130. Los recuerdos del principe.

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La habitación estaba débilmente iluminada, pero la muchacha vio a Nagini, retorciéndose y girando como una serpiente acuática, protegida por aquella esfera estrellada y encantada que flotaba, sin soporte alguno, en medio del cuarto. Detectó también el borde de una mesa y una mano blanca de largos dedos que acariciaba una varita. Entonces Snape habló, y a Charlie se le cortó la respiración: el profesor se hallaba a sólo unos centímetros de donde ellos estaban agachados.

—... mi señor, sus defensas se están desmoronando...

—Y sin tu ayuda —comentó Voldemort con su aguda y clara voz—. Eres un mago muy hábil, Severus, pero a partir de ahora no creo que resultes indispensable. Ya casi hemos llegado... casi...

—Déjeme ir a buscar al chico. Deje que traiga a Potter y a Black. Sé que puedo encontrarlo, mi señor. Se lo ruego...

Snape pasó por delante de la rendija y Harry se apartó un poco, sin quitarle los ojos de encima a Nagini. Se preguntó si habría algún hechizo capaz de destruir aquella esfera protectora, pero no se le ocurrió ninguno. Si daba un solo paso en falso, delataría su presencia y...

Voldemort se puso en pie y Harry lo contempló: los ojos rojos que solo encontró punto de comparación con los de Black, el rostro liso con facciones de reptil, y aquella palidez que relucía débilmente en la penumbra.

—Tengo un problema, Severus —dijo Voldemort en voz baja.

—¿Ah, sí, mi señor? —repuso Snape.

El Señor Tenebroso alzó la Varita de Saúco, sujetándola con delicadeza y precisión, como si fuera la batuta de un director de orquesta.

—¿Por qué no me funciona, Severus?

—¿Qué quiere decir, mi señor? —preguntó Snape—. No lo entiendo. Ha... logrado extraordinarias proezas con esa varita.

—No, Severus, no. He realizado la misma magia de siempre. Yo soy extraordinario, pero esta varita no lo es. No ha revelado las maravillas que prometía, ni descubro ninguna diferencia entre ella y la que me procuró Ollivander hace muchos años.

Hablaba en un tono reflexivo y pausado, pero a medida que continuaba Black y Potter comenzaban a retorcerse del dolor y sentían la furia creciente en el interior del Señor Tenebroso.

—Ninguna diferencia —repitió Voldemort.

Snape no respondió. Charlie no le veía la cara y se preguntó si su mentor habría intuido el peligro, o si estaría buscando las palabras adecuadas para tranquilizar a su amo.

Voldemort echó a andar por la habitación y Harry lo perdió de vista unos segundos, pero seguía oyéndolo hablar con aquella voz comedida. Entretanto, el dolor y la furia seguían creciendo en él.

—He estado reflexionando mucho, Severus... ¿Sabes por qué te he pedido que dejaras la batalla y vinieras aquí?

Entonces Black atisbó el perfil de Snape: tenía los ojos fijos en la serpiente, que se retorcía en su jaula encantada.

—No, mi señor, pero le suplico que me deje volver. Permítame que vaya a buscar a Potter y traerle aquí a Black.

—Me recuerdas a Lucius... Los dos son ingenuos y no entienden la mente de Potter... mucho menos la mente tan desarrollada e impecable como lo es la de mi nieta —el sonido siseante hizo que la piel se Black se erizase, pero lejos de ser palabras de estima solo eran frases vacías que demostraban que lo único que le seguía importando era él mismo y su dinastía.

—Ellos vendrán a mí. Ella se dará cuenta que no hay poder más grande que el de su señor y vendrá. Mientras tanto... quiero a la sangre sucia muerta.

La herencia de la Serpiente; (𝑯. 𝑮𝒓𝒂𝒏𝒈𝒆𝒓)Where stories live. Discover now