IV. Hermanos

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El salón era amplio y espacioso, con un diseño minimalista

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El salón era amplio y espacioso, con un diseño minimalista. Los únicos objetos que habían allí era una mesa circular blanca y pulida, que brillaba bajo la luz redonda que colgaba del techo, y siete tronos tallados en ébano. Pero Violett apenas notó aquellos detalles, sus ojos estaban fijos en la figura incorpórea que estaba sentada en el borde de la mesa: Selba. Lo primero que se le vino a la cabeza fueron esas historias de fantasmas con que asustaba a sus compañeros cuando tenía unos diez años, pero se dio cuenta que la Diosa Verde que estaba contemplando en ese momento era apenas una réplica. La original seguramente estaría salvando vidas en el exterior. 

Deseó poder hacer lo mismo algún día.

Frente a Selba estaba Rumi, de espaldas a ellos. Recién entonces, observando el cabello entrecano del Ancestro, se dio cuenta que él tampoco había envejecido ni un ápice desde que lo conocía; así como William.

Ambos estaban enfrascados en una conversación tensa.

—¿Cómo que Fei Long no está? —preguntó la Diosa Verde con un tono de voz rudo, pero que tembló levemente.

Violett sabía que Fei Long era el nombre del Dios Azul, el Territorio lindero al este. La malas lenguas de su Instituto insinuaban que ambos mantenían una relación amorosa secreta que ella no creía cierta. Había una ley muy importante entre los Dioses, la cual exigía que, jamás de los jamases, bajo ninguna circunstancia, se podían enamorar.

Sólo hubo una única excepción a la regla, una que se otorgó casi a regañadientes: la Diosa Violeta y su Ancestro.

—No, mi señora —le respondió Rumi, y su voz sonó gruesa y baja, como el murmullo del mar en la noche—. Está dando apoyo a Calom en el Territorio Amarillo. Seteh la está atacando también.

Selba chasqueó la lengua con desaprobación. Calom era la Diosa más joven del Consejo, con apenas veinticuatro años, así que los demás siempre estaban pendientes de ella, cuidándola como a una pequeña. En realidad, así lo sentían porque su apariencia era la de una niña de ocho años, quedando estancada desde la muerte de su antecesor. 

La Diosa Verde se giró hacia los recién llegados con un semblante serio y pálido notable incluso en su proyección etérea. Rumi apenas hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo en dirección a Violett y a William y se retiró, dejándolos a solas.

Así que el Ancestro salió y desapareció tras las enormes puertas de ébano, la expresión de Selba cambió a una máscara de furia y se abalanzó sobre William, con una mano en alto de forma amenazante que tomó por sorpresa a ambos.

—¡¿Cómo lo sabías?! —Su voz sonó increíblemente filosa, como una katana. Una vena saltaba en su cuello—. ¡Revisé cada momento de la explosión y sacaste a Violett de allí como si supieras lo que iba a ocurrir! ¡¿Sigues siendo espía de Seteh?! —Con esta interrogante, alzó a William del suelo con una fuerza extraordinaria tomándole del cuello y amenazando partirlo con sus finos y etéreos dedos—. ¡CONTESTA!

Rojo - Saga Dioses del Cubo 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora