El Capo y su Dama

Capitulo 35

Narrador Omnisciente.

La inocencia se desmoronó en pedazos, fragmentada por una realidad que la arrasó sin piedad. Mientras tanto, el destino, con sus hilos rotos, intentaba tejerse de nuevo, lentamente, como si cada nuevo paso fuera un esfuerzo por restaurar lo irremediable.

Aquel ruso intentó reconstruir el pasado que salió de su boca, pero todo era demasiado tarde. Aquella bella dama ya tenía en mente la oscuridad en que se había metido.

Los pensamientos perturbadores de Iker invadían su mente mientras atravesaba la puerta de aquella mansión repleta de asesinos a sangre fría. Sabía que había cometido un error y que las consecuencias de sus palabras no tardarían en llegar, como la oscuridad de la noche ante el día en el mundo. Sabía que ese hombre lleno de oscuridad perturbadora conocería la verdad y la ubicación de su bella dama incluso si intentara mentirle.

Pasaba sus manos por su rostro, pensando en todo lo que dijo, pensando en la situación de su "calabacita de maíz".

Toda la oscuridad parecía concentrarse en aquella mansión. Los pasillos eran largos y estrechos, como laberintos sombríos que se retorcían en cada esquina, haciendo que cada giro pareciera una trampa sin salida. Las paredes, cubiertas de cuadros antiguos, apenas visibles bajo la tenue luz de candelabros lujosos, susurraban secretos de traición y muerte.

El silencio era espeso, roto solo por el eco lejano de pasos sobre el suelo de mármol frío. Cada habitación ocultaba sombras más profundas, como si la propia mansión respirara el peligro que habitaba en su interior. Allí vivían los más peligrosos, los que gobernaban el bajo mundo, en un lugar donde la luz apenas rozaba las almas que lo ocupaban.

Aquel ruso avanzaba lentamente por la mansión oscura, creyendo que estaba solo, pero eso sería solo un pensamiento engañoso. Al llegar frente a una ventana iluminada por la pálida luz de la luna, se detuvo de golpe. Allí, en medio de las sombras, el mafioso japonés esperaba, inmóvil, como una figura tallada en el silencio de la noche.

Su postura era imponente, pero sin esfuerzo, irradiando un control absoluto sobre su entorno. Su rostro permanecía en penumbra, apenas revelado por el brillo lunar, pero sus ojos, fríos y calculadores, lo observaban con una calma que intimidaba más que cualquier grito.

No había necesidad de palabras apresuradas; su silencio era una sentencia.

Todo en él, desde la rigidez de su traje oscuro hasta la serenidad inquietante con la que esperaba las explicaciones, hablaba de un poder que no necesitaba ser demostrado.

Era un hombre que gobernaba desde las sombras, moviendo los hilos con precisión, paciente pero implacable. Frente a él, cualquier vacilación o mentira era un riesgo fatal.

—¿Dónde estabas? —preguntó el japonés, con una voz tan baja y calmada que el frío pareció recorrer la columna vertebral del ruso. No necesitaba elevar el tono; aquella simple pregunta, pronunciada con una frialdad calculada, erizaba la piel, como si cada palabra fuese una advertencia oculta.

Su mirada penetrante, fija en la del ruso, no dejaba espacio para las excusas. El silencio que siguió a la pregunta era más abrumador que cualquier amenaza. Era como si el tiempo se hubiese detenido en aquel instante, cada segundo aumentando la tensión en el aire, esperando una respuesta que podría definir su destino.

—¿Ahora serás mi novia tóxica? —respondía, como de costumbre, con ironía absoluta—. Deja de preguntarme estupideces. ¿Dónde voy a estar con un riñón dañado y dos piernas heridas? —dice, sentándose con dolor en una silla.

—Responde —exigió, penetrando un escalofrío en el ruso con solo una mirada.

—Estaba cumpliendo con mi papel en este juego, moviendo piezas mientras el destino se encargaba de hacer las suyas —respondió el ruso, con una leve sonrisa cargada de ironía, como si todo aquel caos no fuera más que parte de un plan mayor que ninguno de ellos podía controlar del todo—. Ahora ya sabes qué estaba haciendo; ve a preparar a tu gente, debemos salir. Los jefes de la mafia menor nos esperan esta noche—