C u a r e n t a | Problemas

118 11 12
                                    

Me acomodo un poco mejor sobre el sofá, apegándome a él para tener más espacio.

—¿Qué tal si te estás quieta?

Resoplo con frustración y vuelvo a intentarlo.

—No estoy cómoda.

—Vaya.

—Y no veo bien el libro —protesto—. Lo tienes solo para ti, egoísta.

—Porque soy yo quien lo está leyendo. Tú te has acoplado conmigo y no sé muy bien porqué.

—Porque me apetece. No te quejes, que tú has hecho lo mismo conmigo mil veces. Además, leer juntos es muy bonito.

Rueda los ojos con pesadez.

—Sí, aguantar como una pesada se retuerce sobre mí mientras tambalea mi libro es absolutamente precioso.

Me quedo quieta en el lugar en el que me encontraba, aunque todavía no he encontrado la postura ideal, solo porque deje de quejarse de una vez.

—Tienes que contarme tu secreto para estar tan amargado... —murmuro.

—Te he oído.

—No pienso retractarme.

—¿A que te echo de mi casa, maleducada?

—Vale. Échame.

Nos batimos en un duelo de miradas donde ambos pretendemos intimidar al otro. Al final, es él quien termina bajando la vista de nuevo al libro, negando con la cabeza.

—¿Ves? Sabes que no podrías vivir sin mí —sonrío.

—Que tengas razón no quita que seas inaguantable.

—El otro día estabas más simpático. Y romántico. Y amable.

—El otro día me pillaste con las defensas bajas.

—Ajá.

Lo veo intentar esconder una sonrisa y me esfuerzo por no estamparle un beso, porque sé que me echará del sofá si lo hago.

Pasan las horas y mi cabeza no deja de darle vueltas a lo que Max me comentó el otro día. No sé como decírselo, y por más que intento buscar una forma disimulada de preguntárselo, no se me ocurre ninguna. Por eso decido no darle más vueltas. Mientras Neithan está concentrado en su libro, yo suelto la bomba:

—Mi hermano quiere conocerte.

Su expresión se congela y pasa de mirar las páginas a no enfocar en nada. Entonces, se gira hacia mí con una expresión neutra, excepto por sus cejas arqueadas.

No dice ni una palabra. Me aclaro la garganta.

—El otro día me preguntó si... En realidad no me preguntó, me insistió en proponerte venir a casa a cenar. Y Amy también me hizo saber que quería que os presentase. Tú... ¿cómo lo ves?

Retira su mirada de la mía y cierra el libro para dejarlo sobre la mesita. Yo me incorporo un poco sobre su pecho, y él hace lo mismo en el sofá.

—¿Le has hablado de mí a tu familia?

—Claro. Es decir... somos amigos.

Su ceño se frunce.

—Amigos —repite. Por su tono de voz, diría que no le ha gustado en absoluto ese término.

—Bueno, éramos amigos. Ahora que estamos saliendo no...

—No estamos saliendo.

Su confesión me deja atónita, provocando que lo observe al instante. Noto como su piel enrojece bajo sus numerosas pecas.

𝐇𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐧𝐨𝐯𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞Where stories live. Discover now