Capítulo 36 | Anya

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Estoy en una prisión de fuego y hielo.

La magia de los mellizos se extiende a nuestro alrededor, protegiéndonos, al mismo tiempo que llegamos a la catedral. Hemos dejado de ser invisible y me pregunto si es porque a esta distancia y con este caos Cassandra no puede distinguirnos. O quizás sea porque está herida. Sacudo la cabeza, quitando esa idea de mi mente.

Tengo que librar una batalla a la vez.

Debo confiar en que Cassandra estará bien.

Apoyo ambas manos sobre las puertas de madera, resoplando. Estoy sin aliento, pero no puedo perder ni un segundo. Después, empujo.

—A partir de este momento, estás sola —me recuerda Zuri, sin dejar de crear muros de hielo.

—Suerte, Anya —me desea Asher, invocando las llamas.

—Si no lo logras, haré de esta catedral un iglú —promete Zuri—. Me da igual quién esté dentro.

—No será necesario —me limito a responder.

La puerta cede a mi fuerza y se abre. Me deslizo a su interior y la cierro detrás de mí.

Los sonidos de la batalla quedan amortiguados.

Mi respiración irregular se escucha por todo el espacio y los acelerados latidos de mi corazón aporrean mis costillas. Lejos de tranquilizarme, la adrenalina sigue recorriendo mi torrente sanguíneo.

Desplazo la mirada por todo el lugar, pero no veo a Dorian ni a Jeanne.

Trago saliva mientras el miedo y la duda echan raíces en mi interior. ¿Es posible que nos hayamos equivocado? ¿El ejército y los daemon eran un truco para despistarnos?

Sacudo la cabeza. Willa lo rastreo. Está aquí.

Entonces oigo un grito de Dorian, y noto como si estrujaran mi corazón. Abro bien los ojos mientras localizo el origen. Creo que proviene de la parte trasera de la catedral.

Echo a correr hacia ahí, pero tiran de mi pelo y caigo hacia atrás.

No llego a tocar el suelo porque me incorporo rápidamente. Doy un par de pasos para interponer distancia y me giro hacia lo que me ha detenido.

Kerr esboza una sonrisa torcida.

A su lado, Adam me mira con su expresión desdeñosa de siempre.

Frunzo el ceño mientras una calma fría me invade. Por fin estoy cara a cara con los asesinos que me persiguieron durante años. Ellos son la razón por la que Emma me tuvo que dejar en el orfanato. Me dispararon en el muslo cuando estábamos en Frostdrop solo para que Dorian estuviera dócil. Y, obviamente, no he olvidado lo que le hicieron a Zelda. Aprieto los labios.

Seis meses pasé pensando en mi venganza.

Ahora estoy a punto de tachar los primeros nombres de mi lista.

—Menos mal que os encuentro —suelto—. No querría irme de este mundo sin llevaros conmigo.

Sin darles tiempo a responder, me lanzo hacia ellos.

No tengo mis dagas, pero me da igual. Soy un torbellino de patadas y puñetazos cuando alcanzo el primer cuerpo. Me dejo envolver por mi ira y me concentro en lo que he aprendido durante estos meses.

Pero se me olvida que ellos tienen mucho más entrenamiento que yo.

Y que precisamente son la mano derecha de Jeanne por su letalidad.

Acabo en el suelo en menos de un pestañeo.

—¿Tantas ganas tienes de morir? —ronronea Kerr—. Tu novio está sellando su pacto con Jeanne, pero si no estás contenta con ello, me presto voluntario para quitarte la vida.

Una promesa de fuego y venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora