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En un futuro pasado

«No lo hagas»

«No otra vez»

«Ayúdame»

«No puedo más»

«Escúchame»

«No me dejes»

«No era mi culpa»

«Woozi corre»

«Te lo suplico»

«¡No puedo respirar!»

«¡Por favor, basta!»

«Me duele… todo me duele»

«¡No me toques!»

«No puedo soportarlo más»

«¿Por qué me haces esto?»

«¡Déjame ir!»

«No… no otra vez»

«Ayúdame… alguien, por favor»

***

El niño se encontraba acurrucado bajo la cama, el cuerpo tan tenso como si fuera a romperse. Sus pequeñas manos cubrían sus oídos, pero no podían bloquear los gritos. La voz de su padre resonaba como un trueno, rugiendo palabras llenas de rabia y desprecio. 

«¡No vales nada! ¿Me escuchas? ¡Nada!»

Luego venía el sonido seco y escalofriante de un golpe, seguido por el jadeo entrecortado de su otro padre. 

«Por favor… basta…»

La súplica era débil, rota, como si las palabras se deshicieran antes de salir por completo. 

El niño temblaba, mordiendo su puño para no llorar en voz alta. Quería correr, quería gritar, pero el miedo lo mantenía pegado al suelo. Cada ruido, cada choque de cuerpos o mueble caído lo hacía encogerse más. 

De pronto, un sollozo escapó de sus labios. Lo silenció al instante, pero era demasiado tarde. Un crujido en el piso reveló que alguien había escuchado. Y entonces, el silencio se hizo más pesado que los gritos. 

El niño apretó los ojos cuando escuchó los pasos acercarse. Su corazón martillaba con tanta fuerza que pensó que lo escucharían desde fuera del cuarto. Pero en lugar del rugido furioso de siempre, lo que irrumpió fue el sonido de la puerta abriéndose lentamente. 

Desde su escondite, vio las piernas de su padre tambalearse hacia adentro. Su pantalón estaba manchado de algo oscuro, y cuando finalmente se atrevió a mirar más allá, vio su rostro: el labio partido goteando sangre, un ojo hinchado, y una expresión de derrota que nunca antes había visto. 

El hombre cayó de rodillas junto a la cama, respirando de manera errática. Parecía intentar hablar, pero las palabras se le atoraban en la garganta. 

El niño, todavía paralizado, no sabía si debía salir o seguir escondido. Entonces, su padre levantó la mirada y sus ojos húmedos encontraron los suyos. 

«Lo siento…»

Murmuró con una voz apenas audible, temblorosa y rota. 

El niño no respondió. No podía. Solo lo miró, confundido y aterrorizado, preguntándose por qué alguien tan fuerte como su padre estaba ahora reducido a un espectro derrotado. Afuera, la casa seguía en silencio, pero ese silencio era más aterrador que cualquier grito.

Contrarreloj [Y.M]Where stories live. Discover now