dejarme solo.

—Bueno, bueno —me encogí de hombros—. Pero te aviso, si voy, me duermo ahí mismo en la cancha, así que no me eche’ la culpa si nos meten todos lo’ gole’.

—Pero vo’ tené’ que venir, Uru —insistió—. No podé’ dejarme ahora; dale.

—No, ya fue —le dije con firmeza—. No voy, dejate de hinchar.

Carlos me clavaba esos ojos de cachorrito abandonado, y yo ya lo tenía junado. Sabía que, como me siguiera con esa carita, iba a terminar aflojando, así que lo mandé a la mierda y me di vuelta. Pero justo cuando estaba por rajar, sentí un viento helado, como si alguien estuviera al lado mío, pero cuando giré, no había ni un alma.

Delirios | Danilo Sánchez  | Matías Recalt Donde viven las historias. Descúbrelo ahora