Wolf Alias El Musculoso

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Nunca había batallado tanto con un paciente canino, había mascotas que por miedo tendían a morder, pero después de un par de caricias, premios o palabras dulces se dejaban hacer

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Nunca había batallado tanto con un paciente canino, había mascotas que por miedo tendían a morder, pero después de un par de caricias, premios o palabras dulces se dejaban hacer. 

Pero este… aun en su inconsciencia, me gruñe y muerde, tengo mas lastimadas a causa de este cachorro gigante que todas las que he tenido a lo largo de mi trayectoria como médico veterinario. 

—Listo, es la última herida. 

Atravieso una última vez la piel dura del canis lupus, justo por donde hemos tenido que quitar el pelaje. 

Me limpio el sudor de la frente, tengo las manos y ropa manchadas de sangre, esto parece una escena de asesinato. 

Uno de los presentes en la sala, se marcha rápidamente y solo cerrarse la puerta los aullidos vibran contra las paredes, al mismo tiempo que vítores y gritos de alegría. 

Tal parece que este lobo es un símbolo o algo de suma importancia para ellos. 

—Como se hizo todas estas heridas. 

Inquiero, metiendo las manos bajo el chorro de agua en el grifo. A mi lado se encontraba uno de los que me ayudó a retener al lobo. 

—Luchando… era su vida o la de ellos y bueno… 

Trago grueso recordando a aquel hombre que apareció muerto a las orillas del bosque, ¿y si este lobo fue…? 

Doy una mirada al lobo dormido sobre la camilla, por instinto me acerco —secó las manos en la ropa, donde no está sucio— acarició su pelaje sedoso y grueso al tacto, pero retiró rápidamente la mano al sentir esa sensación de sosiego en el pecho. 

Te amaré para toda la eternidad. 

Alejo la mano al oír aquella voz en mi cabeza. 

—Entiendo. Bueno, ya lo cure creo que debo volver —apresuró a decir al hombre que me sigue de cerca. 

—Es demasiado tarde para volver, por favor quedate en mi casa… Creo que tengo mucho que agradecerte después de todo, fuiste tú quien mantuvo con vida a mis cachorros. 

Sacudo la cabeza, enfocando ahora al hombre sin camisa. Entrecierro los ojos sin comprender. 

—¿Tus cachorros?

—Si. 

Me da una palmada en el hombro y me insta a salir del lugar. La misma mujer de hace rato, la de estilo gótico, se apresura a entrar una vez salimos. 

Porque todos son tan extraños… Acaso  esta es una manada, pero de locos. 

—¿Ella quién es? —señaló hacia atrás con el pulgar. El hombre de pecho ancho, músculos abultados y sumamente caliente tuerce los labios pero no se distinguir si es una mueca de disgusto o una apatica sonrisa. 

El encantador de lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora