Inferioridad

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Nada más sonar el timbre que anunciaba el descanso, el pecoso salió corriendo tan rápido como sus entumecidos músculos le permitieron. Quería evitarse cualquier pregunta por mínima e inocente que fuese, así que decidió almorzar en solitario, escondido en algún rincón.

Odiaba tener que abandonar a su Tsukki, -realmente se sentía mal por fallarle- pero dada la situación prefería no arriesgarse; quién sabe qué le diría el rubio si se enterase de todo lo acontecido.

Por suerte, la muchedumbre que rebosaba los pasillos avanzaba sumamente lenta, al compás de las animadas conversaciones de los alumnos que se reencontraban ya con mayor libertad que en las propias aulas. Sin pensarlo, el peliverde aprovechó tan bondadosa oportunidad y huyó hacia el resquicio más alejado del patio; la parte trasera del gimnasio donde practicaban él y sus compañeros de equipo.

Como al chico no le hubo dado tiempo de ordenar sus pertenencias escolares y vaciar la mochila de material innecesario en la taquilla, ahora tendría que cargar con ella el tiempo que restaba... Y si eso se sumaba al hambre que revolvía salvajemente sus entrañas, se podía deducir de antemano que aquel no sería su mejor día.

Sobrellevados unos cinco minutos deshojados por el gruñir de su estómago y la somnolienta pereza, Tadashi sintió que aquello lo había superado con creces; la soledad, el desprecio familiar, el amor que acuchillaba su corazón como astillosas esquirlas, la falsedad de sus acciones y la necesidad patente de cariño que le carcomía por dentro.

Todo aquello tan solo representaba una reducción de la razón de ser sin censurar del producto que era la amargura concerniente a su persona, una carrera de circunstancias y consecuencias travestidas de obstáculos.

Por más que se resistía a pensar en ello e insistía en ser inquebrantable como el más puro diamante, las saladas lágrimas que acostumbraban a acompañarlo en sus momentos de miseria volvieron a interferir en su camino.

—¿Quién rayos...? — enterrado entre las piernas como estaba, el entristecido muchacho no alcanzaba a observar a la propietaria de la voz, que parecía acercarse peligrosamente — ¿...eres tú?

Yamaguchi se negó a dar señales de que le había escuchado, rezando silenciosamente para que no resultase ser uno de esos abusones que la había tomado con él últimamente, pues eso significaría que realmente ni Satanás lo aceptaba en su bando.

— Disculpa, ¿estás bien? — el n° 12 de Karasuno se sobresaltó al sentir la calidez de una mano sobre su hombro derecho, señal que no podría ser considerada ofensa en ninguna circunstancia.

Tadashi sacudió la cabeza, desparramando las lágrimas sobre su hedoroso chándal y retirándolas de su rostro sencillamente. Quiso alzar la cabeza más allá de las deportivas ajenas que lograba visualizar desde su postura, mas algo -no sabría decidirse si temor, vergüenza o desconfianza- se negaba a cederle ese lujo.

Eso que te oprime es llamado "inferioridad" y te acompañará a lo largo de tu vida, así que aférrate a ello.

Pero la chica recién aparecida no parecía poseer ningún tipo de paciencia o tacto, así que asió el húmedo mentón del pecoso y lo alzó con avidez, escaneando suavemente su rostro.

Por alguna razón aquella chica resultaba mínimamente conocida para Yamaguchi, juraría haberla visto eventualmente con alguien que conocía, seguramente uno de los cuervos. Su apariencia era más bien ordinaria; un refrescante corte de pelo con aire masculino, una pequeña nariz y unos resplandecientes ojos color madera adornados por unas extensas pestañas que parecieran ser más decorativas que naturales.

— Oh... —dejó escapar la espabilada muchacha, retirando su brazo de la cabeza del peliverde — Te conozco, eres uno de los compañeros de Sawamura-san.

Adolescencia y demás infiernos [TsukiYama]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora