8

70 13 1
                                    

—Qué bueno que te separaste.

Mi expresión probablemente era como un poema indescifrable ante las palabras de mi papá, finalmente lo había admitido en voz alta. Entre lágrimas, había sido descubierta por mi papá y no tuve más alternativa que confesar.

Yo solo quería que me dijera que era algo temporal, rogaba por recibir palabras de consuelo y un abrazo.

—No le digas eso a la nena, Gustavo —escuché decir a mi mamá.

Sentí sus brazos alrededor de mis hombros, pero no fue un abrazo sincero. No pareció genuino.

—Es la verdad, yo amo a mi hija y no creo que un pibe que se la llevó a otro país sea bueno para ella —se cruzó de brazos—. Yo solo quiero lo mejor para vos, Victoria.

Los tres estábamos en mi pieza, yo, sentada en el piso, en los pies de la cama. Mi mamá, sentada al lado mío y mi papá arrodillado frente a mi.

Mi habitación siempre había estado vacía, no había sido muy decorativa ni apegada a lo material cuando era chica, así que podía escuchar mis propios llantos hacer eco entre las paredes deprimentes y blancas.

—Pero yo lo amo, papi...

De inmediato la expresión de mi papá se suavizó y su labio inferior tembló cuando me abrazó y me dió un beso en la frente. Me sentí como una nena chiquita otra vez, una nena rota que solo necesitaba que su papá la consuele una vez más.

—No se supone que el amor deba doler así, mi chiquita —suspiró—. Es imposible que algo que te duela tanto sea algo tan lindo al mismo tiempo.

—Me quema —me pusé una mano en el pecho con fuerza y me sentí ahogada en mi propio dolor—. Ya no me quiero sentir así, te juro que me quiero arrancar este dolor del pecho y no volver a sentirlo nunca más.

Los ojos de mi mamá se empañaron y sus manos se cerraron con fuerza entre las mías, mientras con las yemas de sus dedos acariciaba el dorso de mis manos y me dedicaba una sonrisa triste.

—Te juro que si pudiera sacarte ese dolor y hacerlo mío lo haría, mi bebé —sus manos temblorosas soltaron las mías y limpió cada una de mis lágrimas—. Te juro que encararía ese dolor para que vos no tengas que cargarlo más.

—No sé qué hice mal —susurré—. Pensé que las cosas se iban a solucionar con el tiempo, pensé que era una sabia decisión y que este dolor iba a dejar de ahogarme.

—El tiempo siempre pone las cosas en su lugar, Vic.

Un sollozo salió del fondo de mi garganta y me abracé a mis piernas.

—Eso es mentira, y si no lo fuera, yo no quiero esperar más —dije con la voz temblorosa—. Yo no quiero que me odie más.

—Yo no creo que Julian te odie, Victoria —mi mamá acarició mi pelo—. Solo está enojado y dolido, igual que vos. Los dos llevan su dolor de formas diferentes.

Levanté mi cabeza para ver cómo mi papá se ponía de pie y salía de la habitación enojado, mi mamá ocupó su lugar y me acarició la mejilla con sus manos cálidas.

—Vos tenés una luz tan especial, mi princesa de mamá —sonrió—. Sos mi logro más grande y remarcable, no quiero exagerar, pero nunca vi a nadie brillar como lo haces vos. Sos lo más real que vi en mis casi setenta años, y mirá que tu madre vió muchas cosas, eh.

Una risa salió de mis labios y me limpié las lágrimas cuando mi mamá me hizo dar vuelta y comenzó a peinarme, ni siquiera me había dado cuenta de lo desalineada que estaba. Tenía los ojos hinchados y rojos por tanto llorar, y mi pelo era un desastre que mi mamá se encargó de trenzar con su usual delicadeza.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: May 11 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Espinas de rosa|| Julián Álvarez Where stories live. Discover now