Horario escolar

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"El novio de Tsukki..."

"Tsukki..."

Espera, ¿le llamó Tsukki?

— ¿Yamaguchi-san...?

Una voz lejana, volátil y flotante resonó como un eco dentro de la cabeza del mencionado, que en respuesta se removió levemente en su sitio, algo afectado por el reciente llamado.

— ¡Yamaguchi! — esta vez aquel grito se internó en las profundidades de su cerebro, dando cuerda al mecanismo que lo mantenía a duras penas mentalmente capacitado aquella mañana.

Perezoso, abrió los párpados, observando su alrededor como si se hallase en un paradero totalmente desconocido para él.

Madera, creo... Olor a grafito... ¿El sonido del reloj...? Y algo más... Oh, sí, el repiqueteo de la tiza sobre la... ¿¡Pizarra!?

En ese mismo instante se incorporó mecánicamente, irguiéndose en el asiento como si un escalofrío hubiese endurecido los músculos de su espalda. Un compañero le miraba disimuladamente desde su derecha, el mismo que le llamó la atención y le evitó el mal trago de ser sancionado.

Con un leve asentimiento le dio las gracias, empleando una encantadora y falsa sonrisa de las suyas; el muchacho le sonrió de vuelta, volviendo la cabeza al frente y reanudando su atención a la clase.

Gracias, Satán.

Realmente Tadashi no hacía ningún caso de aquella estúpida clase de lo que fuese que estuviese dando, más bien gastaba su tiempo observando sus alrededores, memorizando cada objeto y rostro a la perfección en su cabeza.

El reloj marchaba obediente, mas esa fidelidad al orden y monotonía en acciones volvía loco a Yamaguchi.

Demasiado lento.

Poco a poco la clase se aventuraba a su fin, liberando secretamente la adrenalina en los cuerpos de los jóvenes muchachos que erguían para salir corriendo nada escuchar la señal.

Pero justo cuando restaba un minuto para finalizar, la profesora cayó en la cuenta de algo y se apresuró en anunciar a contrarreloj.

— Muchachos, la semana que viene nos han comunicado una salida al museo de arte, imprescindible si quieren aprobar mi asignatura. La autorización la repartiré ahora mismo, es necesario que se reúnan cuanto antes, con la firma y permisión de vuestros padres, claro.

Un nudo se formó en la garganta del pecoso, que alzó la mano entre el ruidoso gentío para preguntar.

— Señorita... ¿Es obligatorio traerlo firmado por los dos padres...? — dudó atemorizado, mordiendo su labio en señal de nerviosismo.

La escuálida mujerzuela intensificó su profanadora mirada sobre él.

— ¿Tiene algún problema con ello, señorito Yamaguchi?

Ugh, "Señorito..."

¿Podría solicitar una audiencia en privado para informarle de mis problemas con el tema en cuestión?

La utilización heterogénea y el mezclado de palabras formales hicieron que la profesora cambiase la ordinaria expresión a otra sorprendida, empleando un ladeado de cabeza para dar énfasis a lo que diría a continuación.

— Si tiene que hablar, hable, no tengo tiempo para chiquilladas.

Maldita bruja...

Yamaguchi trató de calmar su enfado interior y mentalizó un estado de paz permanente, relajando las facciones del rostro para no revelar su creciente frustración.

— Mi madre rara vez aparece por casa y mi padre vive en el centro de Tokio, profesora, están divorciados — sus compañeros se giraron a mirarlo, picados por una curiosidad chismosa típica de la muchedumbre, mas cabe destacar que entre ellos resaltaba su amigo de la infancia, velado como de costumbre por ese semblante serio e intimidatorio.

— ¿Puede darme razones por las que su madre no pueda hacerse cargo? — cuestionó la desagradable mujer, que no daba su brazo a torcer por cualquier pega que le pusiesen.

— ¿Qué?

Esto es malo, mierda...

Su señorita gruñó frustrada, repitiendo lo dicho anteriormente con un toque de molestia.

El peliverde, que claramente le había entendido momentos antes, sopesó su respuesta con sumo cuidado.

— Trabaja... Mucho...

Por favor, que no haga más preguntas esta vieja...

— Oh, ¿sí? Y, ¿puedo saber qué trabajo es tan costoso de tiempo?

¡Mierda!

— E-ella... — Tadashi apretó los puños y bajó la mirada, dejando el pelo caer sobre sus ojos, ensombreciéndolos — Ella es prostituta... Bueno, pero no siempre...

Al fondo de la sala un chaval rompió a carcajadas, siendo secundado por algunos más, que precisamente no eran los compañeros favoritos del curso. Su enseñante le dirigía una expresión asqueada, bañándolo de vergüenza frente a todos los demás, que simplemente ignoraban lo dicho o le dirigían miradas de apoyo o compadecencia.

— Me da igual, señorito Yamaguchi — pronunció aquella bruja con una ponzoñosa mirada penetrante —Busca a tu madre entre las esquinas del pueblo y haz que firme el maldito papel.

La preocupada mirada del joven Tadashi se convirtió en una terriblemente iracunda, ese comentario había estado bastante sobrado en la conversación -también innecesaria, por cierto-.

— ¡No se atreva a dirigirse a mi madre de ese modo! ¡Usted bien sabe que estos tiempos son duros para todos, y que ella también es una persona merecedora de respeto!

Todos, absolutamente todos en esa habitación se quedaron en blanco, silenciosamente sorprendidos por la elevación de tono del chico más pacífico y tranquilo de la clase.

Pero como se dice, la excepción confirma la regla, y ese horrible aura de imponente furia en la maestra junto con sus duras expresiones constituía esa excepción.

— Yamaguchi Tadashi, ¡al despacho del director por elevar la voz a tu profesora!

¡No me jodas!

El susodicho alzó la barbilla, estableciendo un roce de intensas miradas de acérrima enemistad.

Ah, no, esta vez no iba a callar; llevaba razón y con ello cargaba su orgullo y el escaso honor de su familia.

— No me parece correcto — interrumpió una voz ajena que raramente se hacía escuchar en clase antes de que él tuviese opción de replicar, llamando la atención del público — El argumento que emplea es inapropiado e irresponsable para una figura autoritaria como usted.

La criticada se colocó las gafas correctamente sobre el puente de la nariz y enarcó una ceja hacia el otro extremo de la clase.

— ¿Acaso quiere acompañarlo al castigo, señorito Tsukishima?

¡Oh, Tsukki!

Decir que el pecoso temblaba de emoción era escaso; sentía su pecho explotar de felicidad por aquel apoyo inesperado; mas no podía ignorar el hecho de que Kei también podría meterse en líos por sus temas personales.

— Me retiro inmediatamente, sensei, mis más sinceras disculpas por mi falta de respeto hacia su persona — pronunció el peliverde de forma seca y cortante, poniéndose en pie y cruzando el umbral de la puerta para recorrer el pasillo y coronar su meta en el despacho del director, que pocas veces había visitado.

La discusión fue detenida inmediatamente tras las acciones del muchacho de pecas, devolviendo el vigor y la emoción del descanso a todos los alumnos, que se habían cerciorado tardíamente de que la campana había tocado hace rato.

Adolescencia y demás infiernos [TsukiYama]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora