02. Querido Santa Claus

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—¡Sue, encárgate del pavo! Ugh, creo que se está quemando— Suspiro frustrada, dando unos pasos para atrás para ver si el árbol de navidad está quedando bien. Creo que ni siquiera está bien armado.

—¡Ya voy, ya voy!— Veo a Sue aparecer por una de las puertas de la casa, corriendo hacia la cocina mientras se seca las manos.

Procedo a empezar a colgar las bambalinas, y en tanto voy a colgar la primera, esta se resbala de mis manos, cayendo al suelo y rompiéndose.

Entonces de pronto me pongo muy nostálgica, y no tardo en sentir las lágrimas pinchar en la parte posterior de mis ojos.

No me tomen por estúpida, no es por la bambalina rota. Es realmente por todo.

La navidad sin Justin parece un desastre, y ni siquiera soy capaz de hacer el arbolito por mí misma sin arruinarlo todo. La comida en la cocina está a punto de quemarse, y tengo que cuidar de Zack, evitando que toque algo que no deba, y no se haga daño. Además de mantenerlo entretenido para que no comience a llorar.

Realmente necesito un descanso, así que dejo las cosas sobre la mesa y me siento en el sofá frente a la chimenea, poniendo las manos en mi frente, tratando de calmarme. Pero las lágrimas están cayendo, y parece que ni siquiera soy capaz de detenerlas.

—¡Listo!— Canturreó Sue, viniendo de la cocina —No diré que quedó quemado. Digamos que se rostizó un poco más de lo normal, dándole un toque diferente y...— Su voz se desvanece en tanto me ve. O al menos eso creo. No me molesté en levantar la vista en cuanto vino —¿Qué sucede? ¿Te sientes mal?

—No. No... es sólo que... ugh— Dejo salir un gruñido de frustración. Todo esto me estaba sofocando, y no sabía por cuanto tiempo podría seguir de este modo.

—¿Justin, verdad?

Sólo le di una mirada, sintiendo mis ojos cristalizarse nuevamente. Contra mi voluntad, miles de recuerdos venían a mi mente.

—Ven aquí— Me envolvió en un abrazo, y todo lo que pude hacer fue llorar, soltando todo lo que había llevado por dentro desde que Justin se fue.

Es gracioso como cuando te pones triste, los recuerdos de esta índole vienen a tu mente, empeorando tu situación mucho más.

Este era definitivamente mi caso.

Mi mente voló hasta esa mañana de septiembre. Aquella mañana me tomó despierta, ya que en toda la noche no había pegado un ojo.

Tenía que disfrutar la sensación de abrazarme contra su cuerpo una última vez hasta quién sabe cuándo. Justin estaba dormido, e intentar que no sintiera como mi cuerpo temblaba tras mis sollozos fue uno de los más grandes esfuerzos que he tenido que hacer.

Él se iba a ir a la milicia. Al día siguiente él se iría y yo me quedaría sola, esperando un hijo suyo. La verdad no quería que amaneciera, que el sol saliera. Quería que esa noche durara eternamente.

Pero no fue así. El sol apareció, y él se despertó. Me di cuenta ya que su agarre en mi cintura se hizo más fuerte.

Entonces me tocó hacer lo que he hecho desde que me comentó que se iría a la milicia. Disimular las lágrimas con mechones de cabello, sonreír, y pretender que todo está bien.

Desayunamos juntos, por primera vez desde nuestro primer aniversario de casados él me dejó ayudarlo con el desayuno.

—Hoy es la consulta con el doctor, para ver cómo va el embarazo— Arrastro las palabras, quizás creyendo que si hablaba de manera baja, mi voz no se quebraría.

Él se voltea y me mira. Después mira mi abultado vientre de cinco meses.

—Todo va a estar bien— Me acaricia el cabello y planta un beso en mi frente —. Recuerda que siempre estaremos juntos aquí— Puso una mano sobre mi pecho, indicando mi corazón. 

Asiento, tragando a duras penas el nudo que se había comenzado a formar en mi garganta. Nunca se me había hecho tan difícil contener las lágrimas.

—Sophie, por favor. Es nuestro último...—  Su voz pierde fuerza, se ha arrepentido de lo que ha dicho, pues no ha salido como él quería.

—Sí, es nuestro último día juntos, hasta quién sabe cuando. Ya lo sé, Justin. No me lo tienes que recordar.

Tomando un último bocado de mi desayuno, tomo ambos de nuestros ya vacíos platos para llevarlos al fregadero. Limpiando los restos de comida de los mismos con fuerza y rabia, las lágrimas empiezan a bajar por mis mejillas.

—Ya... deja eso— Me toma por las manos, tratando de hacer que suelte los platos, pero no lo consigue.

—¡No! Tengo que hacer esto. Déjame en paz.

Uno de mis mayores defectos siempre ha sido disfrazar la tristeza con rabia y enojo. Eso, muchas veces, ha hecho que tanto Justin como yo resultemos heridos, y puso nuestra relación en riesgo unas cuantas veces.

—Si hubiese sabido que mi decisión te iba a poner así...

—La hubieses tomado de todos modos—  Terminé por él.  Claramente no era lo que iba a decir, pero era lo que quería decir —. Esto se escapa de mis manos, no es algo que hayas decidido dentro de nuestra relación. Has soñado esto desde siempre, ¿Quién soy yo para quitarte tu sueño? Nadie.

Antes de que Justin pudiese decirme algo en respuesta, el timbre de la puerta sonó. Nos sumimos en silencio y caminé hasta la puerta, abriéndola para ver a dos miembros de la milicia frente a mí.

Mi corazón se encogió. Habían venido por él más temprano.

—Buenos días— Me dice uno de ellos —. ¿Se encuentra el señor Justin Bieber?

Mirando hacia atrás, puedo notar que Justin está tan sorprendido como yo. Su mirada está rota, sabiendo lo que todo esto significa, y sus ojos me piden perdón discretamente.

—Sí.

—Por razones que se escapan de nuestras manos tuvimos que pasar por él un poco temprano. ¿Podría llamarlo, por favor?

Mi mirada viaja hacia Justin una vez más, él había oído todo. Alejándome de la puerta, él toma mi lugar, y entonces oigo un "tiene quince minutos para alistarse un despedirse".

¿Quince minutos para despedirse? Una vida completa no sería suficiente. 

Justin se fue esa mañana a la milicia. No lo he visto más desde entonces, y lo último que tuvimos esa mañana fue una discusión. 

No tenía palabras que me causaran confort y él lo sabía perfectamente. Es por eso que sólo me dio un beso, un abrazo, y se fue.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por unas manos tirando de mi pantalón. Miré hacia abajo, ahí estaba Zack. Me miraba con una pequeña sonrisa y sus ojos mieles, iguales de los de su padre, bastante iluminados.

—¿Qué pasó, pequeño?— Le digo, tomándolo en mis brazos. Este señala con su pequeña mano hacia la mesita al lado del sofá, hay un lapiz y un papel. —¿Quieres hacerle una carta a Santa Claus?

—Sí...

—¿Sí? Bueno, te ayudaré. ¿Qué quieres que le pida por ti, huh?

—Papi, mamá. Quiero que le pidas que traiga a papi.

¿Oyeron ese crack? ¿Sí? Fue mi corazón rompiéndose en mil pedazos.   



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