Capítulo 49: Anastasia Chrisenhall

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Anastasia:

Me despierto a las 6:00 AM, sin necesidad de una alarma. Mi cuerpo está tan acostumbrado a la rutina que no requiere recordatorios. Me levanto de mi cama de sábanas de seda, las dejo perfectamente estiradas, y me dirijo al espejo que me devuelve una imagen impecable: piel tersa, cabello brillante, rubio extra claro —utilizo mis productos de alta gama, cada uno seleccionado meticulosamente para mantener mi apariencia perfecta—; mi primero muerta antes que tener acné en mi cara.

A las 6:30 AM, preparo mi desayuno en mi habitación. He invertido en utensilios eléctricos de cocina de la mejor calidad para evitar tener que bajar comer con los demás; me preparo un batido verde, tostadas de aguacate y un café negro son mis elecciones habituales. Mientras como, reviso mis notas y planifico mi día. Cada minuto está calculado, cada tarea, anotada. No hay espacio para errores. Mi ritual.

A las 7:00 AM, es hora de mi rutina de ejercicios. Practico yoga en el balcón privado del dormitorio, disfrutando de la tranquilidad de la mañana. La meditación me centra, me prepara para enfrentar el día. No hay lugar para la debilidad en mi vida —me encuentro parada de cabeza en el balcón, apoyándome en mis antebrazos, sosteniendo mi cuerpo; pies al cielo despejado—; me llega ese pensamiento nuevamente…; la imagen mía cayendo desde mi balcón… y luego, destrozada contra el piso por la altura del impacto, podrían decir fácilmente que fue un accidente, un mal movimiento en mi asana… quién creería que Anastasia Chrisenhall tiene pensamientos suicidas.

A las 7:30 AM, regreso adentro de mi habitación para vestirme. Mi guardarropa es un santuario de la moda de alta costura. Elijo mi uniforme universitario, planchado y perfumado, reflejando mi estatus y mi perfeccionismo —me maquillo con precisión quirúrgica, destacando mis mejores rasgos—.  No tengo la necesidad de hacerme cirugías, o sea, lotería genética.

A las 8:00 AM, dedico una hora a revisar mis apuntes y estudiar. Mi escritorio es un templo de la organización, cada libro y papel en su lugar —me da una ansiedad que un bolígrafo no esté en su lugar; el desorden es asqueroso—; Repaso mis tareas, asegurándome de que todo esté perfecto. Mi obsesión por las notas me impulsa a ser siempre la mejor.

A las 9:00 AM, salgo de mi habitación y me dirijo a las instalaciones de L'Chester. Camino con confianza, consciente de las miradas de mis compañeros. Sé que muchos me desprecian por mi actitud egocéntrica y perfeccionista —claro, también porque traté de expulsarlos a rodos—, pero no me importa… ya no. Mi objetivo es claro: ser la mejor, sin importar lo que piensen los demás. En ningún momento planeé tener mucha compañía… que no sea esclava —camino firme, con mi frente en alto—; un grupo de universitarios se separan al verme, abriéndome camino entre ellos —atravieso el gentío—; murmullos, groserías en voz baja y malas caras hacia mí.

Llego al instituto a las 9:30 AM y me dirijo a mis clases. En el aula, me siento en la primera fila, lista para absorber cada palabra del profesor. Mis compañeros me evitan, pero yo me mantengo enfocada en mis estudios —me arrojan una bola de papel en la mejilla; finjo no haberlo sentido—. Mi inteligencia y dedicación me hacen destacar, eso significa que debo enfrentarme a la soledad y el desprecio. Los inteligentes sufrimos mucho, qué dolor.

A las 12:00 PM, es hora del almuerzo. Prefiero comer en la privacidad de mi habitación, lejos de las miradas y comentarios de los demás; llevo tiempo sin estar en el comedor de L'Chester; Saco mi comida preparada del microondas y continúo estudiando mientras como. No busco compañía ni conversación ya, sé que hacía esas cosas por hipocresía y porque lo malo de ser popular era tener que forzarle a charlar con gente del coeficiente intelectual de un pollo; mi mente está completamente dedicada a mis objetivos académicos ahora que tanto tengo esas obligaciones sociales.

La rutina es mi refugio, mi escudo contra la mediocridad. Cada día es una batalla, y yo soy la guerrera que no puede permitirse perder. La perfección no es una opción, es una necesidad. Y en este mundo de competencia despiadada, solo los fuertes sobreviven. La soledad es un precio pequeño a pagar por la grandeza. Mis compañeros pueden despreciarme, pero ellos no entienden lo que significa ser verdaderamente superior.

Sexo Después De ClasesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora