Domingo

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Lo pensé detenidamente, claro que lo hice, pero en realidad no hacía falta. Al final... ya lo tenía decidido.

Fui hasta el hospital con mi bicicleta e ingresé algo temeroso y nervioso, pero decidido. Muy decidido.

Caminé hasta una señora con rizos que hablaba por teléfono, la cual permanecía sentada detrás del largo recibidor que conformaba la recepción principal del lugar.

Cuando estuve lo suficientemente cerca como para llama su atencióm ella elevó sus ojos rodeados de arruguitas por la edad y luego me observó largamente de manera inexpresiva, todo aquello sin dejar de hablar por teléfono.

-Em...- murmuré algo tímido, golpeando suavemente el recibidor con mi dedo índice- Quiero suicidarme...

No pareció alterada. Solo me observó con la misma mirada vacía y cansada de antes y después buscó algo de debajo del mostrador sin despegar el teléfono de su oreja.

-Complete esto.- ordenó entregándome un conjunto de papeles apilados perfectamente unos sobre otros, y una lapicera azul.

Luego, siguió hablando por teléfono.

No sabía si echarme a reír o a llorar, pero todo era demasiado extraño y confuso para mí. ¿Tan insignificante le parecía a esa señora? ¿Tan estúpida y usual era mi confesión? ¿O tal vez la conversación al teléfono era demasiado interesante?

No me molesté en disimular una muca de confusión y sorpresa, pero como me lo imaginé, la señora ni se percató de mi desconcierto.

Suspiré resignado, y luego comencé a llenar los papeles.

¤¤¤

Minutos después ya me encontraba en lo que parecía ser la "zona de espera". No había casi nadie en los asientos rojos de plástico colocados uno al lado del otro. Solo un anciano profundamente dormido y una mujer con su hijo de ocho años más o menos, el cual no dejaba de mirarme como si fuera un extraterrestre. Y yo también le devolvía la intensa mirada, esperando que con eso el infante dejara de observarme con tanta fijeza, pero lamentablemente era todo lo contrario.

Me sentía raro.

Y de la nada, un doctor ingresó caminando a la zona de espera y se sentó tranquilamente a mi lado sin siquiera dudarlo. Observé disimuladamente su gran barriga cubierta por la bata blanca de doctor y su rostro cubierto por una abundante barba negra no tan oscura.

-¿Que tal?- preguntó, sobresaltándome levemente. Tardé unos segundos en comprender que me había hablado a mí, y cuando lo hice, giré mi cabeza lentamente hacia él. Pero inmediatamente volví a mirar al niño de ocho años que aún me fulminaba con su mirada penetrante. -¿Tienes un cigarrillo?- volvió a preguntar el médico luego de unos segundos de silencio.

-Em...- murmuré, tratando de procesar la situación sin volver a mirarlo. No era muy normal que un doctor te preguntara si tenías un cigarrillo en medio del hospital, ¿verdad? Aquello me había dejado demasiado desorientado- No.., lo siento.- contesté al fin.

-¿Qué te pasa?- preguntó sin dejar de mirarme. Gire mi cabeza hacia su rostro una vez más, sintiéndome sumamente nervioso. Mis manos ya habían comenzado a sudar.

-E-Es que... no fumo...- expliqué tartamudeando.

-No, me refiero a qué haces en urgencias.- aclaró clavando sus pequeños ojos azules en los míos; negros.- Un domingo a las cinco de la mañana...- insinuó, dejando la frase abierta.

Sí. Es demasiado extraño. Lo sé muy bien.

Dudé unos segundos si en contarle o no. Pero luego decidí que estaba bien. Era un doctor, y tal vez su consejo me ayudaría. Además, necesitaba soltar todo esto lo más rápido posible o terminaría explotando aquí mismo.

Una Historia Casi Divertida (Rubelangel)Where stories live. Discover now