El sincero amor que siento hacia ti

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Paul me llevó de vuelta a casa y en todo el trayecto el único sonido que habia era mi llanto. Con una mano conducía y con la otra sostenía mi mano, noté que la tenia sudada y temblaba un poco.
Al llegar rápidamente me metí en nuestra habitación evitando tener que ver a los demás, no queria decir ni una palabra a nadie, ni siquiera a Paul.
Pero era ineludible, el ya estaba entrando por la puerta con la respiración agitada, al verme, corrió desesperadamente hacia mi y me abrazó con todas sus fuerzas.
Estaba temblando y no se apartaba de mi, yo tampoco de él, en ese momento mi único deseo era poder detener el tiempo y quedarnos asi para siempre.

-No quiero irme.

Dije en un susurro, y el se aferró mas a mi.

-Yo tampoco...te amo,_______ te amo y quiero que guardes estas dos palabras en tu corazón por el resto de tu vida. Pero, ambos sabemos que es lo que debes hacer.

Y en lo ultimo su voz se quebró.

-Lo sé...pero, ¡es que no es justo!

Dije como una niña, Paul se separó un poco y me levantó la mirada sosteniendome de la barbilla.

-Hermosa, nada es justo en esta vida, el destino es un maldito envidioso que no le gusta ver a la gente feliz y por eso las separa como nosotros, pero ¿sabes que? Hay algo que el destino no puede controlar.

-¿Que cosa?

Pregunté mientras una lágrima caia sobre mi mejilla.

-El sincero amor que siento hacia ti.

Pronunció con ternura en su voz.

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Al otro dia no quise levantarme de la cama, tenia los ojos rojos e hinchados por el llanto y todo mi cuerpo me dolía.
Paul insistió e insistió hasta que tuve que levantarme a desayunar. Ringo, John y George estaban ya sentados tomando té, pero esa mañana no hubo risas en la mesa, ellos sabian que algo no andaba bien.
Los ojos de Paul delataban angustia y melancolía.
Como los demás chicos no dijeron nada decidí romper el silencio y les conté todo lo que habia pasado ayer. Paul se fue y me quedé sola con ellos.
Cuando terminé de hablar, en la mejilla de Ringo le recorria lágrima.

-¿Estas hablando encerio?

Dijo a punto de llorar con fuerza, yo asentí lentamente con la cabeza. Se levantó de su silla y me estrechó entre sus brazos.

-Por favor dime que es una broma.

-No Ritchie, no lo es.

Dije con el poco aire que me quedaba en mis pulmones.
John y George se unieron al abrazo, ¡Dios como extrañaria eso! Me sentia segura entre esos 6 brazos de mis amigos, como si fueran una armadura de hierro contra todo lo malo a mi alrededor.




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