Enojo

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Las clases transcurrieron con monótona tranquilidad durante el resto del día, la jornada escolar llegaba a su fin y con ella el pesado aburrimiento de los jóvenes que la sufrían.

Paciente, Yamaguchi se apoyaba en la pared del pasillo como un centinela en guardia, aguardando por la aparición de su mejor amigo por entre las amplias puertas; el peliverde mantenía recostada la cabeza contra la pared, estirando su cuello y observando fijamente el techo, que en esos momentos parecía ser lo más interesante de su espera.

Por fin, tras una decena de suspiros y tarareos de unas cuantas canciones de moda, Kei cruzó la puerta hasta el pasillo, posicionándose al lado de su compañero.

— Tardaste más de lo normal, Tsukki— reprochó el pecoso con una amplia sonrisa, como si sus labios estuviesen cubiertos de una gruesa cremallera ceñida a su piel y únicamente la inigualable aparición de su amigo activase una abertura.

El mencionado bufó, toqueteando la montura de sus gafas para colocarlas en el correcto lugar del puente de su nariz, que parecía discrepar a cada contacto.

— ¿Es necesario que me llames siempre así? — contraatacó molesto, dirigiendo sus pasos hacia el gimnasio.

El más bajo tragó saliva avergonzado, agachando la cabeza y siguiendo por detrás a su amigo.

— Lo siento, Tsuk... Ishima...

La caminata hasta el edificio de deportes transcurrió en total silencio, ambos chicos se internaron en el lugar y se apresuraron a cambiarse de ropa a los vestuarios, donde el matutino olor a difunto inundó sus fosas nasales.

Tadashi se sentía algo decaído, el hecho de haber perdido confianza con la única persona que realmente atraía su atención le afectaba irremediablemente, conseguía descolocarlo internamente. Con ello en mente intercambió su vestimenta a la velocidad del rayo para poder volver a practicar nuevamente sus movimientos y así evitar errar como tantas otras veces, para ejercitarse y algún día lograr ese rango de "titular" en el equipo; o al menos salir alguna vez a pelear en la cancha, tan desconocida para él...

Vamos, Yamaguchi, ¿no te das cuenta de que no eres más que una persona ordinaria entre extravagantes genios?

El peliverde sacudió la cabeza, luchando por eliminar esos indeseables pensamientos que a menudo le torturaban, y concentrándose en entrenar definitivamente.

Poco a poco, todos los jugadores comenzaron a unirse al entrenamiento, dedicándose a ello con la sobrecogedora vehemencia que solían emplear.

Inevitablemente los ojos oscuros de Tadashi se centraron en Hinata, escaneándolo profundamente.

La mejor carnada, un potente saltador con una fuerza de voluntad y actitudes positivas por encima de lo normal.

Seguidamente fijó la vista en el muchacho que le acompañaba: el malhumorado Kageyama.

Excelente en todos sentidos, un verdadero genio del cálculo y la precisión.

Frenéticamente su mirada buscaba a cada uno de sus amigos, etiquetándolos por sus fantásticas e inusuales facultades físicas y psicológicas.

Tanaka-senpai: Espléndido sentido de la motivación y emoción, con una gran potencia en sus jugadas.

Nishinoya-senpai: Ágil y habilidoso, reacciona con una rapidez sublime a cada una de las acciones del oponente y contraataca sin dejarse derrotar fácilmente.

Asahi-senpai: Altura y fuerza adecuadas para un As, poseedor de un enorme corazón frágil y bondadoso.

Daichi-senpai: Voluntad de hierro, experiencia y habilidades altamente satisfactorias, sentido de la responsabilidad altamente desarrollado, un excelente capitán.

Tsukki: Complexión atlética y altura ideales, con una silenciosa mente fría capaz de calcular los datos más precisos y útiles para su utilización en los partidos. Además, su talentoso bloqueo es uno de los más hermosamente perfectos, conjuntando con su rostro y su anatomía casi angelical y...

— ¿Yama-chan? — el repentino apodo sobresaltó al muchacho, tomándolo por sorpresa. Una vez más habían detenido sus fantasías amorosas, gracias al cielo.

El susodicho no contestó a su llamado, sentía el cuerpo rígido y los músculos compactos, además de un dolor punzante en lo interno de su pecho.

¿Yama-chan...? Vaya estupidez, ¿acaso era su mascota?

— Yama-chan —repitió preocupada la pequeña mánager rubia que ayer le hubo apoyado, colocando una mano sobre su hombro y sacudiéndolo ligeramente.

Como vuelva a repetirlo...

— ¡Yama-cha...!

— ¡ES YAMAGUCHI! ¡NADA DE YAMA-CHAN! — Gritó invadido por la furia, haciendo resonar su áspero alarido por todo el gimnasio y llamando la atención de todos y cada uno de los presentes.

Mierda.

Los pequeños ojos de su amiga colapsaron en lágrimas, atemorizados por el trato recibido y la agresividad dispuesta en este.

La hermosa mujer pelinegra acudió al encuentro de su pequeña amiga, acunándola en sus brazos como si de su sensible hermana menor se tratase.

— Yamaguchi... — pronunció con un tono espeluznante que nunca antes había empleado con él — Discúlpate con Yacchan ahora mismo.

El rostro del chico aún seguía en estado de shock por el chillido proferido, intentando en vano ignorar a los muchachos que se apiñaban a su alrededor, entre ellos él, su deidad divina.

Los ceños fruncidos de estos reflejaban la misma expresión que Kiyoko, algunos en mayor o menor precisión; aunque la mayoría, sin embargo, se mostraban anonadados.

— Y-yo... — balbució Yamaguchi, arrepintiéndose por su falta de contención — L-lo siento muchísimo, Yachi...

La nombrada giró el rostro hacia su agresor y ahogó un par de hipidos en el cruce de miradas mientras secaba sus lagrimillas, profundizando la sensación de culpabilidad en el pecoso.

— ¿P-por qué...? — gimoteó, mirándolo fijamente con esos ojillos de víctima amedrentada.

El observado caviló un momento sus próximas palabras y puso en juego una de sus más sinceras sonrisas, tranquilizando superficialmente a la chica.

— De verdad que siento haber sido tan brusco, es que últimamente no he podido dormir muy bien y ando algo tenso.

Maldición, ¿de nuevo con lo mismo?

La rubia se deshizo delicadamente del abrazo de su senpai y corrió hacia los brazos del otro, apretándolo tan fuerte como para lograr recomponer el trocito de corazón que se le había quebrado al dañarla.

Esta niña... Es un fastidio...

Cuando la mánager se separó del jugador todo había retornado a la normalidad, los muchachos continuaban con su juego y Shimizu-senpai observaba desde el banquillo sus progresos, reservando un hueco para su amiga.

Después de eso, Yamaguchi no pudo concentrarse -una vez más- en el entrenamiento del día, prefirió retirarse al banquillo y pasar el rato charlando con su buena compañera, lo que no fue bien visto por el entrenador pero sí aprobado por el sensei Takeda, lo que concluía la aceptación del trato.

Al finalizar, cuando todos se hallaban en el vestuario entre charlas y peleas amistosas, Tsukishima se dignó a acercarse a su amigo de la infancia.

— ¿Otra vez con lo mismo, Tadashi? Creí haberte dicho ayer...

— Sí, Tsukki — cortó el peliverde, psicológicamente fatigado.

Por favor, deja eso, Tsukki...

El otro gruñó agriamente, dejando de una vez por todas el tema atrás y contentando las plegarias internas de su compañero.

Adolescencia y demás infiernos [TsukiYama]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora