una parte de mí

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La lluvia cae ruidosamente y sin intención alguna de detenimiento, sobre la madera pulida y barnizada que compone el ataúd. Reposa bajo tierra. Silenciosa. Sin atisbo de preocupaciones. Sin aparente dolor. Su cuerpo, ya inerte, yace en su interior. Sus mejillas, que solían sonrojarse a cada instante, ahora son pálidas y delgaduchas. Sus arrugas recubren su cara y sus ojos almendrados, permanecen cerrados. Inspiran tristeza y profundidad.
Sus labios carnosos y rugosos, esbozan una suave sonrisa, que indica sin lugar a dudas, que su muerte súbita ha sido feliz. Que toda su vida ha pasado realmente frente a sus ojos y que se ha dado cuenta, de que, verdaderamente, cumplió todo lo que se prometió a sí misma. Persiguió su sueño de ser escritora hasta al final, y lo logró. Tomó las riendas de sus escritos y publicó todos sus libros. Llegó a ser alguien. Como tanto ansiaba. Se convirtió en una persona con amigos. Con familia. Con conocidos... Con pequeñas personitas que inundaban su corazón.
Se había casado. Un hombre de pelo moreno de ojos verdosos en aquellos tiempos. Que con su sonrisa, logró perturbar su corazón.
Alguien a quien había esperado toda su vida. Alguien que, al contrario que todos los demás, le hizo sentir ese algo. Esa sensación de que una bonita vida les esperaba juntos.
Estaba estudiando medicina mientras ella se especializaba en los idiomas.
Se graduó en la carrera de traducción e interpretación, pero no tardó en darse cuenta de que su verdadera vocación era la de escribir. Así que, tras alguna indecisión que otra, aprobó la oposición y consiguió un trabajo en un instituto de la zona.
Nunca se llegaron a mudar. Nada más casarse, se compraron un piso bastante espacioso y bastante moderno y allí empezaron una vida de pareja.
Él era esa persona con quien quería formar una familia.
Y así lo hicieron. Tres niños preciosos y encantadores. Dos señoritas y un varón de caracteres muy similares a los de su padre.
La mayor, era idéntica a su madre. Una pequeña remilgada y perfeccionista, prudente y servicial a quien también le gustaba la escritura. Siempre había admirado el trabajo que su madre hacía.
Por el contrario, en la más pequeña, se reflejaba el carácter decidido y refinado de nuestra escritora, pero también el espíritu aventurero de su padre además de sus ojos, aunque el cabello tenía la misma forma y el mismo tono que el de su madre.
Pasaron los años. Ellos hicieron sus vidas individuales y dieron unos nietos adorables a sus padres, quienes deseaban con fervoroso entusiasmo ser abuelos.
Cuando cogieron al primero entre sus brazos, sintieron nostalgia de sus hijos. De criar a sus pequeñines en casa y de discutir con ellos. De ayudarles en sus problemas y de darle cachetes cuando se portaban mal.
Añoraban sus piececitos regordetes dando los primeros pasos por la cocina, y los juguetes esparcidos por el suelo del pasillo.
Echaban de menos salir al parque a jugar con el balón al fútbol, o con las muñecas a mamás y papás. Las horas que pasaban en el colegio y toda la vida de sus hijos allí resguardados.
Jamás se olvidarían de las noches en que les llevaban café o un vaso de leche para darles fuerzas mientras estudiaban ni los días que pasaban enfermos en la cama, y eran ellos los que les cuidaban.
Tantos años dándoles mimos y cariños, tantos años de esfuerzo y obligaciones. De médicos, charlas con los profesores, gastos para sus necesidades, momentos en familia... Todas las veces en que se les acercaban llorando pidiendo consuelo porque se habían hecho daño. Las primeras rupturas de sus hijas y el placer de poder consolarles. Las charlas de todo tipo que habían mantenido con total confianza e incluso las regañinas que se sucedían a menudo por cualquier cosa insignificante.
Fueron años maravillosos. Se habían acostumbrado a verlos por casa día y noche. A darles la comida, cobijo, consejo, ayuda y consuelo. Pero empezaron a crecer y los pajarillos volaron del nido.
Primero la más mayor. Fue doloroso y les costó desprenderse de ella, pero aún les quedaban dos.
Dos años después, el niño de la casa, el pequeño que corría de un lado para otro sin cesar, metía goles y soñaba con ser bombero, se alejaba por la puerta para estudiar la hingeniería por la que tanto había luchado.
Su hogar se iba calmando. Se iba quedando solo y desamparado.
Cuatro paredes que cuidaban únicamente de tres personas.
Una de ellas, devoraba los libros y pegaba el último apretón para sus notas de bachiller.
Un año después, es decir, tres años y medio después de que el chico de ojos claros y pelo alborotado saliese camino de su sueño, la chica de personalidad definida, llegó a las puertas de la universidad y se adentró en un mundo nuevo.
Desolado, el matrimonio deambulaba por los pasillos, melancólicos, analizando cada rincón de los cuartos de sus hijos.
Se habían hecho mayores. Y ellos, tenían que acostumbrarse a su soledad.
No tardaron en llegar las bodas. La primera de la más pequeña, seguida de la mayor y finalmente del hermano.
Y, de súbito, retomamos el relato desde el día 22 de julio del año 2060, en que, como ya hemos dicho, un bebé de 3'50 kg venía al mundo. Una niña que nació el mismo día en que lo hizo su abuela. Una pequeña de nariz rechoncheta y mejillas sonrosadas cubierta su cabeza de una gran mata de pelo. No tardó en revelarse el verdadero color de sus ojos. Marrón suave.
Lloraba sin consuelo y sus abuelos la tomaron entre sus brazos y se miraron. Sonrieron. Un escalofrío les recorrió la espalda al recordar toda su vida en familia y acunaron con delicadeza a la recién llegada mientras una lágrima les caía por la mejilla.
Su hija, los observaba con ternura desde la camilla.
Ella también se había dado cuenta de que ya no era una niña. Que había dejado de serlo hace ya tiempo y que ahora tenía una responsabilidad.
Había tenido una infancia feliz. Agradecía a sus padres absolutamente todo lo que hicieron por ella y sus hermanos a lo largo de su vida y por todo lo que la inculcaron desde que era chiquitita que le ha llevado a donde está.
Y jamás olvidará sus peleillas sin importancia y sus desigualdades. Al igual que sus largas charlas que iban aumentando de profundidad conforme crecía. Ni tampoco sus mimos cuando estaba enferma ni su consuelo cuando más lo necesitaba. Como la muerte de sus abuelos.
Es verdad, que el mayor consuelo que puedes encontrar está en tu familia.
Nunca se olvidará de las tardes que pasaron los tres en sus bicis a través del campo, ni las comidas con toda la familia allí, ni los días de playa, en los que jugaban a comerse las olas y a cubrirse de arena hasta la cocorota.
Ni las noches de películas que variaban según pasaba el tiempo, con los cubos de palomitas que abultaban más que ellos, repletos hasta rebosar. Ni las discusiones con su hermana porque le quitaba la ropa sin permiso, aunque al final ambas la compartían.
Ni las peleas con su hermano ni sus piques jugando al balón. Ni las mañanas que iban al colegio juntos y volvían juntos.
Tampoco olvidará los días de exámenes en los que se deseaban suerte cada cinco segundos ni las tardes que dedicaban a estudiar juntos.
Ni siquiera debería dejar de lado la confianza que compartían. Y por supuesto recuerda lo ilusionada que estaba el día que nacieron sus hermanos y fueron a verles al hospital. La primera vez estaba eufórica y la segunda, recuerda que su hermano y ella no paraban de hablar del tema de camino hasta allí y entraron de la mano para recibir a su hermanita.
Pero es entonces cuando lo vio todo claro. Entendió que todo lo que ha vivido, vivido está. Que ahora es a su pequeña a quien la toca vivir su vida, que será independiente de las demás. Diferente y especial. Se encargará de que sea feliz. De que viva todo lo que necesita vivir y de que confíe en ella. Estará ahí toda su vida hasta la muerte y jamás la soltará la mano. Le enseñará los valores imprescindibles que tanto agradece a su familia. Ella vivirá como la reina que es en su corazón y serán una bonita familia.
No pudo evitar una lagrimita que se resbaló por su mejilla de la emoción y del cariño, al sentir su cuerpecito diminuto, cálido e inseguro rozar sus manos inexpertas y apretar su cabecita contra su corazón palpitante de dulzura.
No había pasado ni un año, cuando la pequeña de los hermanos, anunció que estaba embarazada de mellizos. La noticia causó una gran reacción alegre en toda la familia que era incapaz de disimular su entusiasmo.
Los niños nacieron sanos y fuertes. Pesaron más o menos lo mismo aunque sus diferencias físicas eran notables. Para empezar, eran de sexo diferente. La nariz de ella era chata y sus ojitos cerrados, pronto desvelarían unos azules similares a los de su padre. Recatada en la incubadora, recibía con recelo a su familia. Él, grandote y calmado, mucho menos escandaloso que su hermana, tenía una naricita respingona y sus ojos, al principio oscuros, se transformaron en unos bonitos ojos verdes, como los de su madre, heredados de su abuelo.
Estos, por su parte, no cabían en sí de regocijo. Dos nietos de golpe. A los que ciudar y mimar con toda clase de caprichos y cariñitos.
Pasaron alrededor de dos años, y el hermano mediano y su mujer, revelaron a su familia un pequeño secreto. También ellos iban a ser padres.
Un precioso niño de piel oscura y ojos marrones nació y a este lo siguió otro de la hija mayor.
Por el momento, había cinco nietos en la familia.
Desgraciadamente, ocurrió un incidente de lo más horrendo.
La nuera de la escritora protagonista de este relato, se quedó embarazada de nuevo. Gemelas. Pero hubo graves problemas en el parto y una de las hermanas murió.
El disgusto que se llevaron es inexplicable en unas cuentas líneas. Dicen que la pérdida de un hijo es lo más difícil de superar ya que es lo que más duele. No lo pongo en duda.
La madre de la recién nacida, estuvo sin dormir varios días. Sufría de insomnio y de pesadillas. Su padre estaba muy disgustado pero él se encargaba de la pequeña mientras su mujer intentaba recuperarse del shoke.
Actualmente, la familia al completo rodea la tumba de su preciada abuela, madre, hermana, tía, mujer,prima y demás respectivamente.
Sus nietos, ya de catorce años para abajo, se esconden tras las faldas de sus madres, quienes se cubren la cara con las manos y lloran durante el largo discurso que recita el sacerdote.
Hay miles de personas allí reunidas. Grandes admiradores de la humilde escritora que ha dejado sus ideas en manos de sus lectores. Que ha expresado su originalidad con la escritura. Que ha dedicado su vida a ese hobbie suyo.
Todos parecen conocerla. Todos parecen saber quien era. La mayoría, la lloran.
Es un día terriblemente oscuro. Sus parientes más cercanos sienten su corazón vacío. Son demasiados detalles los que hay que tener en cuenta en una larga vida que se pasa demasiado deprisa.
Cuando termina con su relato, todo el mundo guarda silencio.
Poco a poco, se van acercando. Sus hijos se ponen de rodillas a sus pies y acarician su ataúd con delicadeza. A penas ven a causa de los ojos empañados, así que se restriegan la cara cada equis tiempo con el antebrazo. Depositan flores a su alrededor, alguno de ellos, hasta se atreve a dejar una carta.
Sus nietos también lloran. Los más pequeños no entienden muy bien lo que está pasando. No llegan a entender qué hace su abuela metida en una caja y enterrada bajo tierra. No pueden asimilar que no la volverán a ver. No entienden por qué duerme en un día de lluvia. Aún así, saben que no Es algo digno de olvidar.
Pasan los minutos y al final, la gente se dispersa. Todo se va vaciando.
A sus hijos, yernos, nuera, nietos y demás les cuesta alejarse. Pero no tienen otro remedio.
Y sin más, se quedan su marido y ella solos. Él se arrodilla a su lado. Se tapa la cara con las manos y las lágrimas caen sin rumbo y sin sentido por sus mejillas, viejas y arrugadas. Su pelo canoso está empapado aunque sus ojos verdosos siguen desprendiendo pasión y sufrimiento. Bondad. Amor.
-mi vida - dice - jamás seré capaz de agradecerte todo lo que has hecho por mí. Todo lo que me has enseñado. El haber aparecido en mi vida, ha sido la cosa más bonita que me ha podido pasar. Tenerte a mi lado, llorar contigo, reír contigo, pensar en ti, sonreír por ti, alegrarme gracias a ti, enfadarme por tonterías, cabrearme conmigo mismo por mis errores, mirarte sin apartar los ojos ni un instante, analizar tu rostro hasta sabérmelo de memoria, tener a alguien tan maravillosa como tú preocupada por alguien tan insignificante como yo. Gracias por todo lo que me has dado. Tú me has hecho grande. Me has hecho mejor. Tenemos unos hijos preciosos y unos nietos hermosos. Una familia valiosa y una casa llena de recuerdos. Y todo gracias a ti. Sencillamente, y para resumir, no sé expresar cuán agradecido estoy de haberte conocido, ni qué honor es para mí haber tenido el privilegio de enamorarme de ti.
Todo está dicho. Vivido. Recordado. Amado. Y creado. Siempre pensé que yo sería el primero en dejarte pero no ha sido así. Y en parte lo acepto, porque eso significa ahorrarte el dolor y la soledad que ahora mismo siento. Te quiero muchísimo mi amor. Y siempre te querré.
El sacerdote, que continúa allí de pie, que se ha tomado la molestia de cubrir al hombre con su paraguas que ya pesa de tanta agua, no puede disimular sus lágrimas. Tampoco quiere.
El hombre se incorpora. Deposita una rosa y una foto de toda su familia sobre la tierra y, tras echar una última mirada, se aleja de allí con las manos en los bolsillos.
Está orgulloso de su mujer. (Porque ella siempre será su mujer). Ha llegado a dónde quería llegar. Ha cumplido su sueño de ser escritora. Ha tenido éxito y además ha podido trabajar de profesora, aguantarle a él durante más de treinta y cinco años, y criar a sus hijos. Laura era, por lo menos a sus ojos, una persona de gran corazón.
(...)
El marido de la difunta escritora, está sentado en un baúl. Sostiene entre sus manos un cuaderno de un volumen considerable y de una solapa de un material similar al cuero. Es pesado y está escrito casi entero. Solo le sobran unas cuentas páginas en blanco.
Es el diario de su mujer. Nunca se había atrevido a leerlo aunque ella solía decirle que si era él quien lo leía, le daba lo mismo.
Siente remordimientos de conciencia pero a la vez, siente que es su deber leerlo. No sabe por qué, pero es lo que el corazón le dice. Y su mujer solía decir que hay que fiarse más del corazón que de la cabeza.
Al final se decide. Se acomoda en su posición y abre el libro por la primera página.
Hola a todos. Me llamo Laura. Mi hobbie más especial de entre los que puedo tener, es, sin lugar a dudas, escribir.
Me dirijo a un 'todos' general, porque mi sueño más deseado en estos momentos es el de ser escritora. De este modo, mis lectores me conocerían. Seguramente sabrían más de de lo que yo misma podría imaginar.
Hoy es día 14 de septiembre del año 2037. Actualmente mi edad es de 37 años.
OS seré sincera. No pretendo aburriros con mi vida. No pretendo que esto sea un diario de a bordo. Simplemente pretendo introduciros en mi cabeza. Intentaré organizar mis ideas y expresar de una forma serena todos los pensamientos descolocados que rondan por alrededor.
Intentaré que comprendáis mis sentimientos y conseguiré, o al menos eso espero, que sintáis a la vez que yo.
Esto es un diario que espero perdure hasta mi muerte. Que espero mi marido lea y os muestre.
Mi marido... Mi querido marido... Cuántas cosas me ha enseñado. Cuánto tengo que agradecerle.
Jamás sabría expresar con detalle y exactitud cuán importante es para que él forme parte de mi vida.
Gracias a él, una vida se abre por segunda vez dentro de .
Es mi sexto mes de embarazo. El niño no cesa de dar pataditas en mi interior. Es agradable. Parece que está contento y eso me hace sentir bien.
Aún no cómo serán sus ojos. No cómo será su voz. Ni cómo será su dulce carita ni si me querrá. Ni si seré la adecuada para traerle al mundo.
Lo único que con certeza es que a mi niña, a mi preciosa hija, no la cambiaría ni por un millón de estrellas. Y estoy seguro de que eso será válido para ambos.
Ella está muy ilusionada con el bebé. Y a sus tres años y medio, intenta conectar con su hermanito y está encantada de tener a alguien a quien querer.
Yo, por otra parte, estoy nerviosa. Contenta. Ilusionada. Siempre es bonito ver cómo crece algo distinto dentro de ti. Es bonito darte cuenta de que cada vez que oye tu voz se alegra. De que, de algún modo, ya te quiere.
El niño y , sois un solo ser. De algún modo, es así. Si yo como, él come. Si yo descansa, él descansa. Si me siento mal, él se siente mal. Pero, a la vez, te das cuenta de que es un ser completamente diferente de ti. Ves que es una vida independiente y especial, que nacerá a su costa y que verá al mundo tras nueve meses de formación.
Un niño y una niña. Un marido y una casa. Un trabajo, un hobbie y un sueño por perseguir. ¿Qué más se puede pedir?
(...)
Hola a todos os presento una nueva idea que cierta persona me ha animado a elaborar. Muchas gracias amor. Espero q os guste la idea y todo lo w escriba. Lo q he dicho es literal. Es decir, no sera una novela amorosa ni de amistades ni aventuras. Sencillamente serán mis pensamientos aplicados a distintos temas tocando variedad de ramas. Esperó q os guste

una parte de míWhere stories live. Discover now