CUARENTA Y UNO

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    El vapor de la juventud se le había esfumado como palabras que mueren entre labios sumisos a una idea inacabada. Espantada, se escondió hasta de si misma, porque la poca magia que le quedaba entre los huesos le advertía que el vampiro la cazaba minuciosamente. Consciente de que tarde o temprano la encontraría, prefería con todos sus impulsos que fuera mucho más tarde que temprano. Por su mente atolondrada de mil voces que a penas reconocía, pasaban cientos de hechizos que le parecían ínfimos, ridículos, como para salvar la triste situación en la que se encontraba metida hasta el cuello; un cuello arrugado y duro, por cierto. Su poder no le alcanzaba para rejuvenecerse, ni siquiera absorbiendo el alma de mil niños lo lograría. << Esa maldita Margaret >>, masculló mordiendose los labios resecos con los dientes podridos que la maldición le había dejado. Lo que más temía era morir lento y con dolor. Ya lo experimentó una vez, y no tenía el menor deseo de repetir una muerte semejante. Margaret había mostrado ser más astuta en su afán de destruirla, como siempre quiso desde aquellos años en que le metieron en la cabeza la profecía de Annabelle Williams, con la cual, los destinos de amabas quedaban unidos. Sarah nunca le hizo demasiado caso, sobre todo cuando apareció Gabriel en su vida y comenzó a pintar de colores todo lo que ya era negro y gris. Pero ella... Ella se había tomado aquellas palabras tan apecho, que tres siglos después, aún después de la muerte y la resucitación, era capaz de enterrarla en los escombros más dañinos del olvido. << Es lo que seré >>, pensó Sarah mientras trataba de controlar los temblores de sus viejas manos. Las rodillas le dolían y a penas podía moverse con franqueza. << La sombra de lo que todas creyeron que sería >>. Era duro, pero verdadero. Al menos había quedado algo de magia en sus entrañas para mantenerla viva todavía, pero ese fuego intenso que seguía quemando brazas en su interior no pertenecía a si misma, sino a esa pequeña niña de cabellos negros y ojos grises que sirvió para meter su alma. << ¿ Cuál era tu nombre? >>, intentó recordar, pero no pudo. << Ser una vieja es un fastidio >>, terminó por molestarse consigo mismo, si lo hubiera matado antes, cuando Winifred le advirtió que los de su especie no eran de confianza; pero Gabriel siempre fue tan seductor que terminó por cambiar la opinión de su hermana mayor. Cuando se dio cuenta que de sus ojos salía un diluvio frío y constante, sintió pena por si misma, sin saber porqué lloraba en realidad. La añoranza, la rabia o el odio no la ayudarían en aquel último instante. El fin era inminente. Alguien volvía a demostrar que era mucho más poderosa que ella.
    Estaba tan débil, que tardó varios minutos en reconocer la presencia tétrica que se manifestó con cautela entre las sombras de aquel bosque donde estaba.
— Una vez más sentirás el placer de destruirme — dijo sin darle la cara; no tenía el valor para revelar su edad — Presiento que disfrutaste más que me colgaran que nuestras noches de locuras.
— No — respondió el vampiro sin hipocresía. Pero no venía a hablar de sus sentimientos — Solo quiero ver cómo te sienta la vejez.
— ¡¡ Mátame ya!! — gritó desplomándose en la tierra helada; golpeó el suelo con las manos, con las pocas fuerzas que le quedaban — ¡ No seas cínico!
      Se tendió boca arriba en el suelo, y con sus desgastados ojos azules, divisó el día transformándose en noche. Era hermoso como el naranja coloreaba el cielo y lo volvía vivo en medio de la muerte. Muchas veces disfrutó de ese momento con él a su lado, mientras le tomaba la mano, después de haberse comido vivos y desnudos en medio del bosque, compartiendo un instante que ella siempre deseaba prolongar por años, como en ese momento. << Una vez más te encuentras con la muerte >>. Le dijeron al oído. Giró la cabeza hacia su derecha y vio que se trataba de aquella niña. Tan bella aún después de muerta, aún siendo un fantasma; con sus ojos como piedras lustrosas y oscuras; con sus cabellos enegrecidos y la piel tan blanca como la porcelana. Sarah tembló porque notó que también le agarraba la mano con una suavidad inaudita. Sintió ganas de llorar más, pero por alguna extraña razón, aquellas pupilas oscuras le calentaban el alma. << Aún puedes vivir >>, dijo Sunieidis y despertó tanta inquietud en la vieja que pareció volver a la vida de inmediato. << Tienes el poder para restaurar lo que has roto, revivir a los que murieron bajo tu mano, y creyendo en el amor otra vez >>. Sus palabras calaron sin explicación en el alma de mujer con una dulzura que nunca había experimentado, ni siquiera en sus días de gloria prematura. << Lo que más quiero es creer nuevamente en el amor >>, se dijo para si, aunque sabía que Sunieidis la escuchaba. << Pero la muerte se encargó de desmentir su existencia >>. El consejo que escuchó le paralizó el tiempo y retumbó en su mente como un presagio de salvación. << Perdónate >>.
     Tenía que hacerlo. Toda su vida volteó el rostro para no ver lo que realmente era, un monstruo llenó de imperfecciones. Nunca quizo convivir con eso, ni con la muerte de su hijo, de la cual se echaba la culpa sin remedio. << Fui un monstruo >>, lloró al decirlo, y lloró cien veces más cada vez que volvió a repetirlo. << Ya no quiero serlo >>, se entregó sin restricciones a el fuego que sentía en el pecho, y todo fue un poco más lindo, mucho más placentero. Un gélido néctar que conocía bien golpeó su nariz; lo absorbió con avidez y sintió morir su temple, pero esta vez de amor.
— Jamás pensé que me verías vieja y decrépita — dijo sin mirarlo; el contacto en su mano se había vuelto más frío, y el aire más cargado de humo. Él movió su rostro en su dirección, utilizando el meñique, y quedó en silenció contemplando sus profundos ojos tornasoles.
— Nunca me importó si eras fea o horrible, Sarah. Siempre fuiste para mi la niña más bella de Salem. Empecé a temerle al poder que estabas consiguiendo, temí que ya nunca volvieras a ser la misma; te habías cargado con mi odio y temí que por tu culpa se me descubriera. Fui yo quien te transformó en una asesina. De todas formas eso ya no importa — Sarah no habló, en su corazón, sabía lo que él se disponía a ejecutar. Sus ojos se volvieron rojos, y prosiguió el monólogo con una voz fluida y bella, parecida a la de un ángel redentor.
   << Habían destruido la iglesia de Salem Village a pedradas y cantaban mientras le prendían fuego entre bailes y risas. Era una tarde preciosa de otoño, y los robles dejaban caer sus hojas son re la tierra y se confundían con la ceniza que sobrevolaba los techos del pueblo, que salía a la calle, semidesnudos, libres al fin del tormento de la religión. A Deodot Lawson y a George Burroughs, los amarraron de un ciprés centenario que quedaba al otro lado del camino, para que no se perdieran ni un minuto de la muerte de sus mentiras. La gente de Salem Town bajó hacia las afueras, al mismo lugar que siempre había considerado inferior y se unió al jolgorio. Ellos también habían quemado su iglesia, además de El Palacio de Justicia, y trataban de convencer a los demás de irse a la Colina de la Bruja a beberse todo el ron de la Taberna de Bridget para celebrar la libertad.
     Sarah se fue de la mano de su hermana Mary, saltando como una niña inquieta, pateando descalza los montículos de tierra y grabando todo con sus bellos ojos. Detrás marchaban Winifred y Bridget, besándose en pleno público, y cada beso era vitoreado como una bendición; los campesinos se cargaban a los hombros a las mujeres y competían entre sí para ver quién llegaba más rápido a la colina; Tituba sonreía por primera vez en su vida, abrazada a su esposo el buen indio John. Todo transmitía tanta paz que parecía imposible creer que estaba sucediendo.
    En la cima de la colina están él esperandola. Llevaba en sus brazos fuertes a una bebé risueña e intranquila. Sarah no aguantó y corrió hacia ambos, cargó a su hija y besó a su esposo, dio gracias a Dios y volvió a bailar. Terminaron los tres viendo el atardecer en una paz eterna que era motivada por el silencio de todos; una paz que jamás en sus vidas sintieron y que calentaba cada parte fría de su alma >>.
    Esa fue su sentencia. No sintió cuando el vampiro le arrancó el corazón del pecho y lo tiró a un lado, sobre la hierba mojada ya por el rocio matinal. Tenía los ojos irritados y la mirada perdida, la mano con que sacó el corazón le temblaba, pero sus ojos no se cansaban de tanta belleza. La juventud la había tomado por asalto justo unos segundos antes de que él concluyera la visión que preparó para su . Sus cabellos rubios se tiñeron de negro; su piel palideció un poco más; sus ojos tornasoles se volvieron negros y en una sacudida terrible, cualquier vestigio de Sarah, se evaporó del cuerpo de Sunieidis. Gabriel apretó los labios y sujetó el corazón que había echo a un lado. Latía, había comenzado a dar pequeños golpecitos rítmicos. Lo apretó con ganas de acabar con todo realmente; estaba listo para matarla.
— No lo hagas, Gabriel — le pedía Rey a sus espaldas. Al presenciar la huida de Sarah, él y Danellys decidieron seguirles y terminaron en aquel lugar, observando todo a la distancia, por si necesitaba ayuda.
— Dame una razón para no hacerlo — respondió el otro.
— Necesitas a todas las brujas posibles de tu lado — aconsejó — Tú me lo enseñaste :" Preparate siempre para la guerra ".
— Sarah la utilizó para volver, podría usarla de nuevo como su reencarnación — apretaba el órgano con más rabia, y este le latía en la mano con más pasión.
— Tú mismo sentiste su poder desde el mismo día que llegamos, no sabiendo ella nada de la brujería. Su energía no es de este mundo. Si la ayudamos a perfeccionar su magia seremos intocables. Nadie te declararía la guerra — se escuchaba tentador.
— Creo que le estás tomado aprecio a esta brujita.
    Dejó de apretar el corazón y lo depositó cerca de sus piernas. Sunieidis se veía hermosa aún y muerta, aún y fría, aún e inmóvil. Borró su visión fantasmal de su mente y se puso de pie. Se estiró para comprobar que estaba sano y les sonrió a sus amigos.
— Quiero dos botellas de Bourbon para celebrar que al fin salimos de esa psicópata — se abrazó a Rey con emoción, pero sus ojos seguían prendados de algún dolor que no podía borrar.
    Esa noche se emborrachó como nunca, tuvo sexo con cientos de mujeres a la vez, se baño en una laguna de sangre, solo para comprobar al día siguiente que la amargura provocada por el arrepentimiento continuaba ahí.
— Es extraño tener la humanidad de vuelta — le dijo Rey durante la tarde, cuando se sentó en el patio del motel, bajo la sombra de los árboles, a contemplar ensimismado como pasaban las nubes. No le contestó, pero su amigo quiso insistir — Ya te acostumbrarás. La tuviste una vez y la soportaste, puedes hacerlo de nuevo.
— No quiero hacerlo — parecía haber cortado una larguísima oración que nunca concluyó. Quedó en silencio como la noche cayendo sobre él, y dejó que el sonido del corazón de Sunieidis diera un poco de sosiego a la noche que nacía. Lo metió en una caja de madera que Elen le donó, mientras que el cuerpo de la brujita, perfecto y sin olor a descomposición todavía, lo acomodó en un ataúd de madera que encargó al mejor carpintero de esos lugares. << Con esta madera fabricaban los ataúdes de los reyes del siglo XVIII. Hechos en Cuba, si señor >>. La risotada que dio después le desagradó tanto como dejar de observar la belleza de Sunieidis — Es lo mejor — Se había convencido a si mismo que el cuerpo nunca sería un peligro si mantenía el corazón alejado de él. Rey intentó convencerlo de hacer lo contrario, pero fue inútil. De todas formas, evitó que lo destruyera, así le daba un poco de tiempo a la brujita, porque si el corazón seguía latiendo, existía la posibilidad de que Sunieidis pudiera regresar a este mundo.
     A la mañana siguiente, cuando Rey y Danellys se despertaron, ya Gabriel y Margaret se encontraban a cien kilómetros de allí. Solo se llevaron consigo la caja que contenía el corazón de la brujita, y la incertidumbre de sin algún día volverían a verlos. Rey apostaba a que si. Sabía en lo más profundo que su amigo se había enamorado de Sunieidis, y aunque le costara mucho trabajo reconocer lo que para él era una equivocación, más temprano que tarde, volvería para revivirla; o al menos en eso quería confiar.
    Margaret iba en el auto conteniendo la euforia en su pecho, jamás había ido a ninguna aventura con nadie, su vida siempre fue un esquema negro de aburrimiento, pero presentía que la diversión acaba de empezar.
— ¿ Ha donde vamos ?— le preguntó a Gabriel, mientras se maquillaba mirándose en el retrovisor. Este manejaba calmadamente con una mano mientras fumaba con la otra.
— ¿ A dónde quieres ir tú? — respondió él. Iba vestido de blanco con un abrigo negro abierto en el pecho. A Margaret le pareció muy sexy. Apresuró el maquillaje y se recostó del espaldar, abriendo las piernas para él mientras se corrió el blumer a un costado.
— Me han dicho que Santiago es muy divertido — sonrió excitada. Gabriel sujetó el timón con la mano del cigarrillo y con la que quedó libre le dio un masaje delicioso en la entre pierna.
— Pues no nos podemos perder la conga — dijo sonriendo a la vez que Margaret gemía con ganas de comerse al mundo. El atardecer iba pintando pequeños arreboles en el horizonte y en el corazón del vampiro. << Ojalá qué me perdones por lo que voy a hacer >>, pensó mientras se introducían en su mente los repiqueteos de un lejano reloj con vida.

Corazón de bruja: Sarah SandersonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora