16. Kuroka en el frente

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Tanto Kuroka como Renku estaban ausentes, y aunque Kururu estaba cómoda junto a los demás niños, no pudo evitar sentirse algo tensa cuando notó que ninguno de los dos estaba cerca. En medio de su descanso, Lilian notó que la niña estaba algo decaída, así que la invitó a acompañarla mientras que entraba a su casa para tomarse un descanso. El almuerzo estaba casi listo y sólo debían esperar a que todos terminaran sus tareas, así que podía tomarse esa libertad.

La pequeña no tuvo problemas en aceptar la compañía de Lilian, es mas, ella también la calmaba de la misma manera que los dos forasteros, por lo que no tardó mucho en recuperar su humor. Luego de unos minutos ambas de hallaban sentadas en la cama; Kururu jugueteaba con su muñeca, mientras que Lilian estaba detrás suyo con un cepillo, peinando suavemente el cabello de la pequeña.

—Lamento mucho lo de tus padres —mencionó Lilian, provocando una apenada mirada en la niña—. Debes sentirte muy triste.

—Yo... lo estoy —respondió—. Pero... el señor Renku les dio un entierro digno y fui capaz de despedirme, así que al menos puedo saber que sus almas estarán en paz. 

Cuánta fortaleza, pensó Lilian, acariciando la cabeza de la pequeña con cariño. Era una lástima que por culpa de los bandidos que acosaban a la villa una niña como Kururu lo hubiera perdido todo. Teniendo eso en cuenta, Lilian llegó a sentir que tenía cierta responsabilidad sobre esa niña.

Lilian abrió la boca para hablar nuevamente, no obstante, un sonido similar al galope de varios caballos la interrumpió. A medida que el sonido se hacía más claro, se podía escuchar como se armaba un alboroto en el exterior, como si los aldeanos se estuvieran alterando. Una mezcla entre gritos, risas, insultos y llantos se notó en tan sólo un instante.

Kururu estaba confundida por ello. Lilian, por su parte, sintió que se iba a demayar. Sabía lo que eso significaba, pero no podía entender por qué estaba pasando. 

—Señorita... ¿qué sucede? —preguntó la pequeña al ver la reacción de Lilian.

En lugar de responder con palabras, acercó a Kururu a su cuerpo y la rodeó firmemente con sus brazos. La niña notó que estaba temblando.

La mala fortuna le llegó a cada persona que se encontraba en la villa. El terror y la desesperación habían vuelto junto con los bandidos que los invadían.

Un ciclo ya vivido incontablemente volvió a repetirse.

Cuando las personas escucharon el galopar de decenas de caballos acercándose hasta su posición, el pánico creció exponencialmente.

Todos dejaron sus labores de lado e intentaron buscar refugio en sus hogares, y para cuando los intrusos se acercaron lo suficiente nadie tuvo el valor como para huir.

Los caballos se detuvieron en los límites de la villa, siendo alrededor de veinte o treinta animales junto a sus jinetes. Hombres armados, vestidos con ropajes malgastados y armaduras antiguas de segunda mano, observaban con burlescas sonrisas como el humor de los aldeanos cambiaba de un instante a otro.

— ¿Qué esperan? —exclamó uno de ellos, con una potente voz—. ¿Dónde están sus modales?

¿Qué hacen aquí?, pensó Lilian, asomándose por la ventana de su cabaña para examinar la situación, manteniendo a Kururu siempre detrás de ella.

Entendieron rápidamente a qué se refería, pero nadie se atrevía a moverse. Mientras que algunos hombres abrazaban a sus esposas e hijos, y ellos cerraban los ojos para rezar, los bandidos formaron una fila para poder observarlos a todos.

En medio de eso, sólo el alcalde Evon tuvo la suficiente voluntad para acercarse al centro de la villa, donde los bandidos los esperaban. El anciano sabía que si se tardaban demasiado podrían enojar a los invasores, quienes no dudarían en usar la fuerza bruta para mover a la gente; por ello, debía dar un paso adelante y guiar a su gente antes de que las cosas se salieran de control. Aterrados y uno a uno los demás aldeanos lo siguieron, y en pocos instantes la mayoría de ellos estaba de rodillas, con las cabezas bajas.

Kurogami. Vol# 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora