One Shot | Keenry

Lose Yourself

Veinte años de vida.

7300 días sumida a una vida sin elección propia.

172.500 horas atrapada en lo que considero "hogar", desde que pudo tener conciencia propia.

La mansión de los Nichols, solía ver desde el balcón de su habitación; colocándose de puntas de pie. Para intentar ver algo fuera de las enormes paredes que rodeaban la imponente mansión a su alrededor. Y era todo lo que conocía.

Nada más, el patio trasero de la mansión se extendía con una elegancia casi intimidante. El césped estaba perfectamente cortado, creando una alfombra verde y uniforme que rodeaba una imponente piscina de diseño rectangular. La piscina era enorme, ocupando el centro de la escena como una joya de aguas cristalinas que reflejaban el cielo y las altas palmeras que la rodeaban. Su borde de piedra pulida brillaba a la luz del sol, y las escaleras de mármol blanco descendían suavemente hacia el agua, invitando a cualquiera a un baño refrescante y lujoso.

Cerca de la piscina, se alzaba una fuente majestuosa de cisnes, tallada en mármol con un detalle asombroso. Dos cisnes de piedra, de largos cuellos elegantes, parecían bailar en el aire mientras el agua brotaba suavemente de sus picos, formando arcos delicados que caían de vuelta al estanque que formaba la base de la fuente. El sonido del agua cayendo le daba al lugar una serenidad envolvente, como si estuviera en un mundo aparte, alejado de cualquier ruido o agitación.

Alrededor, había camas de flores bien cuidadas, llenas de rosas, lavandas y lirios, cuyas fragancias suaves se mezclaban en el aire. Las flores parecían cuidadosamente dispuestas para resaltar la belleza de la fuente y la piscina, añadiendo un toque de color y vida. Unos setos altos delimitaban la propiedad, proporcionando privacidad sin sacrificar la vista del cielo y las copas de los árboles que rodeaban el jardín.

A un lado, se encontraba un área de descanso con sofás de mimbre blanco y cojines de tonos neutros, donde se podía descansar a la sombra de una pérgola decorada con enredaderas floridas. Era un lugar diseñado para el lujo y la contemplación, donde cada detalle parecía pensado para exudar elegancia y opulencia.

Y podía describirlo a tanto detalle, ya que una vez tuvo de examen escrito describir todo su hogar.

El día comenzaba igual que siempre para Tory Nichols. Desde que había abierto los ojos por primera vez, hasta que su padre le otorgó una lapicera gris con un contrato frente a sus ojos. Su vida siempre se había reducido a una rutina fría y predecible. Vivía en esas cuatro paredes en el centro de un gran terreno, rodeada de paredes de vidrio que reflejaban el caos natural que pasaba al otro lado de su fortaleza por las rafagas de viento. A veces, se asomaba a la ventana y observaba la tranquilidad en el afuera, una vida que parecía transcurrir muy lejos de ella.

No tenía amigos cercanos, y sus únicas interacciones personales sucedían a través de pantallas o en oficinas sombrías donde se discutían números, operaciones y acuerdos turbios. Todos la respetaban y la temían, pero ninguno de ellos se atrevía a cruzar la línea de la profesionalidad. Sabía que era la figura imponente de su padre, el gran capo de la familia Nichols, lo que impedía que cualquiera viera más allá de su papel. A veces, sentía que su propia vida se había convertido en una extensión de su apellido, un rol diseñado para cumplir expectativas, nunca para ser realmente suyo.

Desde pequeña, su día a día se había limitado a la mansión familiar, a esos salones enormes y fríos llenos de arte caro y muebles pesados, en los que cada paso resonaba como un eco en la quietud de la casa. No había conocido el ajetreo de una escuela con compañeros ni los pasillos llenos de risas y gritos juveniles; en su lugar, su educación había sido meticulosamente diseñada para ella, con tutores que aparecían y desaparecían cada día como si fueran solo sombras.