Capitulo 4

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Jonathan.

—¡Joder Ana, te amo!— grito y cuelgo.

Tomo el teléfono y llamo a Conny, ella contesta al segundo tono

—Oficina del...
—A mi despacho, ¡Ahora!— exclamo y cuelgo.

Me levanto y tomo el saco, mi celular y el maletín. En ese mismo instante entra Conny agitada y con la cara sonrojada, ¿acaso corrió hasta aquí?


—Dígame señor— dice jadeando.—Me voy, tengo que resolver asuntos urgentes. Cambia todo para mañana, estas a cargo, .
—¿Yo?— abre los ojos de par en par.
—Si, tú— pongo los ojos en blanco.— Vendré mañana.


Apago la computadora y camino a la salida.


—Pero señor...


Se interpone en mi camino, poniendo una mano en mi pecho.
Frunzo las cejas. Conny abre un poco sus labios. Su mirada pasa de mi rostro a su mano en mi pecho, y empieza a bajar la mano lentamente sin despegarla de mi cuerpo. ¿Qué demonios?
La detengo por la muñeca con un poco de fuerza justo cuando llega a mi cinturón.
Ella suspira suavemente y alza su rostro, mirándome. Niego con la cabeza


—No me vuelvas a tocar... No si quieres conservar tu trabajo.


Aviento su mano a un lado, soltándola. Conny pasa saliva con fuerza y asiente varias veces haciéndose a un lado. Niego con la cabeza y salgo de la oficina.




—¿Ya estamos cerca?—pregunto por enésima vez
—Si vuelves a hacer esa pregunta te juro que te rompo los huevos.


Pongo los ojos en blanco. Miro el reloj de mi muñeca de nuevo. Llevamos más de media hora manejando y aún no llegamos, estoy empezando a perder la maldita paciencia. Vuelvo a mirar al frente y frunzo el ceño. Reconozco las fachadas de las casas, la calle... Vamos rumbo a la casa de Vannia.


—Ivan debió darnos una dirección equivocada— digo.
—¿Por qué?
—Esta es la casa de Vannia— digo señalando al frente con un dedo.— No creo que esté aquí.
—No cuesta nada averiguar.


Ana se estaciona frente a la casa de Vannia y baja del auto, decidida. Suspiro. Esto no nos llevará a nada. Me quito el cinturón de seguridad y bajo del auto también. Ana camina con paso firme a la casa, pero la alcanzó y la tomo del brazo antes de que llegue a la puerta.


—Vamos por atrás— digo.— Tienen un patio trasero. Si me ve no querrá decirnos nada.
—Bien, Sherlock Holmes.


Rodeamos la casa, pero un muro impide que pasemos al jardín.
Ana se pone entre la pared y yo, alzando su pie.


—Vamos— dice.
—¿Que?


Ana pone los ojos en blanco.


—Que me subas.
—¿Estas loca? Esto es un delito...
—Allanamiento de morada, lo sé, también estudie leyes. Ahora, levántame. Será divertido, créeme.


Esta loca, pero no tengo de otra. Junto mis manos y Ana coloca su pie en ellos, la levanto. Se abraza de la pared y se impulsa, cayendo del otro lado.

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