Querido frágil y fuerte corazón

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Cuando le vi salir tranquilamente por la puerta principal del Hospital Argenom con su mochila verde oscuro al hombro y sus cabellos castaños despeinados de manera perfecta hacia el cielo, no pude evitar sonreí de oreja a oreja, y sin pensármelo dos veces, comencé a correr hacia él con el corazón palpitándome contra el pecho sin control.

-¡Rubén!- le llamé cuando ya estaba cerca de él. Y antes de que él pudiera reaccionar yo ya me había lanzado a su brazos colgándome de su cuello y sintiendo al instante sus manos agarrarme por la espalda mientras que ambos nos echábamos un poco para atrás a causa de mi brusco abrazo.

-¡Miguel! ¡Estás pesado!- se quejó riendo por mi entusiasmo.

-Cállate.- le reproché separándome de su cuerpo.- Hace una semana que no nos vemos y lo primero que me dices al tenerme frente a ti es que estoy gordo.- Crucé mis brazos sobre mi pecho, fingiendo indignación, y luego comencé a alejarme de él dándole la espalda, pero al instante sentí sus brazos rodeándome la cintura y acercándome hacia él. Pegó mi espalda a su pecho y posó sus labios rápidamente en mi sien (como de costumbre), haciendo que el color rojizo se extendiera por mi piel temblorosa al sentirlo tan cerca.

-Lo siento.- susurró cerca de mi oreja estremeciéndome de pies a cabeza- Gracias por venir a buscarme, Miguel.

-Ya... ya... tampoco es para tanto.- dije nervioso intentando separarme de su cuerpo.

-Para mi lo es...- siguió susurrando abrazándome con más fuerza y estrujándome como si fuera un peluche. Rubén era delgado, pero tenía tanta fuerza como cualquier tipo que fuera al gimnasio diariamente, y su altura de rascacielos me hacía parecer un niño a su lado... vale... sólo me sacaba cabeza y media pero aún así me sentía pequeño junto a él.

-Como sea... em... la verdad es que sí estoy algo gordo. ¿Debería dejar de comer?- pregunté preocupado mirando mi barriga apenas abultada bajo mi sudadera ancha.

-No seas tonto. Me gustas así... todo pachonsito y relleno.- rió sacándome un gruñido de protesta. Volvió a besar mi sien y me liberó lentamente, dejando que pudiera darme la vuelta para volver a abrazarlo de frente.- Es broma. No estás gordo Miguel.

-Vale...- murmuré sin ganas de discutir, a gusto, dejando reposar mi cabeza en su hombro. Le había extrañado mucho, y es que la Dra. Johnson no nos había permitido vernos esta última semana. Ella sabía que había algo entre nosotros y había preferido que Rubén estuviera atento a su última etapa de terapia en el hospital.

Ya hacía un mes desde que yo había salido de Norte Tres, y mi vida había comenzado a mejorar lentamente. Había decidido ayudar como voluntario en el hospital Argenom, por lo que había mantenido contacto con Johnny, Humble, Muqtada y los demás. También había contactado con Bob un par de veces, pero solo eran llamadas cortas, aunque sabía perfectamente que al barbudo le había ido bien con su hija y aquello me llenaba de pura satisfacción. Bob se lo merecía.

Obviamente, al ayudar en el hospital, también me había mantenido en contacto con Rubén, el cual siempre me convencía de ir a la azotea al menos unos minutos, en donde hablábamos por horas de cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza. Era sumamente agradable y divertido pasar el tiempo con él, y cuando la Dra. Johnson me dijo que Rubén podría salir finalmente del hospital en unos pocos días, sentí que explotaría de felicidad.

-¿Cómo te sientes?- le pregunté separándome y mirando sus cristalinos y grandes ojos verdes que tanto me encantaban.

-Libre.- respondió sonriéndome con sinceridad. Asentí aliviado al escuchar aquello y tomé su mano tímidamente.

-¿Vamos?- dije sintiendo mis mejillas calentarse.

-Vamos.- afirmó él devolviéndome el apretón de manos y regalándome una de esas sonrisas encantadoras que me hacían sentir como gelatina en pleno terremoto.

Una Historia Casi Divertida (Rubelangel)Where stories live. Discover now